A veces me demoro conscientemente a la hora de tomar una decisión, me complace retrasar ese momento en que inevitablemente voy a meter la pata, y no por falta de valor, lo de meter la pata hace tiempo que se convirtió en costumbre, sino por placer. Es como estar en duermevela, retardando el momento de levantarse de la cama, mientras la mente, errática, deambula por pasajes reales o imaginarios.
No importa la transcendencia de la decisiones, a veces es un simple sí o no, me voy o me quedo..., sucede que me encanta el no decidir. Sí, ya se que tarde o temprano tendré que afrontar la situación, por áspera que sea, pero me encantan esos minutos en los que permanezco en la frontera, en los que todavía me puedo volver atrás, en los que mi interlocutor se irrita por falta de respuesta...¿Dónde vamos? ¿Aguilar o Reinosa?
Hubo un tiempo en que el mundo se reducía al espacio comprendido entre Aguilar y Reinosa; el resto, el que aparecía en las novelas, las fotografías, era, eso...otro mundo, el mundo que recorrían los verdaderos viajeros. -¿Aguilar o Reinosa? - preguntaba el Sr. Vilda, parapeteado tras la ventanilla de la estación. Hubo un tiempo, ya lejano, en que todos los problemas se reducían a eso, ¿Aguilar o Reinosa?. Después de tantas vueltas, de tantos años, resulta que añoro las decisiones frívolas e intrascendentes, sin compromiso, porque sí.
Prefería Aguilar, aún desconozco el porqué, probablemente me sentía más mesetario que montañés; no entiendo por qué no escribí que me sentía más castellano que cántabro, aunque he de reconocer que esas milongas pseudonacionalistas nunca me interesaron. Sí, definitivamente, por favor, Sr. Vilda, el billete... para Aguilar.
En el andén, mirando hacia el pueblo, ir hacia Aguilar significaba viajar hacia la izquierda. Más tarde aprendí, que viajar hacia París, había que pasar por Venta de Baños, también significaba viajar hacia la izquierda; viajar a Lisboa (Grândola, Vila Morena...nunca olvidaré aquel 25 de abril), como no, era un deslizarse hacia la izquierda. Por alguna razón, se desdibujó el espacio situado a la derecha. Es cierto que, a veces, realicé ese viaje, generalmente por imperativos institucionales, por razones de salud, o simplemente porque determinados sucesos distorsionaron temporalmente mi capacidad de comprensión. Definitivamente, Sr. Vilda, un billete hacia la izquierda.
Añoro al Sr. Vilda. La vida se nos llenó de cruces, semáforos, intercambiadores, circunvalaciones...ya no resulta tan fácil. Simplemente deambulamos sin destino, no podemos optar, comprar un billete no es más que una ilusión; viajar, una especie de imperativo comercial y decidir...¿decidimos nosotros?. Afortunadamente podemos recordar, y yo aún recuerdo el andén, la estación, al Sr. Vilda y aquel maravilloso “Never marry a railroad man”.
http://www.youtube.com/watch?v=Xwy6uIz-Gtg&feature=related
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