Los universos cotidianos encierran - a modo de matraces- gestos, pautas, costumbres ... que reflejan la generalidad de la sociedad que nos acoge. El estudio del contenido de un matraz permite extrapolar las constantes obtenidas hacia entornos más extensos, convirtiéndolos en predecibles. El vestuario masculino de unas instalaciones deportivas a las que acudo regularmente constituye uno esos matraces, pongamos que aforado por su exclusividad. Se trata de un universo muy particular, con clientes variopintos, que en su ir y venir, vestirse y desvestirse, ducharse o no ducharse, despliegan tal espectro fenomenológico que resulta imposible eludir su sistematización. Después de infinidad de observaciones, de agrupar conjuntos, de clasificar con llaves, he llegado a la conclusión de que lo más inmediato es dividir la muestra en dos conjuntos disjuntos: los que para vestirse empiezan por el calzoncillo ( slip, prefieren decir algunos) y los que que inician tal menester por la camisa. Los unos, los del calzoncillo, se colocan inmediatamente la segunda prenda, generalmente la camisa, y los otros, los del slip ausente, se pasean por el vestuario buscando un algo indefinido que casi nunca encuentran. Medir es comparar, establecer una proporción respecto a un patrón. Matemáticas.
En mi cuaderno de campo quedaron - desordenados- los datos, las observaciones: los que cierran la puerta del vestuario, los que la dejan abierta; los que saludan, los que no saludan; los que dejan la ropa maloliente en las perchas de los bancos, los que guardan la ropa en las taquillas; los que se quitan los mocos en las duchas colectivas tapándose un orificio de la nariz, los que enjaguan sus fluidos con un pañuelo de papel que posteriormente depositan cuidadosamente en la papelera; los que escupen en el suelo, los que les da asco los escupitajos de los anteriores; los que se encierran desnudos en la sauna, los que cumpliendo las normas se mantienen con el traje de baño; los que en el jacuzzi colocan sus pelotillas en los chorros de agua, los que acomodan sus músculos buscando el paliativo masaje hidrotermal; los que hablan a voces, los que susurran; los que son del “aleti”, los que no son; los de la banderita con toro en el reloj, los que no saben de banderas; los de la cervecita, tortilla y viva España, los de acaban de intervenir el Banco de Valencia; los que leen “El mundo”, los que leen “El país”; los que veranean en la Comunidad Valenciana, los que viajan...Grupos no abelianos. Matemáticas.
Nunca me gustaron las películas de miedo, de terror; me incomodan esos sustos gratuitos, el exceso de pintura a modo de sangre y la innecesaria crueldad. A veces me equivoco, me acomodo en la sala dispuesto a disfrutar de las imágenes de la pantalla, comienzo a ver la proyección y poco a poco, a medida que avanza el guión, voy sintiendo una angustia que me atenaza; pavor, en definitiva. Recientemente he sentido esa desagradable sensación viendo dos películas de índole económico; Inside job y Margin call. En ambos casos a los directores, en su afán de explicar con rigor el origen de la crisis económica que nos asfixia, les quedó una fantástica película de terror.
En Inside Job, incapaz de describir esos sofisticados productos bancarios que troceaban hipotecas y se vendían en paquetitos, el narrador se pregunta por los artífices de tal maldad. Magistralmente nos dirige hacia sucesos ya olvidados.¿Recuerdan Vds el final del la Guerra Fría? ¿Saben qué fue de todos aquellos matemáticos y físicos que trabajaban en aquellos secretísimos proyectos?... Terminaron en los Bancos, sólo ellos son capaces de entender, valorar, programar y procesar toda la información ( o todo el vacío) que subyace tras esos nombres rimbombantes: CDS , CDO , CLN, TRS... En Margin Call, aún sin nombrarlo, se narra la víspera de la caída de Lehman Brothers. En este caso son dos ingenieros, dos expertos en matemáticas, los que se percatan del pastel, los que avisan que el Banco está en la ruina. Ahí queda esa escena en la que el director del Banco - varios millones de dólares de sueldo anual - pide que le expliquen la situación como si él fuese un perro, ya que no entendía nada de nada. Pavor. Matemáticas.
Llueve. Viento del Norte. Sabañones. Un aula con dos radiadores eléctricos, dos alumnos por pupitre, tinteros de porcelana: la clase de los “chicos”. Don José María acaba de golpear su mesa con la regla, pide silencio. Comienza a dictar un problema: Si IU necesita 450.000 votos para obtener un diputado - voz ronca, café y Ducados, tose- y CiU, tan sólo necesita 30.000... Matemáticas.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón»
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Recuerdo infantil
A. Machado
Ya por entonces vislumbraba yo algo que iría quedando cada vez más claro con el correr del tiempo: que no basta con dar un portazo y largarse a la calle para librarse del influjo de otras vidas que inciden en la propia (Carmen Martín Gaite).
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martes, 22 de noviembre de 2011
martes, 25 de octubre de 2011
Am I Blue?

Lástima, ese el problema de las fotografías. Las sales de plata capturan únicamente la intensidad de la luz reflejada por los objetos a fotografiar, perdiéndose una información fundamental: la fase de las señales luminosas. Desde el punto de vista técnico esto es un desastre, de ahí las diferentes estrategias desarrolladas para recuperar dicha información. No obstante, es una opinión más, la ausencia de fase tiene sus ventajas, tanto artísticas como anímicas, sobre todo cuando se trata de viejas fotografías en blanco y negro, cuya contemplación suscita una compleja interrelación entre la imaginación, los recuerdos y los sentimientos. Esta es la razón por la que percibimos diferentes sensaciones cada vez que miramos una de esas fotografías.
La primera vez que vi la foto que Javier nos cedió a través de la web no me reconocí, y no fue precisamente por la presbicia, que también, sino por la composición en sí. En la fotografía destaca sobremanera el blanco de la ropa de Cristina, una niña rodeada de cuatro “rapazines” en gris. Era inevitable...There was a time...When I was his only one...Efectivamente, ella era la única, lo demás permanecía en semipenumbra; los muchachos, apenas cuatro sombras reflejadas en un espejo hecho añicos, cuatro pasados divergentes y el aplomo de una realidad emergente...Visto así parece una premonición, o más bien una reivindicación...There was a time...When I was his only one. Al fondo, el pueblo, tan próximo y tan lejano. Un patinete, todo un ferrari en su momento, una gorra, leotardos, ninguna planta y mucho cemento - otoño, probablemente - . How can you ask me “am I blue”?
Fue la primera impresión. Los años transcurridos desde entonces permiten acercarse a la fotografía con diferentes perspectivas, la exactitud es prescindible. Incluso el momento determina la evocación, la presencia o la ausencia. Este vez sí que me reconozco, despeinado y con la mano en la boca, décadas disimulando mi timidez y, así, tan de repente, emerge desde el pasado como una de esas asignaturas eternamente pendientes. También se evidencian los contrastes, inequívocas señales de diferentes actitudes familiares...; no, el cemento no lo ocultaba todo...Why, wouldn’t you be too?
El viento del norte, tampoco aparece en la fotografía. Necesario, como en las viejas canciones de jazz en las que los instrumentos de cuerda creaban el ambiente propicio para la irrupción de los instrumentos de viento. Escuché “Am I blue” por primera vez viendo aquella vieja película de Howart Hawts, “Tener y no tener”, con Carmichael al piano esperando la entrada del viento, en este caso la voz de Lauren Bacall, una delicia. Volví a escuchar “Am I Blue” cientos de veces, con diferentes intérpretes, distintas versiones y, aunque resulte sorprendente, en diferentes películas. Me gustó mucho la interpretación de Diana Lane en Cotton Club, aunque en este caso el viento lo ponía un trompetista interpretado por Richard Gere, la escena es maravillosa. Hay interpretaciones para todos los gustos, desde Ethel Waters a Ray Charles, pasando por Teddi King, Nat King Cole, Cheers, Eddie Cochran...Personalmente me quedo con la versión de Billie Holiday, resulta más creíble.
Hubo una última vez, como para casi todo. La última vez que hablé con Cristina, ella aún estaba en la Universidad. Con Viqui compartí cena y cerveza en la terraza de la cafetería Frixia; era verano, lo recuerdo porque en aquella época aún trampeaba la vida con clases particulares y me gustaba sentarme en esa terraza al finalizar la jornada laboral. Recordamos viejas travesuras y hablamos de viajar hacia sur. Con Javier, aquí tengo más dificultades, recuerdo una conversación telefónica, pero también puede que esa conversación fuese con otra persona...¿hablamos de hijas? De Fernán Manu... hace tanto tiempo ya que no se cuál es el último recuerdo, aunque resulta imposible olvidar aquel exquisito batido de plátano que preparaban en su casa.
...cuya mirada intensa, soñadora y fogosa quedó inmortalizada en alguna foto de las que a veces aparecían en el baúl de los recuerdos. La vida era así. Sobre todos los momentos sublimes llovía, con el tiempo, la prosa de la cotidianeidad. Pero el recuerdo del momento sublime quedaba innato en las almas.
Usos amorosos de la posguerra española
Carmen Martín Gaite.
viernes, 2 de septiembre de 2011
Exijo que me la devuelvan
Habían llamado a la puerta, San Alberto 10, barrio, supongo que algún día de aquellos plomizos veranos de los 70. Dos jóvenes, entusiastas, eternamente sonrientes y extremadamente cordiales; decían ser Testigos de Jehová, e intentaban, probablemente, vender o regalar ciertos panfletos religiosos que portaban en una vieja cartera de cuero. No se cómo, ni por qué, terminé caminando con ellas hacia el pueblo. Un trayecto breve, pero suficiente para una acalorada discusión cuyo contenido apenas recuerdo; al llegar a la altura de la casa de Esteban, el alcalde de entonces, una de ellas, roja de ira - de esto me acuerdo perfectamente- me espetó: ¡Te vas a condenar!
Ya había olvidado este episodio, fruto, cabe pensar, de aquella pose de rojo calavera tan propia de aquellos años; seguramente dije alguna inconveniencia. Lo recordé el otro día, en la manifestación contra los privilegios que las instituciones civiles conceden a la Iglesia Católica. Estaba citado en la plaza Jacinto Benavente, viejos colegas, algunos agnósticos y otros, simplemente, ateos. Al llegar, la plaza estaba repleta, me encontré un grupo de peregrinos arrodillados - brazos en cruz, cruces de madera, ojos extasiados - que, al parecer, rezaban por nuestros pecados. No les presté demasiada atención, me aburren, busqué a mis compañeros y nos sumamos a la manifestación. Bajando por Carretas, una joven, blandiendo un crucifijo, acercándolo y alejándolo de mi cara, lo repitió, ¡Te vas a condenar!, tal cual, en singular, a mí que iba rodeado de miles de “pecadores”. Es verdad, en esta ocasión, ni tan siquiera había coreado los eslóganes que repetían los participantes de tan singular evento.
