martes, 22 de noviembre de 2011

Matemáticas

Los universos cotidianos encierran - a modo de matraces- gestos, pautas, costumbres ... que reflejan la generalidad de la sociedad que nos acoge. El estudio del contenido de un matraz permite extrapolar las constantes obtenidas hacia entornos más extensos, convirtiéndolos en predecibles. El vestuario masculino de unas instalaciones deportivas a las que acudo regularmente constituye uno esos matraces, pongamos que aforado por su exclusividad. Se trata de un universo muy particular, con clientes variopintos, que en su ir y venir, vestirse y desvestirse, ducharse o no ducharse, despliegan tal espectro fenomenológico que resulta imposible eludir su sistematización. Después de infinidad de observaciones, de agrupar conjuntos, de clasificar con llaves, he llegado a la conclusión de que lo más inmediato es dividir la muestra en dos conjuntos disjuntos: los que para vestirse empiezan por el calzoncillo ( slip, prefieren decir algunos) y los que que inician tal menester por la camisa. Los unos, los del calzoncillo, se colocan inmediatamente la segunda prenda, generalmente la camisa, y los otros, los del slip ausente, se pasean por el vestuario buscando un algo indefinido que casi nunca encuentran. Medir es comparar, establecer una proporción respecto a un patrón. Matemáticas.

En mi cuaderno de campo quedaron - desordenados- los datos, las observaciones: los que cierran la puerta del vestuario, los que la dejan abierta; los que saludan, los que no saludan; los que dejan la ropa maloliente en las perchas de los bancos, los que guardan la ropa en las taquillas; los que se quitan los mocos en las duchas colectivas tapándose un orificio de la nariz, los que enjaguan sus fluidos con un pañuelo de papel que posteriormente depositan cuidadosamente en la papelera; los que escupen en el suelo, los que les da asco los escupitajos de los anteriores; los que se encierran desnudos en la sauna, los que cumpliendo las normas se mantienen con el traje de baño; los que en el jacuzzi colocan sus pelotillas en los chorros de agua, los que acomodan sus músculos buscando el paliativo masaje hidrotermal; los que hablan a voces, los que susurran; los que son del “aleti”, los que no son; los de la banderita con toro en el reloj, los que no saben de banderas; los de la cervecita, tortilla y viva España, los de acaban de intervenir el Banco de Valencia; los que leen “El mundo”, los que leen “El país”; los que veranean en la Comunidad Valenciana, los que viajan...Grupos no abelianos. Matemáticas.

Nunca me gustaron las películas de miedo, de terror; me incomodan esos sustos gratuitos, el exceso de pintura a modo de sangre y la innecesaria crueldad. A veces me equivoco, me acomodo en la sala dispuesto a disfrutar de las imágenes de la pantalla, comienzo a ver la proyección y poco a poco, a medida que avanza el guión, voy sintiendo una angustia que me atenaza; pavor, en definitiva. Recientemente he sentido esa desagradable sensación viendo dos películas de índole económico; Inside job y Margin call. En ambos casos a los directores, en su afán de explicar con rigor el origen de la crisis económica que nos asfixia, les quedó una fantástica película de terror.

En Inside Job, incapaz de describir esos sofisticados productos bancarios que troceaban hipotecas y se vendían en paquetitos, el narrador se pregunta por los artífices de tal maldad. Magistralmente nos dirige hacia sucesos ya olvidados.¿Recuerdan Vds el final del la Guerra Fría? ¿Saben qué fue de todos aquellos matemáticos y físicos que trabajaban en aquellos secretísimos proyectos?... Terminaron en los Bancos, sólo ellos son capaces de entender, valorar, programar y procesar toda la información ( o todo el vacío) que subyace tras esos nombres rimbombantes: CDS , CDO , CLN, TRS... En Margin Call, aún sin nombrarlo, se narra la víspera de la caída de Lehman Brothers. En este caso son dos ingenieros, dos expertos en matemáticas, los que se percatan del pastel, los que avisan que el Banco está en la ruina. Ahí queda esa escena en la que el director del Banco - varios millones de dólares de sueldo anual - pide que le expliquen la situación como si él fuese un perro, ya que no entendía nada de nada. Pavor. Matemáticas.

