Los universos cotidianos encierran - a modo de matraces- gestos, pautas, costumbres ... que reflejan la generalidad de la sociedad que nos acoge. El estudio del contenido de un matraz permite extrapolar las constantes obtenidas hacia entornos más extensos, convirtiéndolos en predecibles. El vestuario masculino de unas instalaciones deportivas a las que acudo regularmente constituye uno esos matraces, pongamos que aforado por su exclusividad. Se trata de un universo muy particular, con clientes variopintos, que en su ir y venir, vestirse y desvestirse, ducharse o no ducharse, despliegan tal espectro fenomenológico que resulta imposible eludir su sistematización. Después de infinidad de observaciones, de agrupar conjuntos, de clasificar con llaves, he llegado a la conclusión de que lo más inmediato es dividir la muestra en dos conjuntos disjuntos: los que para vestirse empiezan por el calzoncillo ( slip, prefieren decir algunos) y los que que inician tal menester por la camisa. Los unos, los del calzoncillo, se colocan inmediatamente la segunda prenda, generalmente la camisa, y los otros, los del slip ausente, se pasean por el vestuario buscando un algo indefinido que casi nunca encuentran. Medir es comparar, establecer una proporción respecto a un patrón. Matemáticas.
En mi cuaderno de campo quedaron - desordenados- los datos, las observaciones: los que cierran la puerta del vestuario, los que la dejan abierta; los que saludan, los que no saludan; los que dejan la ropa maloliente en las perchas de los bancos, los que guardan la ropa en las taquillas; los que se quitan los mocos en las duchas colectivas tapándose un orificio de la nariz, los que enjaguan sus fluidos con un pañuelo de papel que posteriormente depositan cuidadosamente en la papelera; los que escupen en el suelo, los que les da asco los escupitajos de los anteriores; los que se encierran desnudos en la sauna, los que cumpliendo las normas se mantienen con el traje de baño; los que en el jacuzzi colocan sus pelotillas en los chorros de agua, los que acomodan sus músculos buscando el paliativo masaje hidrotermal; los que hablan a voces, los que susurran; los que son del “aleti”, los que no son; los de la banderita con toro en el reloj, los que no saben de banderas; los de la cervecita, tortilla y viva España, los de acaban de intervenir el Banco de Valencia; los que leen “El mundo”, los que leen “El país”; los que veranean en la Comunidad Valenciana, los que viajan...Grupos no abelianos. Matemáticas.
Nunca me gustaron las películas de miedo, de terror; me incomodan esos sustos gratuitos, el exceso de pintura a modo de sangre y la innecesaria crueldad. A veces me equivoco, me acomodo en la sala dispuesto a disfrutar de las imágenes de la pantalla, comienzo a ver la proyección y poco a poco, a medida que avanza el guión, voy sintiendo una angustia que me atenaza; pavor, en definitiva. Recientemente he sentido esa desagradable sensación viendo dos películas de índole económico; Inside job y Margin call. En ambos casos a los directores, en su afán de explicar con rigor el origen de la crisis económica que nos asfixia, les quedó una fantástica película de terror.
En Inside Job, incapaz de describir esos sofisticados productos bancarios que troceaban hipotecas y se vendían en paquetitos, el narrador se pregunta por los artífices de tal maldad. Magistralmente nos dirige hacia sucesos ya olvidados.¿Recuerdan Vds el final del la Guerra Fría? ¿Saben qué fue de todos aquellos matemáticos y físicos que trabajaban en aquellos secretísimos proyectos?... Terminaron en los Bancos, sólo ellos son capaces de entender, valorar, programar y procesar toda la información ( o todo el vacío) que subyace tras esos nombres rimbombantes: CDS , CDO , CLN, TRS... En Margin Call, aún sin nombrarlo, se narra la víspera de la caída de Lehman Brothers. En este caso son dos ingenieros, dos expertos en matemáticas, los que se percatan del pastel, los que avisan que el Banco está en la ruina. Ahí queda esa escena en la que el director del Banco - varios millones de dólares de sueldo anual - pide que le expliquen la situación como si él fuese un perro, ya que no entendía nada de nada. Pavor. Matemáticas.
Llueve. Viento del Norte. Sabañones. Un aula con dos radiadores eléctricos, dos alumnos por pupitre, tinteros de porcelana: la clase de los “chicos”. Don José María acaba de golpear su mesa con la regla, pide silencio. Comienza a dictar un problema: Si IU necesita 450.000 votos para obtener un diputado - voz ronca, café y Ducados, tose- y CiU, tan sólo necesita 30.000... Matemáticas.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón»
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Recuerdo infantil
A. Machado