También estaba roja, no se si de ira o por exceso de temperatura, Madrid se derretía en aquel momento. Lo que no coincidía era la indumentaria; austeras y recatadas, faldas largas y el cuello de las camisas abotonado, en Mataporquera, pantalones si no cortos, cortísimos, camiseta ombliguera y las etiquetas de la ropa interior bien visibles- una no paga una pasta por las braguitas de cierta marca para que luego no se vean-, en Madrid. Tampoco encontré semejanzas en las miradas; firmes, quizás hieráticas, las unas, lunáticas y fundamentalistas, las otras, las del siglo XXI. Me asusté, Einstein decía que la estupidez humana era (probablemente, también el universo) la única infinitud que él conocía, y seguramente tenía razón.
Huí de allí, camino de los viejos lugares, de los sonidos de siempre, del añorado vacío de un Madrid agosteño. Pero no, ellos deambulaban por doquier, exhibían sus distintivos religiosos sin pudor, manifestaban su omnipresencia con prepotencia, incluso hasta algunos monjes rijosos - ¿qué coño llevaban debajo del hábito?- se permitían danzar en mitad de la plaza Santa Ana. Perdí la libido, o, tal vez, me la robaron, no lo sé, pero me empieza a preocupar, pues mi farmacéutica no acierta con esa fórmula magistral que me permita recuperar ese estado de sátiro desbocado y pecador que tanto me satisface.
¿Pecador?... no lo había pensado; pago los impuestos que me corresponden, cumplo cabalmente con las normas de tráfico, con mis deberes cotidianos y familiares, rara vez falto a mi trabajo y, por supuesto, no promuevo guerras, cruzadas, inquisiciones, violencia de género, discriminaciones o paidofilia. El sexo sí, me encanta, lo retomaré cuando... ¡me devuelvan mi libido!.
Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
-¡A la mierda el señor arzobispo!
El improperio estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: “¡A la mierda el señor arzobispo!”.
El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez
Ya había olvidado este episodio, fruto, cabe pensar, de aquella pose de rojo calavera tan propia de aquellos años; seguramente dije alguna inconveniencia. Lo recordé el otro día, en la manifestación contra los privilegios que las instituciones civiles conceden a la Iglesia Católica. Estaba citado en la plaza Jacinto Benavente, viejos colegas, algunos agnósticos y otros, simplemente, ateos. Al llegar, la plaza estaba repleta, me encontré un grupo de peregrinos arrodillados - brazos en cruz, cruces de madera, ojos extasiados - que, al parecer, rezaban por nuestros pecados. No les presté demasiada atención, me aburren, busqué a mis compañeros y nos sumamos a la manifestación. Bajando por Carretas, una joven, blandiendo un crucifijo, acercándolo y alejándolo de mi cara, lo repitió, ¡Te vas a condenar!, tal cual, en singular, a mí que iba rodeado de miles de “pecadores”. Es verdad, en esta ocasión, ni tan siquiera había coreado los eslóganes que repetían los participantes de tan singular evento.
También estaba roja, no se si de ira o por exceso de temperatura, Madrid se derretía en aquel momento. Lo que no coincidía era la indumentaria; austeras y recatadas, faldas largas y el cuello de las camisas abotonado, en Mataporquera, pantalones si no cortos, cortísimos, camiseta ombliguera y las etiquetas de la ropa interior bien visibles- una no paga una pasta por las braguitas de cierta marca para que luego no se vean-, en Madrid. Tampoco encontré semejanzas en las miradas; firmes, quizás hieráticas, las unas, lunáticas y fundamentalistas, las otras, las del siglo XXI. Me asusté, Einstein decía que la estupidez humana era (probablemente, también el universo) la única infinitud que él conocía, y seguramente tenía razón.
Huí de allí, camino de los viejos lugares, de los sonidos de siempre, del añorado vacío de un Madrid agosteño. Pero no, ellos deambulaban por doquier, exhibían sus distintivos religiosos sin pudor, manifestaban su omnipresencia con prepotencia, incluso hasta algunos monjes rijosos - ¿qué coño llevaban debajo del hábito?- se permitían danzar en mitad de la plaza Santa Ana. Perdí la libido, o, tal vez, me la robaron, no lo sé, pero me empieza a preocupar, pues mi farmacéutica no acierta con esa fórmula magistral que me permita recuperar ese estado de sátiro desbocado y pecador que tanto me satisface.
¿Pecador?... no lo había pensado; pago los impuestos que me corresponden, cumplo cabalmente con las normas de tráfico, con mis deberes cotidianos y familiares, rara vez falto a mi trabajo y, por supuesto, no promuevo guerras, cruzadas, inquisiciones, violencia de género, discriminaciones o paidofilia. El sexo sí, me encanta, lo retomaré cuando... ¡me devuelvan mi libido!.
Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
-¡A la mierda el señor arzobispo!
El improperio estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: “¡A la mierda el señor arzobispo!”.
El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez
jueves, 26 de mayo de 2011
Retahílas
Tengo suficiente edad para recordar, es posible que con cierto desorden, la frenética actividad que se desplegaba en torno a la cantera de la fábrica Unquinesa. Sentado entre matorrales, en un pequeño altozano situado junto a la cantera, contemplaba aquel ir y venir de multitud de trabajadores que arrancaban la piedra caliza para su posterior transformación en los hornos. Recuerdos en sepia de un pasado remoto: mulos tirando de vagonetas, obreros horodando la roca con barras y mazas, el penoso transportar de la dinamita- su sonido seco y la inmediata lluvia de pedruscos-, la sirena y un interminable desfilar de trabajadores sudorosos y agotados.
Un buen día me monté en un tren y todo aquello desapareció de mi horizonte cotidiano; no se cuánto tiempo pasó hasta que volví a mi observatorio privado, pero aquello había cambiado radicalmente, ya no se divisaban mulos ni vagonetas, sino potentes excavadoras y cintas transportadoras; tampoco se veían obreros, apenas media docena. En principio me alegré, habían desaparecido algunos trabajos que era mejor no recordar, pero inmediatamente sentí un incómodo desasosiego, me pregunté por el destino de aquellos trabajadores que ya no estaban allí, por el de sus hijos, antiguos amigos míos, por sus esperanzas, por sus planes truncados.
Todos nosotros sabemos que aquello no terminó allí; bien por el implacable avance de la tecnología, bien por la mala cabeza de los directivos o bien por las torpezas de nuestros dirigentes políticos, hemos visto a lo largo de todos estos años muchos cambios de actividad, cierres patronales, reconversiones y, al abrigo de esa maldad llamada globalización, deslocalizaciones industriales. Atrás, truncados quedaron, de nuevo, los sueños, las esperanzas y el futuro de muchas personas. Es como una maldición cíclica, que se se repite inmisericorde, que aparece cada cierto tiempo cobrándose nuestros anhelos, bebiéndose nuestros desvelos y riéndose de nuestras previsiones.
Pero se nos olvida, enseguida recobramos nuestro optimismo, retiramos de nuestro pensamiento a los que se quedaron apartados en el camino, a los que perdieron el tren, a los que se enriquecieron a base de fechorías y, ¡hala!, a consumir. Qué nos importan los fracasados, los africanos en patera, los marginados, los machacados por el sistema. Perdimos el pudor, ni tan siquiera disimulamos, lo único que hace historia es un Madrid- Barcelona, la profundidad filosófica de Belén Esteban o los pautados rebuznos de ese al que dicen Mou.
¿Tienes problemas? ¿Qué tus hijos comparten banco escolar con un inmigrante? No te preocupes, nosotros tenemos la solución, en los colegios privados que financiamos con dinero púbico los únicos inmigrantes son los hijos del embajador. ¿Qué has tenido que esperar en la cola del médico porque unos cuantos negros demandaban atención médica? ¿Qué me dices? En nuestros hospitales privados financiados con dinero público no tienen cabida los de las pateras. Además salen más baratos, che, una bicoca, pues a los gordos, asmáticos, sidosos y demás gente mal alimentada los enviamos a los hospitales públicos. Si es que no hay gente más barata que los guapos y delgados. ¿Qué pagas impuestos? Coño, eso se dice antes, no te preocupes que en nuestro programa electoral queda claro que a partir de ahora sólo pagarán impuestos esos desagradecidos de la nómina, el resto de actividades quedará libre de impuestos, ¡Faltaría más!
Ya, todo eso está muy bien, pero fíjese Vd., Doña Espe, resulta que esos desharrapados construyeron una cooperativa en mitad del pueblo - Cooperativa Obrera la llaman- y no podemos subir los precios en nuestros establecimientos. Se organizaron y resulta que son ellos los que fijan los precios, ¡no se dónde vamos a llegar!. No se preocupen Vds, en un año, con nuestras televisiones financiadas con dinero público, convenceremos a esos desdichados que los productos de sus establecimientos son mucho mejores, dónde van Vds a parar, incluso que rejuvenecen, que estiran la piel y dan lustre al escroto. No se preocupen, todo eso lo solucionaremos con la TDT.
En otro orden de cosas - nos ponemos pomposos, luz tenue... fondo de pasodoble-, sabe Vd, Doña Espe, que en nuestras factorías tenemos trabajadores con tanta antigüedad que cuestan una pasta, y nosotros necesitamos ganar dinero, ya sabe, queremos disfrutar de nuestras vacaciones en Sicilia, perdón, un lapsus, quería decir Valencia...Que no cunda el pánico, vamos a cambiar la legislación laboral y podrán deshacerse de esos costosos trabajadores en un abrir y cerrar de ojos, y, aquí está la gracia, sustituirlos por esos jóvenes que tienen tres carreras y dos idiomas, no se asusten, ya saben Vds que son unos inútiles. Además podrán contratarlos como becarios...o como becarias por si quieren emular a Bill.
¡Qué recuerdos, che¡ Y yo allí, en la verbena, en un pueblo que se llamaba Cuena, un tipo con un acordeón y otro con un a modo de pandereta amenizaban un insulso balanceo colectivo, y no se porqué, aún recuerdo, tachín, tachín, sutil y profundo...el estribillo: Se comenta por el pueblo...que tu novio es un ligón.... Tachín.
Y era exactamente igual, te lo aseguro, que estar agarrando entre los dos un hilo cada uno por el cabo que el otro le largaba ‘toma hilo, dame hilo’, de verdad completamente así, era tejer.