Llueve. Viento del Norte. Sabañones. Un aula con dos radiadores eléctricos, dos alumnos por pupitre, tinteros de porcelana: la clase de los “chicos”. Don José María acaba de golpear su mesa con la regla, pide silencio. Comienza a dictar un problema: Si IU necesita 450.000 votos para obtener un diputado - voz ronca, café y Ducados, tose- y CiU, tan sólo necesita 30.000... Matemáticas.



Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón»

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.


Recuerdo infantil
A. Machado

martes, 25 de octubre de 2011

Am I Blue?



Lástima, ese el problema de las fotografías. Las sales de plata capturan únicamente la intensidad de la luz reflejada por los objetos a fotografiar, perdiéndose una información fundamental: la fase de las señales luminosas. Desde el punto de vista técnico esto es un desastre, de ahí las diferentes estrategias desarrolladas para recuperar dicha información. No obstante, es una opinión más, la ausencia de fase tiene sus ventajas, tanto artísticas como anímicas, sobre todo cuando se trata de viejas fotografías en blanco y negro, cuya contemplación suscita una compleja interrelación entre la imaginación, los recuerdos y los sentimientos. Esta es la razón por la que percibimos diferentes sensaciones cada vez que miramos una de esas fotografías.

La primera vez que vi la foto que Javier nos cedió a través de la web no me reconocí, y no fue precisamente por la presbicia, que también, sino por la composición en sí. En la fotografía destaca sobremanera el blanco de la ropa de Cristina, una niña rodeada de cuatro “rapazines” en gris. Era inevitable...There was a time...When I was his only one...Efectivamente, ella era la única, lo demás permanecía en semipenumbra; los muchachos, apenas cuatro sombras reflejadas en un espejo hecho añicos, cuatro pasados divergentes y el aplomo de una realidad emergente...Visto así parece una premonición, o más bien una reivindicación...There was a time...When I was his only one. Al fondo, el pueblo, tan próximo y tan lejano. Un patinete, todo un ferrari en su momento, una gorra, leotardos, ninguna planta y mucho cemento - otoño, probablemente - . How can you ask me “am I blue”?

Fue la primera impresión. Los años transcurridos desde entonces permiten acercarse a la fotografía con diferentes perspectivas, la exactitud es prescindible. Incluso el momento determina la evocación, la presencia o la ausencia. Este vez sí que me reconozco, despeinado y con la mano en la boca, décadas disimulando mi timidez y, así, tan de repente, emerge desde el pasado como una de esas asignaturas eternamente pendientes. También se evidencian los contrastes, inequívocas señales de diferentes actitudes familiares...; no, el cemento no lo ocultaba todo...Why, wouldn’t you be too?

El viento del norte, tampoco aparece en la fotografía. Necesario, como en las viejas canciones de jazz en las que los instrumentos de cuerda creaban el ambiente propicio para la irrupción de los instrumentos de viento. Escuché “Am I blue” por primera vez viendo aquella vieja película de Howart Hawts, “Tener y no tener”, con Carmichael al piano esperando la entrada del viento, en este caso la voz de Lauren Bacall, una delicia. Volví a escuchar “Am I Blue” cientos de veces, con diferentes intérpretes, distintas versiones y, aunque resulte sorprendente, en diferentes películas. Me gustó mucho la interpretación de Diana Lane en Cotton Club, aunque en este caso el viento lo ponía un trompetista interpretado por Richard Gere, la escena es maravillosa. Hay interpretaciones para todos los gustos, desde Ethel Waters a Ray Charles, pasando por Teddi King, Nat King Cole, Cheers, Eddie Cochran...Personalmente me quedo con la versión de Billie Holiday, resulta más creíble.

