viernes, 10 de agosto de 2012

Homeopatía

Siempre que paso delante de ese escaparate me acuerdo de Paola, la mujer del comisario Brunetti. Una mujer singular, sin duda, no sólo por su pasión por Henry James, su devoción por la cocina, por el tinto cavernet, sino también por su comedido mal genio. Se indigna fácilmente - en Italia es difícil vivir sin indignarse - y expresa su indignación de mil formas diferentes. En "El peor remedio" Donna León relata como Paola, terriblemente indignada por un turbio asunto de turismo sexual, apedrea el escaparate de una agencia de viajes especializada en el sudeste asiático.

También en España es fácil indignarse, basta con hojear la prensa. El fraude, el engaño, la estafa, el abuso... campan por doquier, sin freno alguno. No obstante, existen ciertas actividades que a base de eufemismos y marketing aparentan ser científicas y, por ende, honradas. Así sucede con ese establecimiento de productos homeopáticos, situado en una esquina de mi barrio, en cuyo escaparate - letras blancas sobre fondo azul - se ofrecen tratamientos para todo tipo de cáncer, tratamientos avalados por una efectividad del 75 por cien - letra roja más pequeña - y, más difícil aún, sin dañar el organismo tal como hace la medicina convencional - letras amarillas-. Sorprendentemente, en ese establecimiento entran clientes. Cualquier día de estos llenaré mi mochila de piedras y, en honor a Paola...

Tropecé con la homeopatía por culpa de una palabreja que irrumpió sin avisar en un determinado workshop. Preparábamos una disolución, ya saben, unos centímetros cúbicos de soluto sobre una cierta cantidad de agua, agitar y seguir añadiendo agua hasta el aforo del matraz. En mitad de la tarea, alguien sugirió que, en vez de agitar, sucucionásemos la disolución. Me quedé pasmado, nunca había oído tal expresión, así que pregunté al alborotador - bata blanca y corbata - cómo se sucucionaba una disolución. Y el encorbatado, contemplándonos por encima del hombro por mor de nuestra ignorancia, respondió flemáticamente: “Es sencillo, se sacude el matraz diez veces de izquierda a derecha, otras diez veces de arriba abajo y diez veces más desde delante hacia atrás”. Ante nuestro estupor, el encorbatado, engolando la voz, prosiguió: “ Me formé en un laboratorio homeomático”. Enmudecimos, y como el silencio incomodaba, me atreví a preguntarle qué ventajas aportaba la sucución sobre la convencional agitación; la respuesta fue inmediata: “ De esta forma se traslada el espíritu del soluto a la disolución”.

Me indigné. Nunca he creído en el Espíritu Santo, y en ningún otro espíritu, así que a estas alturas de la vida empezar a pensar en el espíritu del cloruro de mercurio es como para cortarse las venas. Inevitablemente, en ese mismo instante, nuestra colaboración se terminó, lo siento por la universidad mejicana que le envió. De vuelta a casa, en el cotidiano atasco, pensé en Paracelso, pues este individuo recetaba cloruro de mercurio a sus pacientes, eso sí, en pequeñas dosis, pues el cloruro de mercurio es extremadamente venenoso. Desconozco si Paracelso agitaba o sucucionaba el matraz, una duda estúpida, de una u otra forma envenenaba a sus pacientes.

Claro está, los homeópatas no tienen nada que ver con Paracelso, afortunadamente. Sus disoluciones están, no solo sucucionadas, sino extremadamente diluidas. Y este es el problema, no la agitación específica del matraz, una broma sonrojante, sino la cantidad de soluto, de agente activo, presente en una disolución “atenuada”. Por supuesto, ellos no utilizan el Sistema Internacional de Unidades, faltaría más, pero no es difícil entender el porqué. Prefieren hablar en términos de tantas partes de sustancia activa en tantas partes de disolvente, que abreviadamente representan, en general, por “nC”; así, 4C significa una parte de sustancia activa en cien millones de partes de disolvente, es decir, poco más que nada. No es difícil calcular que en una preparación 11C apenas contiene un par de moléculas de la sustancia activa, con lo que el preparado homeopático no lleva más que relleno: cafeína, lactosa, alcohol... Sirva como ejemplo el natrium muriaticum D6, un preparado homeopático indicado, según se informa en el prospecto, para la depresión, debilidad general, astenia, aversión sexual a la mujer, relación sexual dolorosa, deseo por la comida salada, pérdida de peso a pesar de buen apetito y pérdida de olfato; aparte de los excipientes, el agente activo es cloruro de sodio, la vulgar sal de cocina, con una concentración D6. Esta nomenclatura se corresponde con 3C, es decir, una parte de sal en un millón de partes de agua, o sea, agua destilada con un “nanopellizco” de sal; eso sí, me consta que la disolución ha sido sucucionada, tenemos la certeza de que el espíritu del cloruro de sodio reposa en la solución. ¡Manda huevos!. No se preocupe Vd., aunque la posología indica 2 comprimidos cada 8 horas, si sentía aversión por Doña Esperanza Aguirre, seguirá Vd. con la misma sensación, incluso con sobredosis.

Leo en la prensa que han sido detenidos dos jornaleros por el asalto a un supermercado de Écija. Si bien es sabido que se trataba de un mero acto simbólico y que los alimentos sustraídos eran para familias necesitadas, nuestras autoridades, al parecer, consideran que realizaron un robo con violencia. No se cómo calificaran tales autoridades la venta fraudulenta de productos homeopáticos, productos que únicamente contienen excipientes y el “espíritu” de una sustancia activa; venta, por otra parte, que se hace aprovechándose de la buena fe de las personas, de situaciones de calamidad o de temor. Para mí es, simple y llanamente, un robo, un engaño, un abuso...

Lo que no se calificar es el reciente comentario de nuestra inefable Ministra de Sanidad, Doña Ana Mato - la que no vio el jaguar de su marido en el garaje -, recomendándonos la medicina natural para ahorrar. Aporto su disquisición: “Sacaremos del vademecum medicamentos de escaso valor terapéutico que se pueden sustituir con alguna cosa natural”. Es evidente que a esta individua le sucucionaron el cerebro.

- Entonces te dije que eso estaba mal y que había que pararles los pies - prosiguió Paola.
- ¿Y tú crees poder parárselos?
- Sí -respondió ella y, sin darle tiempo a discutir o contradecir su afirmación, prosiguió-: Yo sola no, ni aquí en Venecia, rompiendo la luna del escaparate de una agencia de viajes de “campo” Manin. Pero si todas las mujeres de Italia salieran a la calle de noche y rompieran a pedradas los escaparates de todas las agencias de viajes que organizan “sex-tours”, al cabo de poco tiempo, dejarían de organizase “sex-tours” en Italia, ¿o no?
- ¿Es una pregunta real o puramente retórica?
- Me parece que es una pregunta real -dijo ella.

El peor remedio. Donna León