Retahílas. Carmen Martín Gaite
Un buen día me monté en un tren y todo aquello desapareció de mi horizonte cotidiano; no se cuánto tiempo pasó hasta que volví a mi observatorio privado, pero aquello había cambiado radicalmente, ya no se divisaban mulos ni vagonetas, sino potentes excavadoras y cintas transportadoras; tampoco se veían obreros, apenas media docena. En principio me alegré, habían desaparecido algunos trabajos que era mejor no recordar, pero inmediatamente sentí un incómodo desasosiego, me pregunté por el destino de aquellos trabajadores que ya no estaban allí, por el de sus hijos, antiguos amigos míos, por sus esperanzas, por sus planes truncados.
Todos nosotros sabemos que aquello no terminó allí; bien por el implacable avance de la tecnología, bien por la mala cabeza de los directivos o bien por las torpezas de nuestros dirigentes políticos, hemos visto a lo largo de todos estos años muchos cambios de actividad, cierres patronales, reconversiones y, al abrigo de esa maldad llamada globalización, deslocalizaciones industriales. Atrás, truncados quedaron, de nuevo, los sueños, las esperanzas y el futuro de muchas personas. Es como una maldición cíclica, que se se repite inmisericorde, que aparece cada cierto tiempo cobrándose nuestros anhelos, bebiéndose nuestros desvelos y riéndose de nuestras previsiones.
Pero se nos olvida, enseguida recobramos nuestro optimismo, retiramos de nuestro pensamiento a los que se quedaron apartados en el camino, a los que perdieron el tren, a los que se enriquecieron a base de fechorías y, ¡hala!, a consumir. Qué nos importan los fracasados, los africanos en patera, los marginados, los machacados por el sistema. Perdimos el pudor, ni tan siquiera disimulamos, lo único que hace historia es un Madrid- Barcelona, la profundidad filosófica de Belén Esteban o los pautados rebuznos de ese al que dicen Mou.
¿Tienes problemas? ¿Qué tus hijos comparten banco escolar con un inmigrante? No te preocupes, nosotros tenemos la solución, en los colegios privados que financiamos con dinero púbico los únicos inmigrantes son los hijos del embajador. ¿Qué has tenido que esperar en la cola del médico porque unos cuantos negros demandaban atención médica? ¿Qué me dices? En nuestros hospitales privados financiados con dinero público no tienen cabida los de las pateras. Además salen más baratos, che, una bicoca, pues a los gordos, asmáticos, sidosos y demás gente mal alimentada los enviamos a los hospitales públicos. Si es que no hay gente más barata que los guapos y delgados. ¿Qué pagas impuestos? Coño, eso se dice antes, no te preocupes que en nuestro programa electoral queda claro que a partir de ahora sólo pagarán impuestos esos desagradecidos de la nómina, el resto de actividades quedará libre de impuestos, ¡Faltaría más!
Ya, todo eso está muy bien, pero fíjese Vd., Doña Espe, resulta que esos desharrapados construyeron una cooperativa en mitad del pueblo - Cooperativa Obrera la llaman- y no podemos subir los precios en nuestros establecimientos. Se organizaron y resulta que son ellos los que fijan los precios, ¡no se dónde vamos a llegar!. No se preocupen Vds, en un año, con nuestras televisiones financiadas con dinero público, convenceremos a esos desdichados que los productos de sus establecimientos son mucho mejores, dónde van Vds a parar, incluso que rejuvenecen, que estiran la piel y dan lustre al escroto. No se preocupen, todo eso lo solucionaremos con la TDT.
En otro orden de cosas - nos ponemos pomposos, luz tenue... fondo de pasodoble-, sabe Vd, Doña Espe, que en nuestras factorías tenemos trabajadores con tanta antigüedad que cuestan una pasta, y nosotros necesitamos ganar dinero, ya sabe, queremos disfrutar de nuestras vacaciones en Sicilia, perdón, un lapsus, quería decir Valencia...Que no cunda el pánico, vamos a cambiar la legislación laboral y podrán deshacerse de esos costosos trabajadores en un abrir y cerrar de ojos, y, aquí está la gracia, sustituirlos por esos jóvenes que tienen tres carreras y dos idiomas, no se asusten, ya saben Vds que son unos inútiles. Además podrán contratarlos como becarios...o como becarias por si quieren emular a Bill.
¡Qué recuerdos, che¡ Y yo allí, en la verbena, en un pueblo que se llamaba Cuena, un tipo con un acordeón y otro con un a modo de pandereta amenizaban un insulso balanceo colectivo, y no se porqué, aún recuerdo, tachín, tachín, sutil y profundo...el estribillo: Se comenta por el pueblo...que tu novio es un ligón.... Tachín.
Y era exactamente igual, te lo aseguro, que estar agarrando entre los dos un hilo cada uno por el cabo que el otro le largaba ‘toma hilo, dame hilo’, de verdad completamente así, era tejer.
Retahílas. Carmen Martín Gaite
martes, 17 de mayo de 2011
Mueran los cabrones y los campos del honor
No, no se trata de un exabrupto, se trata de una vieja novela de Benjamín Peret, de una época en la que se experimentaba con la escritura y en la que Dadá tan sólo era un payaso con alpargatas. Una novela absurda, al menos eso pensé cuando la leí hace ya muchos años sin enterarme de nada. Tan absurda como la lectura de la prensa económica actual, en la que uno constata día a día cómo los causantes de la crisis se van de rositas y determinados políticos nos intentan convencer de la bondad de unas ideas neoliberales que convierten al ciudadano medio en perjudicado y, por ende, en idiota.
Por supuesto, no entiendo nada de economía, pero dada la falta de previsión ante la crisis, no sólo de España, sino de todos los países occidentales, los estrambóticos errores de las agencias de calificación, el papel de los bancos adjudicando créditos con marchamo de inmediato impago...podría pensarse, en primera aproximación, que tampoco ellos saben una mierda de economía. Valga como prueba la falta de acuerdo entre reputados economistas sobre el origen de la crisis y, lo que es peor, sobre las posibles soluciones.
No obstante, si analizo los platos rotos, las consecuencias para amplios sectores de la población y la falta de consecuencias para una minoría, perteneciente fundamentalmente al sector financiero, empiezo a sospechar que saben de economía bastante más de lo que parece, sobre todo cuando se trata de engordar sus bolsillos. Da la impresión que, desde el sector financiero, únicamente se desarrollaron estrategias para, con la innegable colaboración de determinados sectores políticos, saquear las finanzas públicas con absoluta impunidad. Este es un fenómeno global, donde la desregulación y la falta de control sobre los flujos monetarios constituyen las pautas comunes en el obrar de todos los países occidentales.
¿Queda algo por saquear? Sorprendentemente sí, la Seguridad Social. El terreno ya ha sido abonado. En los últimos meses se han publicado en diferentes medios sesudos artículos recomendando tanto el copago como la apertura de la Seguridad Social a empresas privadas (desde luego, no se informa de quién financia a los economistas que escriben esos artículos). En algunas Comunidades Autónomas ya empezó el saqueo, sirvan como ejemplo la Comunidad de Madrid y la Comunidad Valenciana, ambas gobernadas por el PP, o, mejor dicho, por los núcleos ultraliberales del PP. La última cuchillada trapera procede de Convergència i Unió, compensando la bajada de impuestos con serias restricciones en la Sanidad Pública.
Es una pena. Pienso que la Seguridad Social es una de las pocas cosas que hemos hecho bien en este país y debemos sentirnos orgullosos por ello. Además es una ganga, pues de la comparación con el peso en el PIB con respecto a otros países occidentales se induce que es realmente barata y que nuestros médicos y enfermeras cuestan tres duros de los de cinco pesetas. Pero, no cabe duda que puede llegar a ser un magnífico negocio si se lo cedemos a determinados amiguetes. Bernardo Provenzano, el que fuera jefe supremo de la Cosa Nostra durante cuarenta años, acostumbraba a escribir: Me alegro de saber que todos gozáis de excelente salud. Lo mismo puedo decir de mí en este momento, a Dios gracias. Pues eso.
El señor Carbón había evidentemente perdido toda la razón. Lo dejé triturar sus relojes y huí a toda carrera. En una curva del camino vi un enorme guijarro de unos tres metros de alto. Me lancé de cabeza y me zambullí dentro de él. Estaba salvado. Podía contemplar el porvenir con tranquilidad. Me instalé.
Benjamín Peret
botero1957@yahoo.es
Por supuesto, no entiendo nada de economía, pero dada la falta de previsión ante la crisis, no sólo de España, sino de todos los países occidentales, los estrambóticos errores de las agencias de calificación, el papel de los bancos adjudicando créditos con marchamo de inmediato impago...podría pensarse, en primera aproximación, que tampoco ellos saben una mierda de economía. Valga como prueba la falta de acuerdo entre reputados economistas sobre el origen de la crisis y, lo que es peor, sobre las posibles soluciones.
No obstante, si analizo los platos rotos, las consecuencias para amplios sectores de la población y la falta de consecuencias para una minoría, perteneciente fundamentalmente al sector financiero, empiezo a sospechar que saben de economía bastante más de lo que parece, sobre todo cuando se trata de engordar sus bolsillos. Da la impresión que, desde el sector financiero, únicamente se desarrollaron estrategias para, con la innegable colaboración de determinados sectores políticos, saquear las finanzas públicas con absoluta impunidad. Este es un fenómeno global, donde la desregulación y la falta de control sobre los flujos monetarios constituyen las pautas comunes en el obrar de todos los países occidentales.
¿Queda algo por saquear? Sorprendentemente sí, la Seguridad Social. El terreno ya ha sido abonado. En los últimos meses se han publicado en diferentes medios sesudos artículos recomendando tanto el copago como la apertura de la Seguridad Social a empresas privadas (desde luego, no se informa de quién financia a los economistas que escriben esos artículos). En algunas Comunidades Autónomas ya empezó el saqueo, sirvan como ejemplo la Comunidad de Madrid y la Comunidad Valenciana, ambas gobernadas por el PP, o, mejor dicho, por los núcleos ultraliberales del PP. La última cuchillada trapera procede de Convergència i Unió, compensando la bajada de impuestos con serias restricciones en la Sanidad Pública.
Es una pena. Pienso que la Seguridad Social es una de las pocas cosas que hemos hecho bien en este país y debemos sentirnos orgullosos por ello. Además es una ganga, pues de la comparación con el peso en el PIB con respecto a otros países occidentales se induce que es realmente barata y que nuestros médicos y enfermeras cuestan tres duros de los de cinco pesetas. Pero, no cabe duda que puede llegar a ser un magnífico negocio si se lo cedemos a determinados amiguetes. Bernardo Provenzano, el que fuera jefe supremo de la Cosa Nostra durante cuarenta años, acostumbraba a escribir: Me alegro de saber que todos gozáis de excelente salud. Lo mismo puedo decir de mí en este momento, a Dios gracias. Pues eso.