Hubo una última vez, como para casi todo. La última vez que hablé con Cristina, ella aún estaba en la Universidad. Con Viqui compartí cena y cerveza en la terraza de la cafetería Frixia; era verano, lo recuerdo porque en aquella época aún trampeaba la vida con clases particulares y me gustaba sentarme en esa terraza al finalizar la jornada laboral. Recordamos viejas travesuras y hablamos de viajar hacia sur. Con Javier, aquí tengo más dificultades, recuerdo una conversación telefónica, pero también puede que esa conversación fuese con otra persona...¿hablamos de hijas? De Fernán Manu... hace tanto tiempo ya que no se cuál es el último recuerdo, aunque resulta imposible olvidar aquel exquisito batido de plátano que preparaban en su casa.



...cuya mirada intensa, soñadora y fogosa quedó inmortalizada en alguna foto de las que a veces aparecían en el baúl de los recuerdos. La vida era así. Sobre todos los momentos sublimes llovía, con el tiempo, la prosa de la cotidianeidad. Pero el recuerdo del momento sublime quedaba innato en las almas.


Usos amorosos de la posguerra española

Carmen Martín Gaite.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Exijo que me la devuelvan

Habían llamado a la puerta, San Alberto 10, barrio, supongo que algún día de aquellos plomizos veranos de los 70. Dos jóvenes, entusiastas, eternamente sonrientes y extremadamente cordiales; decían ser Testigos de Jehová, e intentaban, probablemente, vender o regalar ciertos panfletos religiosos que portaban en una vieja cartera de cuero. No se cómo, ni por qué, terminé caminando con ellas hacia el pueblo. Un trayecto breve, pero suficiente para una acalorada discusión cuyo contenido apenas recuerdo; al llegar a la altura de la casa de Esteban, el alcalde de entonces, una de ellas, roja de ira - de esto me acuerdo perfectamente- me espetó: ¡Te vas a condenar!

Ya había olvidado este episodio, fruto, cabe pensar, de aquella pose de rojo calavera tan propia de aquellos años; seguramente dije alguna inconveniencia. Lo recordé el otro día, en la manifestación contra los privilegios que las instituciones civiles conceden a la Iglesia Católica. Estaba citado en la plaza Jacinto Benavente, viejos colegas, algunos agnósticos y otros, simplemente, ateos. Al llegar, la plaza estaba repleta, me encontré un grupo de peregrinos arrodillados - brazos en cruz, cruces de madera, ojos extasiados - que, al parecer, rezaban por nuestros pecados. No les presté demasiada atención, me aburren, busqué a mis compañeros y nos sumamos a la manifestación. Bajando por Carretas, una joven, blandiendo un crucifijo, acercándolo y alejándolo de mi cara, lo repitió, ¡Te vas a condenar!, tal cual, en singular, a mí que iba rodeado de miles de “pecadores”. Es verdad, en esta ocasión, ni tan siquiera había coreado los eslóganes que repetían los participantes de tan singular evento.

También estaba roja, no se si de ira o por exceso de temperatura, Madrid se derretía en aquel momento. Lo que no coincidía era la indumentaria; austeras y recatadas, faldas largas y el cuello de las camisas abotonado, en Mataporquera, pantalones si no cortos, cortísimos, camiseta ombliguera y las etiquetas de la ropa interior bien visibles- una no paga una pasta por las braguitas de cierta marca para que luego no se vean-, en Madrid. Tampoco encontré semejanzas en las miradas; firmes, quizás hieráticas, las unas, lunáticas y fundamentalistas, las otras, las del siglo XXI. Me asusté, Einstein decía que la estupidez humana era (probablemente, también el universo) la única infinitud que él conocía, y seguramente tenía razón.