El señor Carbón había evidentemente perdido toda la razón. Lo dejé triturar sus relojes y huí a toda carrera. En una curva del camino vi un enorme guijarro de unos tres metros de alto. Me lancé de cabeza y me zambullí dentro de él. Estaba salvado. Podía contemplar el porvenir con tranquilidad. Me instalé.
Benjamín Peret
botero1957@yahoo.es
miércoles, 19 de enero de 2011
¿Tiempo de delatores, Sr Revilla?
Aquel taxi terminó con mi ya menguada cartera. El tren había llegado con retraso a Chamartín y disponía del tiempo justo para llegar a una entrevista profesional (cuestión de alubias). Y allí estaban, en plena Castellana, con pancartas y silbatos... Cientos de monjas, con todo tipo de hábitos, gritando como posesas y reivindicando, ¡manda huevos!, libertad de enseñanza. El taxi detenido en el atasco, el contador, impertérrito, sumando pesetas, y en una tertulia radiofónica se hacían conjeturas a propósito de las futuras decisiones de un tal Felipe González, recién nombrado Presidente del Gobierno.
Después de lo que habíamos vivido, después de aquel férreo control que el franquismo y las instituciones católicas habían ejercido sobre la enseñanza, ¿qué pedían las monjas?. ¿qué hacía la palabra libertad en sus pancartas? Se trataba de una burda mixtificación, de prostituir una palabra en aras de conseguir unos fines más prosaicos, o sea, subvención y privilegios. Desgraciadamente, no es éste el único ejemplo en que un determinado grupo de opinión retuerce el significado de una palabra con objeto de manipular, presionar o, simple y llanamente, faltar a la verdad.
Valgan como ejemplos, faltaría más, los servicios de inteligencia yankees tratando de ocultar sus torpezas, destapadas en WikiLeaks, acusando a determinados ciudadanos de “delatores”, y, en versión mesa camilla y botijo, el Sr. Revilla, que recientemente nos deleitaba con una columna en el diario “El Mundo” titulada “Tiempo de delatores”.
No me sorprende, nunca me gusto este tipo. Populista, socarrón, excesivamente folclórico...un tipo tremendamente ladino y tramposo. A este individuo la ley antitabaco, que de ninguna manera prohibe fumar, salvo en determinados espacios públicos, le recuerda la posguerra, el nazismo y la Inquisición. Pues no, Sr. Revilla, cuando uno llama a las autoridades para denunciar que el vecino sacude a la señora, no está ejerciendo de delator, ni de soplón, ni de chivato: ejerce de ciudadano. De la misma manera obra quien denuncia al que no paga sus impuestos, al que construye ilegalmente, al que no arregla con suficiente diligencia los baches de la carretera y, por supuesto, a quien fuma un puro en un restaurante sin considerar si comparte espacio con asmáticos, alérgicos, embarazadas, niños...
En realidad las cosas son bastante más simples; a medida que nos civilizábamos, fuimos arrinconando determinados gestos, bien por pudor o bien por higiene. De está forma aprendimos que para hacer ciertas cosas debíamos acudir al baño, que no debíamos escupir en la calle,... ni eructar, ni emitir flatulencias en público y, mucho menos, en el restaurante. Es decir, hoy en día, las guarrerías corresponden al ámbito de lo privado. Y fumar, no lo negará, Sr. Revilla, es una guarrería bastante más cochina que las demás, es por esto que se le invita a Vd. a fumar fuera del restaurante: por higiene. Por cierto, Sr. Revilla, ¿se lava Vd. las manos después de fumar su puro?
También a Francisco Rico, miembro de la Real Academia Española, le dio por apuntarse al disparate, y después de afirmar que “domina la ley el espíritu persecutorio”, para dar más relevancia a sus críticas, concluía su artículo (“Teoría y realidad de la ley contra el fumador”, El país) con un “P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo”. Mentira, Sr. Rico, le hemos visto fumar por activa y por pasiva, aquí, allá y acullá. Además, no parece muy honrado que alguien tan alejado de la ciencia como Vd., cuestione resultados científicos que, por otra parte, tan sólo un lerdo o un ejecutivo de una tabacalera se atreven a cuestionar.
También se pronunció ese a modo de australopithecus que ejerce de alcalde de Valladolid, no me molesto en transcribir sus estúpidos chascarrillos. Tampoco me paro a reflexionar acerca del porqué los ciudadanos eligen determinados alcaldes, ...¡desdichados!
Pues no, Sr. Revilla, todos los ciudadanos tienen derechos, incluso los no fumadores, y la reivindicación de esos derechos no supone delación, sino un ejercicio de ciudadanía. Fíjese, Sr. Revilla, si realmente a los españoles nos diera por exigir los derechos que nos corresponden en materia de educación, de sanidad, de vivienda...de manera formal y organizada, ¿sería Vd. Presidente?
¿Tiempo de delatores? No, Sr. Revilla: tiempo de ciudadanos.
...Propio es de hombres de cabezas medianas el embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza. A todos nos conviene, amigos queridos, que nuestros dirigentes sean siempre los más inteligentes y los más sabios.
(Un apócrifo llamado Juan de Mairena)
botero1957@yahoo.es
Después de lo que habíamos vivido, después de aquel férreo control que el franquismo y las instituciones católicas habían ejercido sobre la enseñanza, ¿qué pedían las monjas?. ¿qué hacía la palabra libertad en sus pancartas? Se trataba de una burda mixtificación, de prostituir una palabra en aras de conseguir unos fines más prosaicos, o sea, subvención y privilegios. Desgraciadamente, no es éste el único ejemplo en que un determinado grupo de opinión retuerce el significado de una palabra con objeto de manipular, presionar o, simple y llanamente, faltar a la verdad.
Valgan como ejemplos, faltaría más, los servicios de inteligencia yankees tratando de ocultar sus torpezas, destapadas en WikiLeaks, acusando a determinados ciudadanos de “delatores”, y, en versión mesa camilla y botijo, el Sr. Revilla, que recientemente nos deleitaba con una columna en el diario “El Mundo” titulada “Tiempo de delatores”.
No me sorprende, nunca me gusto este tipo. Populista, socarrón, excesivamente folclórico...un tipo tremendamente ladino y tramposo. A este individuo la ley antitabaco, que de ninguna manera prohibe fumar, salvo en determinados espacios públicos, le recuerda la posguerra, el nazismo y la Inquisición. Pues no, Sr. Revilla, cuando uno llama a las autoridades para denunciar que el vecino sacude a la señora, no está ejerciendo de delator, ni de soplón, ni de chivato: ejerce de ciudadano. De la misma manera obra quien denuncia al que no paga sus impuestos, al que construye ilegalmente, al que no arregla con suficiente diligencia los baches de la carretera y, por supuesto, a quien fuma un puro en un restaurante sin considerar si comparte espacio con asmáticos, alérgicos, embarazadas, niños...
En realidad las cosas son bastante más simples; a medida que nos civilizábamos, fuimos arrinconando determinados gestos, bien por pudor o bien por higiene. De está forma aprendimos que para hacer ciertas cosas debíamos acudir al baño, que no debíamos escupir en la calle,... ni eructar, ni emitir flatulencias en público y, mucho menos, en el restaurante. Es decir, hoy en día, las guarrerías corresponden al ámbito de lo privado. Y fumar, no lo negará, Sr. Revilla, es una guarrería bastante más cochina que las demás, es por esto que se le invita a Vd. a fumar fuera del restaurante: por higiene. Por cierto, Sr. Revilla, ¿se lava Vd. las manos después de fumar su puro?
También a Francisco Rico, miembro de la Real Academia Española, le dio por apuntarse al disparate, y después de afirmar que “domina la ley el espíritu persecutorio”, para dar más relevancia a sus críticas, concluía su artículo (“Teoría y realidad de la ley contra el fumador”, El país) con un “P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo”. Mentira, Sr. Rico, le hemos visto fumar por activa y por pasiva, aquí, allá y acullá. Además, no parece muy honrado que alguien tan alejado de la ciencia como Vd., cuestione resultados científicos que, por otra parte, tan sólo un lerdo o un ejecutivo de una tabacalera se atreven a cuestionar.
También se pronunció ese a modo de australopithecus que ejerce de alcalde de Valladolid, no me molesto en transcribir sus estúpidos chascarrillos. Tampoco me paro a reflexionar acerca del porqué los ciudadanos eligen determinados alcaldes, ...¡desdichados!
Pues no, Sr. Revilla, todos los ciudadanos tienen derechos, incluso los no fumadores, y la reivindicación de esos derechos no supone delación, sino un ejercicio de ciudadanía. Fíjese, Sr. Revilla, si realmente a los españoles nos diera por exigir los derechos que nos corresponden en materia de educación, de sanidad, de vivienda...de manera formal y organizada, ¿sería Vd. Presidente?
¿Tiempo de delatores? No, Sr. Revilla: tiempo de ciudadanos.
...Propio es de hombres de cabezas medianas el embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza. A todos nos conviene, amigos queridos, que nuestros dirigentes sean siempre los más inteligentes y los más sabios.
(Un apócrifo llamado Juan de Mairena)
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jueves, 19 de agosto de 2010
Varón Dandy
Van con la casa, en el mismo lote; vienen con las tejas, las puertas, las ventanas...¡los ineludibles vecinos!. Existen de todas las características posibles, a mí me correspondió el lote prehistórico, rara avis, una singularidad en la evolución, pues mis vecinos descienden directamente de los “Homo antecessor” de la Gran Dolina de Atapuerca.
En este tórrido verano, aquí, en la Corte, ventanas abiertas, el bullicio ha resultado insufrible. Así, encadenando noches en vela, planeando asesinatos virtuales, mirando de reojo a la crisis, han pasado los días y ya se vislumbra el final de este anodino agosto. Me crucé con él esta mañana, con el vecino, camiseta de tirantes, un a modo de gayumbos y ese andar oscilante rascándose frenéticamente la entrepierna. Lo que me pasmó fue el olor; no piensen mal, no se trataba del sobaquillo, ¡joder!, olía a Varón Dandy.