Huí de allí, camino de los viejos lugares, de los sonidos de siempre, del añorado vacío de un Madrid agosteño. Pero no, ellos deambulaban por doquier, exhibían sus distintivos religiosos sin pudor, manifestaban su omnipresencia con prepotencia, incluso hasta algunos monjes rijosos - ¿qué coño llevaban debajo del hábito?- se permitían danzar en mitad de la plaza Santa Ana. Perdí la libido, o, tal vez, me la robaron, no lo sé, pero me empieza a preocupar, pues mi farmacéutica no acierta con esa fórmula magistral que me permita recuperar ese estado de sátiro desbocado y pecador que tanto me satisface.

¿Pecador?... no lo había pensado; pago los impuestos que me corresponden, cumplo cabalmente con las normas de tráfico, con mis deberes cotidianos y familiares, rara vez falto a mi trabajo y, por supuesto, no promuevo guerras, cruzadas, inquisiciones, violencia de género, discriminaciones o paidofilia. El sexo sí, me encanta, lo retomaré cuando... ¡me devuelvan mi libido!.


Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
-¡A la mierda el señor arzobispo!
El improperio estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: “¡A la mierda el señor arzobispo!”.


El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez

jueves, 26 de mayo de 2011

Retahílas

Tengo suficiente edad para recordar, es posible que con cierto desorden, la frenética actividad que se desplegaba en torno a la cantera de la fábrica Unquinesa. Sentado entre matorrales, en un pequeño altozano situado junto a la cantera, contemplaba aquel ir y venir de multitud de trabajadores que arrancaban la piedra caliza para su posterior transformación en los hornos. Recuerdos en sepia de un pasado remoto: mulos tirando de vagonetas, obreros horodando la roca con barras y mazas, el penoso transportar de la dinamita- su sonido seco y la inmediata lluvia de pedruscos-, la sirena y un interminable desfilar de trabajadores sudorosos y agotados.

Un buen día me monté en un tren y todo aquello desapareció de mi horizonte cotidiano; no se cuánto tiempo pasó hasta que volví a mi observatorio privado, pero aquello había cambiado radicalmente, ya no se divisaban mulos ni vagonetas, sino potentes excavadoras y cintas transportadoras; tampoco se veían obreros, apenas media docena. En principio me alegré, habían desaparecido algunos trabajos que era mejor no recordar, pero inmediatamente sentí un incómodo desasosiego, me pregunté por el destino de aquellos trabajadores que ya no estaban allí, por el de sus hijos, antiguos amigos míos, por sus esperanzas, por sus planes truncados.

Todos nosotros sabemos que aquello no terminó allí; bien por el implacable avance de la tecnología, bien por la mala cabeza de los directivos o bien por las torpezas de nuestros dirigentes políticos, hemos visto a lo largo de todos estos años muchos cambios de actividad, cierres patronales, reconversiones y, al abrigo de esa maldad llamada globalización, deslocalizaciones industriales. Atrás, truncados quedaron, de nuevo, los sueños, las esperanzas y el futuro de muchas personas. Es como una maldición cíclica, que se se repite inmisericorde, que aparece cada cierto tiempo cobrándose nuestros anhelos, bebiéndose nuestros desvelos y riéndose de nuestras previsiones.

Pero se nos olvida, enseguida recobramos nuestro optimismo, retiramos de nuestro pensamiento a los que se quedaron apartados en el camino, a los que perdieron el tren, a los que se enriquecieron a base de fechorías y, ¡hala!, a consumir. Qué nos importan los fracasados, los africanos en patera, los marginados, los machacados por el sistema. Perdimos el pudor, ni tan siquiera disimulamos, lo único que hace historia es un Madrid- Barcelona, la profundidad filosófica de Belén Esteban o los pautados rebuznos de ese al que dicen Mou.

¿Tienes problemas? ¿Qué tus hijos comparten banco escolar con un inmigrante? No te preocupes, nosotros tenemos la solución, en los colegios privados que financiamos con dinero púbico los únicos inmigrantes son los hijos del embajador. ¿Qué has tenido que esperar en la cola del médico porque unos cuantos negros demandaban atención médica? ¿Qué me dices? En nuestros hospitales privados financiados con dinero público no tienen cabida los de las pateras. Además salen más baratos, che, una bicoca, pues a los gordos, asmáticos, sidosos y demás gente mal alimentada los enviamos a los hospitales públicos. Si es que no hay gente más barata que los guapos y delgados. ¿Qué pagas impuestos? Coño, eso se dice antes, no te preocupes que en nuestro programa electoral queda claro que a partir de ahora sólo pagarán impuestos esos desagradecidos de la nómina, el resto de actividades quedará libre de impuestos, ¡Faltaría más!

Ya, todo eso está muy bien, pero fíjese Vd., Doña Espe, resulta que esos desharrapados construyeron una cooperativa en mitad del pueblo - Cooperativa Obrera la llaman- y no podemos subir los precios en nuestros establecimientos. Se organizaron y resulta que son ellos los que fijan los precios, ¡no se dónde vamos a llegar!. No se preocupen Vds, en un año, con nuestras televisiones financiadas con dinero público, convenceremos a esos desdichados que los productos de sus establecimientos son mucho mejores, dónde van Vds a parar, incluso que rejuvenecen, que estiran la piel y dan lustre al escroto. No se preocupen, todo eso lo solucionaremos con la TDT.

En otro orden de cosas - nos ponemos pomposos, luz tenue... fondo de pasodoble-, sabe Vd, Doña Espe, que en nuestras factorías tenemos trabajadores con tanta antigüedad que cuestan una pasta, y nosotros necesitamos ganar dinero, ya sabe, queremos disfrutar de nuestras vacaciones en Sicilia, perdón, un lapsus, quería decir Valencia...Que no cunda el pánico, vamos a cambiar la legislación laboral y podrán deshacerse de esos costosos trabajadores en un abrir y cerrar de ojos, y, aquí está la gracia, sustituirlos por esos jóvenes que tienen tres carreras y dos idiomas, no se asusten, ya saben Vds que son unos inútiles. Además podrán contratarlos como becarios...o como becarias por si quieren emular a Bill.

¡Qué recuerdos, che¡ Y yo allí, en la verbena, en un pueblo que se llamaba Cuena, un tipo con un acordeón y otro con un a modo de pandereta amenizaban un insulso balanceo colectivo, y no se porqué, aún recuerdo, tachín, tachín, sutil y profundo...el estribillo: Se comenta por el pueblo...que tu novio es un ligón.... Tachín.

Y era exactamente igual, te lo aseguro, que estar agarrando entre los dos un hilo cada uno por el cabo que el otro le largaba ‘toma hilo, dame hilo’, de verdad completamente así, era tejer.

Retahílas. Carmen Martín Gaite

martes, 17 de mayo de 2011

Mueran los cabrones y los campos del honor

No, no se trata de un exabrupto, se trata de una vieja novela de Benjamín Peret, de una época en la que se experimentaba con la escritura y en la que Dadá tan sólo era un payaso con alpargatas. Una novela absurda, al menos eso pensé cuando la leí hace ya muchos años sin enterarme de nada. Tan absurda como la lectura de la prensa económica actual, en la que uno constata día a día cómo los causantes de la crisis se van de rositas y determinados políticos nos intentan convencer de la bondad de unas ideas neoliberales que convierten al ciudadano medio en perjudicado y, por ende, en idiota.

Por supuesto, no entiendo nada de economía, pero dada la falta de previsión ante la crisis, no sólo de España, sino de todos los países occidentales, los estrambóticos errores de las agencias de calificación, el papel de los bancos adjudicando créditos con marchamo de inmediato impago...podría pensarse, en primera aproximación, que tampoco ellos saben una mierda de economía. Valga como prueba la falta de acuerdo entre reputados economistas sobre el origen de la crisis y, lo que es peor, sobre las posibles soluciones.