Es verdad, a decir de los incesantes mensajes publicitarios, que las fragancias te transportan a paraísos indescriptibles.Yo, es este caso, de súbito, me vi sentado en la silla giratoria del Turuta: chaval, te voy a poner una colonia para que se te acerquen las chavalas; descuiden, no surtía efecto ni a la de tres. Inolvidable, siempre cariñoso, incluso con los obligatoriamente obligados. A mí, después de mis malas notas, me llevaba mi padre de las orejas, corte de pelo al cero, que ya no se lleva eso, sin rechistar y que no quede un pelo más largo que otro. Como consuelo, dandydazo, y abandonaba la peluquería dando tumbos, literalmente embriagado por aquella “varonil” fragancia.
Es curioso, las dos barberías, pues así se decía antaño, con sus incondicionales, sus chismosas tertulias, generaban una sutil división en aquella sociedad aprisionada entre las dos fábricas. Los había pepistas y turutianos; probablemente no nos equivoquemos si aderezamos la división con las connotaciones sociales al uso, ¿dónde acudían, pues, el sargento, el médico, el maestro y el sacerdote? ¿Pepistas?
Tórrido verano éste; leí a Castelar: “¡Alá es grande en el Gurugú!”, y otra vez en el Gurugú, preguntándome por la suerte de Don Olegario Blanco; ya lo mencioné en alguna ocasión, la historia del pueblo discurre en paralelo a la historia del Gurugú. Me refugié en Blanco White, mi renegado favorito, “...la Virgen del Carmen, que es la patrona de pícaros y vagabundos en España” (cito, por si generase confusión, su procedencia: “Cartas de España”, carta quinta). Y ya estamos en la verbena, no pude evitar cierta nostalgia a la vez que tristeza, estaba allí pero me sentía ausente. Me evadí con Henning Mankell, buscando el frío del norte, y me encontré a una sociedad muy distinta a la que yo había idealizado, parece que esto de la globalización nos coloca a todos en el mismo andén, una pena.
Tórrido verano, al albur de taurinos y antitaurinos, la España de charanga y pandereta, tan machadiana, de toreros con el escapulario de la Virgen del Carmen. Han vuelto, los de la caspa, los de los cuernos y la maté porque era mía o porque no era mía, !qué más da¡. Mal asunto.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
Antonio Machado: “El mañana efímero”
botero1957@yahoo.es
En este tórrido verano, aquí, en la Corte, ventanas abiertas, el bullicio ha resultado insufrible. Así, encadenando noches en vela, planeando asesinatos virtuales, mirando de reojo a la crisis, han pasado los días y ya se vislumbra el final de este anodino agosto. Me crucé con él esta mañana, con el vecino, camiseta de tirantes, un a modo de gayumbos y ese andar oscilante rascándose frenéticamente la entrepierna. Lo que me pasmó fue el olor; no piensen mal, no se trataba del sobaquillo, ¡joder!, olía a Varón Dandy.
Es verdad, a decir de los incesantes mensajes publicitarios, que las fragancias te transportan a paraísos indescriptibles.Yo, es este caso, de súbito, me vi sentado en la silla giratoria del Turuta: chaval, te voy a poner una colonia para que se te acerquen las chavalas; descuiden, no surtía efecto ni a la de tres. Inolvidable, siempre cariñoso, incluso con los obligatoriamente obligados. A mí, después de mis malas notas, me llevaba mi padre de las orejas, corte de pelo al cero, que ya no se lleva eso, sin rechistar y que no quede un pelo más largo que otro. Como consuelo, dandydazo, y abandonaba la peluquería dando tumbos, literalmente embriagado por aquella “varonil” fragancia.
Es curioso, las dos barberías, pues así se decía antaño, con sus incondicionales, sus chismosas tertulias, generaban una sutil división en aquella sociedad aprisionada entre las dos fábricas. Los había pepistas y turutianos; probablemente no nos equivoquemos si aderezamos la división con las connotaciones sociales al uso, ¿dónde acudían, pues, el sargento, el médico, el maestro y el sacerdote? ¿Pepistas?
Tórrido verano éste; leí a Castelar: “¡Alá es grande en el Gurugú!”, y otra vez en el Gurugú, preguntándome por la suerte de Don Olegario Blanco; ya lo mencioné en alguna ocasión, la historia del pueblo discurre en paralelo a la historia del Gurugú. Me refugié en Blanco White, mi renegado favorito, “...la Virgen del Carmen, que es la patrona de pícaros y vagabundos en España” (cito, por si generase confusión, su procedencia: “Cartas de España”, carta quinta). Y ya estamos en la verbena, no pude evitar cierta nostalgia a la vez que tristeza, estaba allí pero me sentía ausente. Me evadí con Henning Mankell, buscando el frío del norte, y me encontré a una sociedad muy distinta a la que yo había idealizado, parece que esto de la globalización nos coloca a todos en el mismo andén, una pena.
Tórrido verano, al albur de taurinos y antitaurinos, la España de charanga y pandereta, tan machadiana, de toreros con el escapulario de la Virgen del Carmen. Han vuelto, los de la caspa, los de los cuernos y la maté porque era mía o porque no era mía, !qué más da¡. Mal asunto.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
Antonio Machado: “El mañana efímero”
botero1957@yahoo.es
domingo, 6 de junio de 2010
El molino
Con la que está cayendo resulta reconfortante volver a ver American Graffiti, no sólo por sentirse joven una vez más, sino por aquello de reflexionar sobre en qué lugar del camino perdimos el rumbo. Si bien la película narra una despedida en el último verano de la adolescencia, desde la óptica actual, con esta crisis que nos corroe, bien podría considerarse un adiós a una época irrepetible. Claro que nosotros, corría el año 62, emergiendo de aquel autarquismo cuartelero , difícilmente pudimos disfrutar de aquella prosperidad que envolvía el mundo occidental, pero esto no resta generalidad.
Para Paul Krugman, premio Nobel de Economía, aquella época resultó ser el paradigma de la prosperidad económica, entendida ésta como un reparto equitativo de la riqueza. Sin abusar de cifras macroeconómicas, es el momento en el que se minimiza la diferencia entre salarios altos y bajos y en el que una familia, con un único sueldo, podía comprar casa, automóvil, electrodomésticos y enviar a sus hijos a la Universidad. Aquello ya pasó, llegaron los Reagan, Thatcher y demás, los neoliberales, con su política de bajos impuestos para los más ricos, y convirtieron Occidente en un remedo del XIX. Aquí también nos llegó la ola, cómo no, recuerden aquel España va bien, y, de repente, casi beodos, nos dimos cuenta que con dos sueldos, lo de comprar casa y ajuar resultaba tremendamente complicado; tal como van las cosas, y por eso de terminar con la hipoteca, probablemente acabemos “emparejándonos” de tres en tres.
Realmente, cuando nos despedimos aquel verano, todos tuvimos nuestro último verano, no esperábamos esto; soñábamos con un mundo distinto, un mundo sin diferencias ni discriminaciones, sin violencia y, sobre todo, sin pobreza. ¿Dónde nos equivocamos?. Leo las cifras de paro juvenil, cerca de un 40 %, y pienso si mereció la pena tanto viaje para llegar al mismo sitio. Algunos dicen que en los 80 fue peor, no lo se, pero en este país los jóvenes nunca fueron bien vistos, y si alguien ha de pagar por tanto desatino, ¡que lo paguen los jóvenes¡
Salvando las distancias, recuerdo que un grupo de jóvenes, en virtud de la carencia de expectativas de ocio en Mataporquera, fundó una especie de club; estaba ubicado en una casa a las afueras, un lugar al que decían “El Molino”. Con esfuerzo e imaginación aquellos muchachos decoraron el local según los gustos del momento, aún recuerdo los excesos cromáticos en las paredes, y adquirieron un magnífico giradiscos. Gracias a su iniciativa pude asistir a mi primer guateque, y por qué no , al primer ataque de timidez y a la primera negativa. Desgraciadamente, por primera vez, viví el desprecio de los adultos a toda iniciativa juvenil... ¡arriba la tradición y muera la creatividad! . Los comentarios en “la cope” fueron siniestros: antro de perdición, panda de golfos, escondite de vagos...en fin, confianza a raudales. Y cómo no, la prohibición: ¡ni se te ocurra ir al Molino¡. Pues sí, yo acudí en diversas ocasiones, escuché aquellos vinilos, me fumé los primeros cigarrillos y contemplé lujurioso a las primeras muchachas. Y, además, disfruté. Apenas recuerdo los nombres de aquellos muchachos, pero creo que va siendo hora de felicitarles por colocar una bombilla en aquel lugar gris y oscuro llamado Mataporquera.
Releo algunos correos de antiguos alumnos, todos en el extranjero, y encuentro una pauta común: “Mientras en España, con todo mi currículum, no era más que un gilipollas, aquí me tratan de Vd”. He visto al embajador inglés en el aeropuerto del Prat, con su traje de raya diplomática, despedir con una pancarta a la enfermera número mil que huía hacia Inglaterra. O sea, nosotros pagamos su formación y ellos, los ingleses, disfrutan de su competencia profesional. Definitivamente, parodiando a los hermanos Cohen, éste no es un país para jóvenes.
No espero nada, llevamos muchos años ya sin que estos políticos que nos ha tocado votar alcancen acuerdo alguno. Decía el profesor Fabián Estapé que las promociones académicas son como las cosechas de vino, de vez en cuando surge una añada extraordinaria. Vistos los políticos actuales desde esta perspectiva, diríase que nos salió un vino peleón.
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas.»
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
(Ángel González)
botero1957@yahoo.es
Para Paul Krugman, premio Nobel de Economía, aquella época resultó ser el paradigma de la prosperidad económica, entendida ésta como un reparto equitativo de la riqueza. Sin abusar de cifras macroeconómicas, es el momento en el que se minimiza la diferencia entre salarios altos y bajos y en el que una familia, con un único sueldo, podía comprar casa, automóvil, electrodomésticos y enviar a sus hijos a la Universidad. Aquello ya pasó, llegaron los Reagan, Thatcher y demás, los neoliberales, con su política de bajos impuestos para los más ricos, y convirtieron Occidente en un remedo del XIX. Aquí también nos llegó la ola, cómo no, recuerden aquel España va bien, y, de repente, casi beodos, nos dimos cuenta que con dos sueldos, lo de comprar casa y ajuar resultaba tremendamente complicado; tal como van las cosas, y por eso de terminar con la hipoteca, probablemente acabemos “emparejándonos” de tres en tres.