No obstante, si analizo los platos rotos, las consecuencias para amplios sectores de la población y la falta de consecuencias para una minoría, perteneciente fundamentalmente al sector financiero, empiezo a sospechar que saben de economía bastante más de lo que parece, sobre todo cuando se trata de engordar sus bolsillos. Da la impresión que, desde el sector financiero, únicamente se desarrollaron estrategias para, con la innegable colaboración de determinados sectores políticos, saquear las finanzas públicas con absoluta impunidad. Este es un fenómeno global, donde la desregulación y la falta de control sobre los flujos monetarios constituyen las pautas comunes en el obrar de todos los países occidentales.

¿Queda algo por saquear? Sorprendentemente sí, la Seguridad Social. El terreno ya ha sido abonado. En los últimos meses se han publicado en diferentes medios sesudos artículos recomendando tanto el copago como la apertura de la Seguridad Social a empresas privadas (desde luego, no se informa de quién financia a los economistas que escriben esos artículos). En algunas Comunidades Autónomas ya empezó el saqueo, sirvan como ejemplo la Comunidad de Madrid y la Comunidad Valenciana, ambas gobernadas por el PP, o, mejor dicho, por los núcleos ultraliberales del PP. La última cuchillada trapera procede de Convergència i Unió, compensando la bajada de impuestos con serias restricciones en la Sanidad Pública.

Es una pena. Pienso que la Seguridad Social es una de las pocas cosas que hemos hecho bien en este país y debemos sentirnos orgullosos por ello. Además es una ganga, pues de la comparación con el peso en el PIB con respecto a otros países occidentales se induce que es realmente barata y que nuestros médicos y enfermeras cuestan tres duros de los de cinco pesetas. Pero, no cabe duda que puede llegar a ser un magnífico negocio si se lo cedemos a determinados amiguetes. Bernardo Provenzano, el que fuera jefe supremo de la Cosa Nostra durante cuarenta años, acostumbraba a escribir: Me alegro de saber que todos gozáis de excelente salud. Lo mismo puedo decir de mí en este momento, a Dios gracias. Pues eso.




El señor Carbón había evidentemente perdido toda la razón. Lo dejé triturar sus relojes y huí a toda carrera. En una curva del camino vi un enorme guijarro de unos tres metros de alto. Me lancé de cabeza y me zambullí dentro de él. Estaba salvado. Podía contemplar el porvenir con tranquilidad. Me instalé.

Benjamín Peret

botero1957@yahoo.es

miércoles, 23 de marzo de 2011

Tataki de atún con andriniegas

Es difícil sustraerse del pasado cuando uno camina por la calle de Aribau, contemplar los nuevos establecimientos sin preguntarse si realmente hemos cambiado tanto, o, tan sólo, nos hemos disfrazado de modernidad, de siglo XXI. Tampoco ha pasado tanto tiempo, lo justo para cambiar de abalorios: ahora portamos teléfonos móviles, chateamos, nos skypeamos, somos ciudadanos en red.

También resulta difícil considerar que el piso de la calle de Aribau era un compartimento estanco, el domicilio de una determinada familia, peculiar, pero al fin y al cabo, familia. Imposible es, también, relegar el tránsito de Aribau hasta Vía Layetana a un simple paseo desde el antiguo arrabal hasta el centro burgués y culto. Más difícil aún, si cabe, es etiquetar a unos personajes como meros comparsas que adornan el devenir de una adolescencia.

La casa de la calle de Aribau, en la medida que albergaba sucintamente un amplio espectro de estereotipos comunes, bien podría considerarse una tribu, un pueblo o un estado. La asfixiante atmósfera que envolvía a sus habitantes, reflejo del desgarro del país en unos tiempos pretéritos, se transmuta en la atmósfera digital que hoy nos acuna, adormeciéndonos con ese exceso de contenidos vanales.

Te llamé al móvil, a juzgar por el mensaje de la operadora perece que te desperezabas en lejanas tierras, una pena, me habría encantado discutir contigo cómo sería la llegada de Andrea al Aribau actual. Elegí, sin dudar, Yamadori para cenar, imposible sin reserva, pero tuve suerte y, al final, me acomodaron con amabilidad; el tataki de atún excelente, me pierde. Mientras cenaba, pensé en un Román conectado por ADSL, un tipo mezquino, soez y traicionero, me lo imagino en un chat engañando jovencitas, convirtiendo en sentencia aquella frase de Andrea: Porque entonces era lo suficientemente atontada para no darme cuenta de que aquél era uno de los infinitos hombres que nacen sólo para sementales y junto a una mujer no entienden otra actitud que ésta. Su cerebro y su corazón no llegan a más...

Intenté pensar en Juan, éste no suspiraría digitalmente y si lo hiciese, gemiría con mayúsculas; seguramente continuaría golpeando a Gloria para redimirse de las traiciones del pasado - aquel acostarse republicano y amanecer nacional -, incapaz de acomodarse al paso del tiempo. Por cierto, el anciano gordo de la mesa del fondo, acompañado de una jovencita, juraría que del Este, ¿dónde he visto yo esa escena? Gloria, le veo contemplando la tv, sin perderse una frase de esa inefable princesa del pueblo a la que dicen B. E., para olvidar, porque yo pienso mucho, chica. ¿Verdad que no lo parece? Pues yo pienso mucho, nada más que para olvidar; eso sí, Gloria sólo ve los programas de la naturaleza... sí, esos que pasan en la Dos.

A Angustias me la imagino refugiada en alguna de esas sectas católicas, probablemente en los Kikos, es lo que pasa cuando se folla con sentimiento de culpabilidad. En cuanto a Ena, prefiero imaginarla como niña-pija-con-ipone; lo suyo son las redes sociales, las amistades de quita y pon, sin compromiso...ya sabes, como si fuese de Madrid. No se como encajar a la abuela e hijas, las que aparecen después de la muerte de Román. Probablemente estos personajes sean intemporales, una abuela protectora que gestiona como puede los desbarres familiares, con un constante autoengaño...¡pobrecilla!, y unas hijas que sólo cobran protagonismo en el desenlace de la tragedia; encajan con el papel de linchadoras sociales, las que acusan tras bambalinas y después, cómo no, pretenden cobrar sus facturas.

Me temo que voy a prescindir del postre, últimamente mi garabato esta adquiriendo una extraña concavidad, justo a la altura de la cintura...Por cierto, inacabada quedó aquella conversación sobre el trepar a las tapias, no recordaba la escena, el caso es que, así de repente, debe ser que mi organismo se resiste a la ausencia de postre, he empezado a pensar en andriniegas, en una tapia de Bercedo y que, ciertamente, aquel día yo estaba subido en la tapia.



Bajé las escaleras, despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces.

Nada. Carmen Laforet, 1945.

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Tiempo de delatores, Sr Revilla?

Aquel taxi terminó con mi ya menguada cartera. El tren había llegado con retraso a Chamartín y disponía del tiempo justo para llegar a una entrevista profesional (cuestión de alubias). Y allí estaban, en plena Castellana, con pancartas y silbatos... Cientos de monjas, con todo tipo de hábitos, gritando como posesas y reivindicando, ¡manda huevos!, libertad de enseñanza. El taxi detenido en el atasco, el contador, impertérrito, sumando pesetas, y en una tertulia radiofónica se hacían conjeturas a propósito de las futuras decisiones de un tal Felipe González, recién nombrado Presidente del Gobierno.