Realmente, cuando nos despedimos aquel verano, todos tuvimos nuestro último verano, no esperábamos esto; soñábamos con un mundo distinto, un mundo sin diferencias ni discriminaciones, sin violencia y, sobre todo, sin pobreza. ¿Dónde nos equivocamos?. Leo las cifras de paro juvenil, cerca de un 40 %, y pienso si mereció la pena tanto viaje para llegar al mismo sitio. Algunos dicen que en los 80 fue peor, no lo se, pero en este país los jóvenes nunca fueron bien vistos, y si alguien ha de pagar por tanto desatino, ¡que lo paguen los jóvenes¡
Salvando las distancias, recuerdo que un grupo de jóvenes, en virtud de la carencia de expectativas de ocio en Mataporquera, fundó una especie de club; estaba ubicado en una casa a las afueras, un lugar al que decían “El Molino”. Con esfuerzo e imaginación aquellos muchachos decoraron el local según los gustos del momento, aún recuerdo los excesos cromáticos en las paredes, y adquirieron un magnífico giradiscos. Gracias a su iniciativa pude asistir a mi primer guateque, y por qué no , al primer ataque de timidez y a la primera negativa. Desgraciadamente, por primera vez, viví el desprecio de los adultos a toda iniciativa juvenil... ¡arriba la tradición y muera la creatividad! . Los comentarios en “la cope” fueron siniestros: antro de perdición, panda de golfos, escondite de vagos...en fin, confianza a raudales. Y cómo no, la prohibición: ¡ni se te ocurra ir al Molino¡. Pues sí, yo acudí en diversas ocasiones, escuché aquellos vinilos, me fumé los primeros cigarrillos y contemplé lujurioso a las primeras muchachas. Y, además, disfruté. Apenas recuerdo los nombres de aquellos muchachos, pero creo que va siendo hora de felicitarles por colocar una bombilla en aquel lugar gris y oscuro llamado Mataporquera.
Releo algunos correos de antiguos alumnos, todos en el extranjero, y encuentro una pauta común: “Mientras en España, con todo mi currículum, no era más que un gilipollas, aquí me tratan de Vd”. He visto al embajador inglés en el aeropuerto del Prat, con su traje de raya diplomática, despedir con una pancarta a la enfermera número mil que huía hacia Inglaterra. O sea, nosotros pagamos su formación y ellos, los ingleses, disfrutan de su competencia profesional. Definitivamente, parodiando a los hermanos Cohen, éste no es un país para jóvenes.
No espero nada, llevamos muchos años ya sin que estos políticos que nos ha tocado votar alcancen acuerdo alguno. Decía el profesor Fabián Estapé que las promociones académicas son como las cosechas de vino, de vez en cuando surge una añada extraordinaria. Vistos los políticos actuales desde esta perspectiva, diríase que nos salió un vino peleón.
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas.»
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
(Ángel González)
botero1957@yahoo.es
viernes, 12 de marzo de 2010
Sucio, triste y enlutado
Siempre disfruté de los relatos escritos por viajeros, bien por el afán de conocer otros pueblos, otras gentes, o bien porque sus autores aportan nuevas miradas sobre destinos ya conocidos. La sorpresa surge cuando uno de estos viajeros escribe sobre tu pueblo, sobre Mataporquera.
Encontré el relato en la hemeroteca de ABC (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1966/06/10/025.html), publicado el 10 de julio de 1966 bajo el título La campana y el cierzo, escrito por Luis Valderrama Modrón, un autor sobre el que no tenía ninguna referencia. Sorprende, más aún, cuando en su biografía (http://www.aat.es/aat.html), leo que escribió su primera comedia a los dieciocho años en Mataporquera. Esto aporta, no sólo solvencia, sino también credibilidad a su relato; un relato duro, y a la vez tierno, pero certero, tremendamente certero.
Usa el autor, a modo de Valle-Inclán, los adjetivos de tres en tres; así, en una ocasión nos dice que Mataporquera es un pueblo desalineado, sucio y triste, y, en otra, que Mataporquera es un pueblo sucio, triste y enlutado. La tristeza y la suciedad son recurrentes en el relato, salvo en el cementerio : No existe tristeza o temor en este silencioso rincón. Distingue el autor entre las cumbres tapizadas de nieve y la oscuridad de la hondonada, como consecuencia del humo de las fábricas; entre el equilibrio, la espiritualidad y la esperanza en la parte alta, y el esfuerzo, la extenuación y el cansancio en la parte baja, el barrio de arriba y... el de abajo, siempre hubo clases.
Es difícil, salvo matices, encontrar fisuras en el relato. Esto nos lleva a una cuestión delicada, nos lleva a preguntarnos si es cierto que el medio en el que crecemos y nos educamos moldea nuestro carácter. Si es así, ¡aviados estamos!.
Nos guste o no, es su particular mirada. En lo que a mi respecta, me quedo con el cierzo, mi añorado viento del norte, que, como bien dice Luis Valderrama,
Sale de las altas cumbres nevadas y al besar tímidamente nuestra faz se convierte en viajero vagabundo. Es el cierzo de una juventud inquieta y soñadora que en las tardes domingueras de verano paseaba su ilusión bajo la húmeda sombra de robles y fresnos. Es la infinita tristeza del primer fracaso y el recuerdo de la amada, eternamente ausente y que jamás regresará.
Encontré el relato en la hemeroteca de ABC (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1966/06/10/025.html), publicado el 10 de julio de 1966 bajo el título La campana y el cierzo, escrito por Luis Valderrama Modrón, un autor sobre el que no tenía ninguna referencia. Sorprende, más aún, cuando en su biografía (http://www.aat.es/aat.html), leo que escribió su primera comedia a los dieciocho años en Mataporquera. Esto aporta, no sólo solvencia, sino también credibilidad a su relato; un relato duro, y a la vez tierno, pero certero, tremendamente certero.
Usa el autor, a modo de Valle-Inclán, los adjetivos de tres en tres; así, en una ocasión nos dice que Mataporquera es un pueblo desalineado, sucio y triste, y, en otra, que Mataporquera es un pueblo sucio, triste y enlutado. La tristeza y la suciedad son recurrentes en el relato, salvo en el cementerio : No existe tristeza o temor en este silencioso rincón. Distingue el autor entre las cumbres tapizadas de nieve y la oscuridad de la hondonada, como consecuencia del humo de las fábricas; entre el equilibrio, la espiritualidad y la esperanza en la parte alta, y el esfuerzo, la extenuación y el cansancio en la parte baja, el barrio de arriba y... el de abajo, siempre hubo clases.
Es difícil, salvo matices, encontrar fisuras en el relato. Esto nos lleva a una cuestión delicada, nos lleva a preguntarnos si es cierto que el medio en el que crecemos y nos educamos moldea nuestro carácter. Si es así, ¡aviados estamos!.
Nos guste o no, es su particular mirada. En lo que a mi respecta, me quedo con el cierzo, mi añorado viento del norte, que, como bien dice Luis Valderrama,
Sale de las altas cumbres nevadas y al besar tímidamente nuestra faz se convierte en viajero vagabundo. Es el cierzo de una juventud inquieta y soñadora que en las tardes domingueras de verano paseaba su ilusión bajo la húmeda sombra de robles y fresnos. Es la infinita tristeza del primer fracaso y el recuerdo de la amada, eternamente ausente y que jamás regresará.
viernes, 12 de febrero de 2010
Lana
Recientemente leí en “El Comercio” que el Decano de la Facultad de Química de Oviedo afirmaba conocer la ropa interior de todos sus alumnos. Al parecer el tipo andaba un tanto ofendido y, en contra del buen hacer de un científico, a partir de la ansiedad que le provocaban tales destellos cromáticos, extrapolaba una descripción universal de la juventud actual.
He aquí un tipo desnortado, uno de esos individuos que no entienden de perspectivas, ni de cambios en los marcos referenciales. Se trata de un tipo de mi generación, un sujeto que no se percata que el mostrar o no la ropa interior no define nada, que lo que realmente define a los ciudadanos es el si hacen o no hacen trampas, si pagan o no pagan sus impuestos, si se aprovechan o no se aprovechan de otras personas...
Es verdad, mi generación no mostraba la ropa interior; pero esto no evitó que determinados individuos caminen hoy enfangados por todo tipo de corruptelas. ¿Qué me dicen de los implicados del caso Gürtel? Estoy convencido que estos individuos, cuando estaban en la Facultad, vestían con absoluto recato; mírenles ahora... ¡menuda banda!
Siento no haber disfrutado en mi juventud de tal cromatismo, de tales licencias en la indumentaria. Lo nuestro fue realmente soso: prendas que por ocultar, no sólo ocultaban la ropa interior, ocultaban hasta las formas. Cuellos altos, gruesos jerséis, chaquetas de lana tan largas que estuvimos a punto de exterminar las ovejas, pellizas unisex...nos conferían un aspecto asexuado, como si el tener formas, el destacar geometrías, fuese pecado.¡Qué pavos!
Lamentablemente, con el exceso de lana no sólo ocultábamos nuestro cuerpos, sino que también aprendimos a ocultar nuestros sentimientos, nuestros anhelos y nuestras frustraciones. Gente gris envuelta en lana. Aquella muchacha, sí, la que estaba sentada a la entrada del Gurugu, la que combinaba una de esas largas chaquetas de lana color crema con tejanos, ¿qué ocultaba detrás de tanta lana? ¿La ropa interior? No, sólo ocultaba el miedo a vivir.
Y otra vez en el Gurugu; no se porqué, últimamente, por unas y otras razones, termino hablando del Gurugu. De alguna manera, las transformaciones experimentadas por ese local son fiel reflejo de la evolución sufrida por Mataporquera. El Gurugu encierra mucha historia y en el Gurugu confluyen muchas pequeñas historias.
Estuve en la infantería, en Corea, y coincidí con bastante gente malvada. Pero a los peores que jamás he conocido me los encontré cuando trabajaba en la Universidad".
( Robert B. Parker)
He aquí un tipo desnortado, uno de esos individuos que no entienden de perspectivas, ni de cambios en los marcos referenciales. Se trata de un tipo de mi generación, un sujeto que no se percata que el mostrar o no la ropa interior no define nada, que lo que realmente define a los ciudadanos es el si hacen o no hacen trampas, si pagan o no pagan sus impuestos, si se aprovechan o no se aprovechan de otras personas...
Es verdad, mi generación no mostraba la ropa interior; pero esto no evitó que determinados individuos caminen hoy enfangados por todo tipo de corruptelas. ¿Qué me dicen de los implicados del caso Gürtel? Estoy convencido que estos individuos, cuando estaban en la Facultad, vestían con absoluto recato; mírenles ahora... ¡menuda banda!
Siento no haber disfrutado en mi juventud de tal cromatismo, de tales licencias en la indumentaria. Lo nuestro fue realmente soso: prendas que por ocultar, no sólo ocultaban la ropa interior, ocultaban hasta las formas. Cuellos altos, gruesos jerséis, chaquetas de lana tan largas que estuvimos a punto de exterminar las ovejas, pellizas unisex...nos conferían un aspecto asexuado, como si el tener formas, el destacar geometrías, fuese pecado.¡Qué pavos!