Después de lo que habíamos vivido, después de aquel férreo control que el franquismo y las instituciones católicas habían ejercido sobre la enseñanza, ¿qué pedían las monjas?. ¿qué hacía la palabra libertad en sus pancartas? Se trataba de una burda mixtificación, de prostituir una palabra en aras de conseguir unos fines más prosaicos, o sea, subvención y privilegios. Desgraciadamente, no es éste el único ejemplo en que un determinado grupo de opinión retuerce el significado de una palabra con objeto de manipular, presionar o, simple y llanamente, faltar a la verdad.

Valgan como ejemplos, faltaría más, los servicios de inteligencia yankees tratando de ocultar sus torpezas, destapadas en WikiLeaks, acusando a determinados ciudadanos de “delatores”, y, en versión mesa camilla y botijo, el Sr. Revilla, que recientemente nos deleitaba con una columna en el diario “El Mundo” titulada “Tiempo de delatores”.

No me sorprende, nunca me gusto este tipo. Populista, socarrón, excesivamente folclórico...un tipo tremendamente ladino y tramposo. A este individuo la ley antitabaco, que de ninguna manera prohibe fumar, salvo en determinados espacios públicos, le recuerda la posguerra, el nazismo y la Inquisición. Pues no, Sr. Revilla, cuando uno llama a las autoridades para denunciar que el vecino sacude a la señora, no está ejerciendo de delator, ni de soplón, ni de chivato: ejerce de ciudadano. De la misma manera obra quien denuncia al que no paga sus impuestos, al que construye ilegalmente, al que no arregla con suficiente diligencia los baches de la carretera y, por supuesto, a quien fuma un puro en un restaurante sin considerar si comparte espacio con asmáticos, alérgicos, embarazadas, niños...

En realidad las cosas son bastante más simples; a medida que nos civilizábamos, fuimos arrinconando determinados gestos, bien por pudor o bien por higiene. De está forma aprendimos que para hacer ciertas cosas debíamos acudir al baño, que no debíamos escupir en la calle,... ni eructar, ni emitir flatulencias en público y, mucho menos, en el restaurante. Es decir, hoy en día, las guarrerías corresponden al ámbito de lo privado. Y fumar, no lo negará, Sr. Revilla, es una guarrería bastante más cochina que las demás, es por esto que se le invita a Vd. a fumar fuera del restaurante: por higiene. Por cierto, Sr. Revilla, ¿se lava Vd. las manos después de fumar su puro?

También a Francisco Rico, miembro de la Real Academia Española, le dio por apuntarse al disparate, y después de afirmar que “domina la ley el espíritu persecutorio”, para dar más relevancia a sus críticas, concluía su artículo (“Teoría y realidad de la ley contra el fumador”, El país) con un “P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo”. Mentira, Sr. Rico, le hemos visto fumar por activa y por pasiva, aquí, allá y acullá. Además, no parece muy honrado que alguien tan alejado de la ciencia como Vd., cuestione resultados científicos que, por otra parte, tan sólo un lerdo o un ejecutivo de una tabacalera se atreven a cuestionar.

También se pronunció ese a modo de australopithecus que ejerce de alcalde de Valladolid, no me molesto en transcribir sus estúpidos chascarrillos. Tampoco me paro a reflexionar acerca del porqué los ciudadanos eligen determinados alcaldes, ...¡desdichados!

Pues no, Sr. Revilla, todos los ciudadanos tienen derechos, incluso los no fumadores, y la reivindicación de esos derechos no supone delación, sino un ejercicio de ciudadanía. Fíjese, Sr. Revilla, si realmente a los españoles nos diera por exigir los derechos que nos corresponden en materia de educación, de sanidad, de vivienda...de manera formal y organizada, ¿sería Vd. Presidente?

¿Tiempo de delatores? No, Sr. Revilla: tiempo de ciudadanos.


...Propio es de hombres de cabezas medianas el embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza. A todos nos conviene, amigos queridos, que nuestros dirigentes sean siempre los más inteligentes y los más sabios.

(Un apócrifo llamado Juan de Mairena)

botero1957@yahoo.es