Lamentablemente, con el exceso de lana no sólo ocultábamos nuestro cuerpos, sino que también aprendimos a ocultar nuestros sentimientos, nuestros anhelos y nuestras frustraciones. Gente gris envuelta en lana. Aquella muchacha, sí, la que estaba sentada a la entrada del Gurugu, la que combinaba una de esas largas chaquetas de lana color crema con tejanos, ¿qué ocultaba detrás de tanta lana? ¿La ropa interior? No, sólo ocultaba el miedo a vivir.
Y otra vez en el Gurugu; no se porqué, últimamente, por unas y otras razones, termino hablando del Gurugu. De alguna manera, las transformaciones experimentadas por ese local son fiel reflejo de la evolución sufrida por Mataporquera. El Gurugu encierra mucha historia y en el Gurugu confluyen muchas pequeñas historias.
Estuve en la infantería, en Corea, y coincidí con bastante gente malvada. Pero a los peores que jamás he conocido me los encontré cuando trabajaba en la Universidad".
( Robert B. Parker)
jueves, 4 de febrero de 2010
Jabón Lagarto
Decía el Profesor Bernabeu que un láser es el equivalente moderno de la navaja suiza: sirve tanto para cortar una chapa de acero como para tallar una córnea, leer un CD, trasladar información y medir distancias astronómicas o atómicas. Algo similar sucede con el jabón Lagarto, éste también sirve para todo: para lavar la ropa, para la higiene personal, para los granos, la alopecia, la dermatitis atópica, las hemorroides, el estreñimiento y, por supuesto, para limpiar pasiones y blanquear pecados.
No es que quiera llevar la contraria a nadie, pero en el caso del jabón Lagarto me declaro escéptico. Primero, porque lo pinten como lo pinten, contiene sosa caústica, el hidróxido de sodio de los Químicos, y esto, por tener un pH excesivo, no puede ser bueno para la piel. En segundo lugar, que un producto elaborado a partir de grasas animales (sebos) y sosa sea más eficaz que otros productos, obtenidos como resultado de miles de horas de investigación e inversiones millonarias, resulta, cuando menos, desolador. Si cualquier problema en la piel se arregla con jabón Lagarto, ¿para qué queremos a los Dermatólogos?
Definitivamente, nunca me gustó el jabón Lagarto; a mí lo que me gustaba eran las piernas de Taquina. Aquel verano, en el pueblo de los abuelos, gustaba de acompañar a las mujeres hasta el río cuando iban a hacer la colada; no había agua corriente por aquellos lares. La tarea era descomunal, atroz. Bajaban cargadas con sus baldes, sus tablas de lavar, ingentes cantidades de ropa sucia y aquellas pastillas de jabón Lagarto. Una vez en el río, arrodilladas sobre la gravilla, frotando, retorciendo, golpeando, destrozaban sus manos y marchitaban su alma. Yo, inocente niño rijoso, esperaba a que los vaivenes de Taquina sobre la tabla de lavar izasen los pliegues de su falda, para así poder contemplar con fruicción aquellas piernas nacaradas. Naturalmente, allí no había hombres, el trabajo era demasiado duro. Sólo en cierta ocasión apareció el bigote de uno de ellos, el marido de Taquina, un tipo desaliñado y malencarado: “Chaval, ¿quieres que te compre un telescopio?”. Rojo, herido, con las carcajadas de las lavanderas a modo de soniquete, huí presuroso sin mirar hacia atrás.
Volví a ver a Taquina: adornos, tintes y cremas. Habían pasado ya varios años y aún conservaba su veneno; no vi sus piernas, sino sus manos: rojas, amoratadas y agrietadas. ¡Maldito jabón Lagarto!. Con el agua corriente, al pueblo habían llegado las lavadoras, los jabones perfumados y los biocosméticos... pero ya era tarde.
Él: —Pues sí.
Ella: —Pues sí, ¿qué?
Él: —¡Yo dije pues sí!
Ella: —Pero, “pues sí”, ¿qué?
Él: —Mejor cambiemos de conversación, porque tú no me entiendes.
(Clarice Lispector)
No es que quiera llevar la contraria a nadie, pero en el caso del jabón Lagarto me declaro escéptico. Primero, porque lo pinten como lo pinten, contiene sosa caústica, el hidróxido de sodio de los Químicos, y esto, por tener un pH excesivo, no puede ser bueno para la piel. En segundo lugar, que un producto elaborado a partir de grasas animales (sebos) y sosa sea más eficaz que otros productos, obtenidos como resultado de miles de horas de investigación e inversiones millonarias, resulta, cuando menos, desolador. Si cualquier problema en la piel se arregla con jabón Lagarto, ¿para qué queremos a los Dermatólogos?
Definitivamente, nunca me gustó el jabón Lagarto; a mí lo que me gustaba eran las piernas de Taquina. Aquel verano, en el pueblo de los abuelos, gustaba de acompañar a las mujeres hasta el río cuando iban a hacer la colada; no había agua corriente por aquellos lares. La tarea era descomunal, atroz. Bajaban cargadas con sus baldes, sus tablas de lavar, ingentes cantidades de ropa sucia y aquellas pastillas de jabón Lagarto. Una vez en el río, arrodilladas sobre la gravilla, frotando, retorciendo, golpeando, destrozaban sus manos y marchitaban su alma. Yo, inocente niño rijoso, esperaba a que los vaivenes de Taquina sobre la tabla de lavar izasen los pliegues de su falda, para así poder contemplar con fruicción aquellas piernas nacaradas. Naturalmente, allí no había hombres, el trabajo era demasiado duro. Sólo en cierta ocasión apareció el bigote de uno de ellos, el marido de Taquina, un tipo desaliñado y malencarado: “Chaval, ¿quieres que te compre un telescopio?”. Rojo, herido, con las carcajadas de las lavanderas a modo de soniquete, huí presuroso sin mirar hacia atrás.
Volví a ver a Taquina: adornos, tintes y cremas. Habían pasado ya varios años y aún conservaba su veneno; no vi sus piernas, sino sus manos: rojas, amoratadas y agrietadas. ¡Maldito jabón Lagarto!. Con el agua corriente, al pueblo habían llegado las lavadoras, los jabones perfumados y los biocosméticos... pero ya era tarde.
Él: —Pues sí.
Ella: —Pues sí, ¿qué?
Él: —¡Yo dije pues sí!
Ella: —Pero, “pues sí”, ¿qué?
Él: —Mejor cambiemos de conversación, porque tú no me entiendes.
(Clarice Lispector)
jueves, 21 de enero de 2010
Papel de estraza
Café Central, 18,45 h.; saboreo una cerveza mientras espero a un colega. Ambiente entre snob y bohemio, mucho guiri, jazz de fondo. Junto a mi mesa una muchacha realiza un boceto del local según las imágenes reflejadas en el espejo de la pared. Me llama la atención el rasgar del carbón sobre el papel; no se trata de un papel al uso, indudablemente es auténtico papel de estraza.
Aritmética de papel de estraza escribí en alguna ocasión, sin reflexionar sobre la metáfora. Estas asociaciones no son fortuitas, nuestras ideas, nuestros gestos, están mediatizados inconscientemente por los recuerdos. Ahora, viendo como las manos de la artista deslizan el carbón sobre el papel, veo como adquieren forma y volumen los porqués. Retratar la realidad a través del espejo es un mirar hacia atrás, es un cambiar la derecha por la izquierda manteniendo las proporciones. Cerca de aquí, en el Callejón del Gato (hoy calle de Álvarez Gato), estaban los espejos cóncavos, la deformación como esperpento (Valle-Inclán).
Es inevitable mirar hacia atrás, no en el espacio sino en el tiempo, el pasado como añicos de un espejo (Martín Gaite). Recojo uno de esos fragmentos y veo a mi madre doblando cuidadosamente el papel de los envoltorios - para hacer cuentas-, reciclando papel reciclado; pero no, no era ese el objetivo: aquello era una economía de guerra, se aprovechaba todo. Utilizaba el papel de estraza para hacer aquellas interminables cuentas, en las que siempre me equivocaba; para estudiar los verbos, que nunca aprendí, ¡no como otros!; las otras cuentas, las del día a día, las hacía mi madre y tampoco cuadraban: economía de necesidades para sueldos exiguos. También hacían cuentas sobre el papel de estraza los tenderos, es posible que cuadrasen, a saber.
Me fascina el trabajo de la artista, mirando a través del espejo, repensando la estancia, los humos, los gestos, las soledades. Papel de estraza, carbón, un espejo y unas manos hábiles. Sigo buscando los fragmentos de mi espejo, yo también quiero mirar hacia atrás. Papel de estraza para envolver la "matanza", regalo de mis abuelos, complemento dietético en la época de la leche en polvo. Hoy en día lo dicen zumo de colesterol, pero sigue siendo igual de sabroso. Papel de estraza para el primer regalo, para la primera desilusión.
El camarero deposita la factura sobre la mesa en papel impreso, nada de papel de estraza, de cuentas a mano. 2,70 la caña de cerveza. Excesivo. Había olvidado, por un momento, que desde aquel "España va bien" nos hemos convertido en una suerte de nuevos ricos, de consumidores compulsivos, economía de desechables; no se reutiliza, se desecha; me pregunto si este frenético desechar también alcanzará a las personas, es probable que también nosotros terminemos siendo desechables. ¿Acaso jubilación anticipada no es un eufemismo de persona desechable?
Ha llegado mi colega; en los altavoces suena " Where have all the flowers gone", la vieja canción de Pete Seeger; me reconforta y me hace recordar aquellos tiempos en que éramos resistentes. Definitivamente, a ese precio no nos tomamos la cerveza, nos vamos con el cuento a otro sitio.
botero1957@yahoo.es
Aritmética de papel de estraza escribí en alguna ocasión, sin reflexionar sobre la metáfora. Estas asociaciones no son fortuitas, nuestras ideas, nuestros gestos, están mediatizados inconscientemente por los recuerdos. Ahora, viendo como las manos de la artista deslizan el carbón sobre el papel, veo como adquieren forma y volumen los porqués. Retratar la realidad a través del espejo es un mirar hacia atrás, es un cambiar la derecha por la izquierda manteniendo las proporciones. Cerca de aquí, en el Callejón del Gato (hoy calle de Álvarez Gato), estaban los espejos cóncavos, la deformación como esperpento (Valle-Inclán).
Es inevitable mirar hacia atrás, no en el espacio sino en el tiempo, el pasado como añicos de un espejo (Martín Gaite). Recojo uno de esos fragmentos y veo a mi madre doblando cuidadosamente el papel de los envoltorios - para hacer cuentas-, reciclando papel reciclado; pero no, no era ese el objetivo: aquello era una economía de guerra, se aprovechaba todo. Utilizaba el papel de estraza para hacer aquellas interminables cuentas, en las que siempre me equivocaba; para estudiar los verbos, que nunca aprendí, ¡no como otros!; las otras cuentas, las del día a día, las hacía mi madre y tampoco cuadraban: economía de necesidades para sueldos exiguos. También hacían cuentas sobre el papel de estraza los tenderos, es posible que cuadrasen, a saber.
Me fascina el trabajo de la artista, mirando a través del espejo, repensando la estancia, los humos, los gestos, las soledades. Papel de estraza, carbón, un espejo y unas manos hábiles. Sigo buscando los fragmentos de mi espejo, yo también quiero mirar hacia atrás. Papel de estraza para envolver la "matanza", regalo de mis abuelos, complemento dietético en la época de la leche en polvo. Hoy en día lo dicen zumo de colesterol, pero sigue siendo igual de sabroso. Papel de estraza para el primer regalo, para la primera desilusión.
El camarero deposita la factura sobre la mesa en papel impreso, nada de papel de estraza, de cuentas a mano. 2,70 la caña de cerveza. Excesivo. Había olvidado, por un momento, que desde aquel "España va bien" nos hemos convertido en una suerte de nuevos ricos, de consumidores compulsivos, economía de desechables; no se reutiliza, se desecha; me pregunto si este frenético desechar también alcanzará a las personas, es probable que también nosotros terminemos siendo desechables. ¿Acaso jubilación anticipada no es un eufemismo de persona desechable?
Ha llegado mi colega; en los altavoces suena " Where have all the flowers gone", la vieja canción de Pete Seeger; me reconforta y me hace recordar aquellos tiempos en que éramos resistentes. Definitivamente, a ese precio no nos tomamos la cerveza, nos vamos con el cuento a otro sitio.
botero1957@yahoo.es
lunes, 11 de enero de 2010
Tonsurado
No me hizo gracia, he llegado a una edad en la que ciertos comentarios socavan mi autoconfianza y aunque trato de no perder la compostura, determinadas chacotas, aún sin malicia, me irritan sobremanera. La peluquera, estupenda profesional, al terminar el corte de pelo, se empeñó en enseñarme su arte colocándome un espejo encima de la cabeza. Y se vio, vaya que si se vio. No se trata de una incipiente calvicie, el redondel pelado de la coronilla tiene nombre propio y la tal, muy ingeniosa, no se achantó: "con sotana, tonsurado".
Me irritó por dos razones: La primera es inmediata, empecé la quinta década y el deterioro físico se significa día sí y día también, no es necesario que nadie me lo recuerde, es evidente. La segunda razón, la que aquí interesa, es que no soy creyente, sino pensante, y lo último que puedo admitir es que alguien me vea con sotana y tonsura, ¡faltaría más!. Es verdad que esta actitud no surge de la noche a la mañana, comienza en la niñez con algún detalle, se incrementa en la adolescencia con las preguntas sin respuesta, se perfila en la juventud, cuando se constata que es prescindible y se consolida con la madurez, cuando pierdes todas las certezas, acumulas todas las dudas del mundo, y empiezas, en consecuencia, a ser sabio.
No se si puede hablar de una costumbre piadosa, pero lo cierto es que en el barrio circulaba de casa en casa un altarcillo portátil, un portapaz, con cepillo incluido. Cuando llegaba la imagen y mis padres no estaban en casa, raudo la transportaba a casa de la vecina, no fuera que alguien le diese por poner vela y empezar con las cuentas. Cuando esto no era posible, no quedaba otra que mirar el techo, dejar la imaginación fluir y esperar a que se disipasen los sonidos de las letanías. Aquellos insulsos paréntesis en mi retozar habitual conjuraban todos los demonios, revolvían los sapos y daban pie a todos los malos pensamientos posibles, tanto que, aún jovencillo llegué a entender qué significaba aquel "alzarse con el santo y la limosna".
Otro gesto, este no tan piadoso, sino de sumisión; cuando aparecía el párroco se le besaba la mano, por obligación. No sabíamos si se lavaban las manos después de evacuar la vejiga, una incómoda incógnita. De las clases de Religión, obligatorias entonces, nada puedo decir, las olvidé totalmente. Permanece en mi memoria, no obstante, el rebaño de alumnos y alumnas que en las tardes de mayo se desplazaba desde las escuela de la Unquinesa hasta la capilla, aunque desconozco el porqué.
Domingos, galas específicas y ayuno, por lo de comulgar. Se charlaba en grupos antes y después de la misa; daba la impresión que ese era el verdadero objetivo, la misa una disculpa. Al final, los señores al bar, las señoras a la cocina; aquella sociedad tenía unos roles perfectamente definidos: unos mandaban y otras servían. Una fotografía virtual, un desmayo en misa; una combinación de ayuno y regla, decían los adultos. No encontré relación entre el desmayo y la regla con la que me sacudía el maestro, ¡qué pavos éramos!
Qué lejano resulta todo, ya no se ven sotanas, y sus portadores, así como sus doctrinas, se han diluido en el olvido. A veces emergen en los noticiarios, aconsejan sin pudor, sin que nadie les pregunte; al parecer, no se percataron que ya no existe la sumisión.
botero1957@yahoo.es
Me irritó por dos razones: La primera es inmediata, empecé la quinta década y el deterioro físico se significa día sí y día también, no es necesario que nadie me lo recuerde, es evidente. La segunda razón, la que aquí interesa, es que no soy creyente, sino pensante, y lo último que puedo admitir es que alguien me vea con sotana y tonsura, ¡faltaría más!. Es verdad que esta actitud no surge de la noche a la mañana, comienza en la niñez con algún detalle, se incrementa en la adolescencia con las preguntas sin respuesta, se perfila en la juventud, cuando se constata que es prescindible y se consolida con la madurez, cuando pierdes todas las certezas, acumulas todas las dudas del mundo, y empiezas, en consecuencia, a ser sabio.
No se si puede hablar de una costumbre piadosa, pero lo cierto es que en el barrio circulaba de casa en casa un altarcillo portátil, un portapaz, con cepillo incluido. Cuando llegaba la imagen y mis padres no estaban en casa, raudo la transportaba a casa de la vecina, no fuera que alguien le diese por poner vela y empezar con las cuentas. Cuando esto no era posible, no quedaba otra que mirar el techo, dejar la imaginación fluir y esperar a que se disipasen los sonidos de las letanías. Aquellos insulsos paréntesis en mi retozar habitual conjuraban todos los demonios, revolvían los sapos y daban pie a todos los malos pensamientos posibles, tanto que, aún jovencillo llegué a entender qué significaba aquel "alzarse con el santo y la limosna".
Otro gesto, este no tan piadoso, sino de sumisión; cuando aparecía el párroco se le besaba la mano, por obligación. No sabíamos si se lavaban las manos después de evacuar la vejiga, una incómoda incógnita. De las clases de Religión, obligatorias entonces, nada puedo decir, las olvidé totalmente. Permanece en mi memoria, no obstante, el rebaño de alumnos y alumnas que en las tardes de mayo se desplazaba desde las escuela de la Unquinesa hasta la capilla, aunque desconozco el porqué.
Domingos, galas específicas y ayuno, por lo de comulgar. Se charlaba en grupos antes y después de la misa; daba la impresión que ese era el verdadero objetivo, la misa una disculpa. Al final, los señores al bar, las señoras a la cocina; aquella sociedad tenía unos roles perfectamente definidos: unos mandaban y otras servían. Una fotografía virtual, un desmayo en misa; una combinación de ayuno y regla, decían los adultos. No encontré relación entre el desmayo y la regla con la que me sacudía el maestro, ¡qué pavos éramos!
Qué lejano resulta todo, ya no se ven sotanas, y sus portadores, así como sus doctrinas, se han diluido en el olvido. A veces emergen en los noticiarios, aconsejan sin pudor, sin que nadie les pregunte; al parecer, no se percataron que ya no existe la sumisión.
botero1957@yahoo.es
jueves, 7 de enero de 2010
Sala de juegos
Qué confusos resultan a veces los recuerdos. De repente, una tarde anodina, unos pantalones cortos de color amarillo enredados en la memoria; incluso soy capaz de ubicarlos: la dueña estaba sentada en el alféizar de la ventana del salón de juegos y, francamente, los calzaba estupendamente. Esa ventana hoy pertenece al bar Carlos...
y en lugar de tu bar
me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano,
tu memoria vengué
a pedradas contra los cristales,
(Sabina)
Era el lugar de encuentro, billares y futbolines, quizás música... y un encargado, un tipo peculiar. Los muchachos jugaban o esperaban su turno para jugar; las muchachas no jugaban, tan sólo estaban. Los domingos nos vestíamos bonito (los que podían) y mostrábamos nuestra adolescencia sin pudor, naturalmente. Algunos exhibían, bien al futbolín o al billar, destrezas imposibles; otros, como yo, no dábamos pie con bola: primeras frustraciones.
También se hablaba, se miraba y se intentaba; lástima de habilidades sociales, resultábamos penosos. En el hablar estaba el partir, el relatar de los que ya partieron, el mostrar que las puertas estaban abiertas y que era preciso salir. En realidad, más que una sala de juegos al uso, era como la sala de espera de una estación. Todos esperábamos nuestro tren...
Aquel tiempo
no lo hicimos nosotros;
él fue quien nos deshizo.
Miro hacia atrás.
¿Qué queda
de esos días?
(Ángel González)
No recuerdo el nombre del local, ni el nombre del encargado, tan sólo unos pantalones cortos de color amarillo acompañados de una blusa blanca, y la necesidad de partir...
y en lugar de tu bar
me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano,
tu memoria vengué
a pedradas contra los cristales,
(Sabina)
Era el lugar de encuentro, billares y futbolines, quizás música... y un encargado, un tipo peculiar. Los muchachos jugaban o esperaban su turno para jugar; las muchachas no jugaban, tan sólo estaban. Los domingos nos vestíamos bonito (los que podían) y mostrábamos nuestra adolescencia sin pudor, naturalmente. Algunos exhibían, bien al futbolín o al billar, destrezas imposibles; otros, como yo, no dábamos pie con bola: primeras frustraciones.
También se hablaba, se miraba y se intentaba; lástima de habilidades sociales, resultábamos penosos. En el hablar estaba el partir, el relatar de los que ya partieron, el mostrar que las puertas estaban abiertas y que era preciso salir. En realidad, más que una sala de juegos al uso, era como la sala de espera de una estación. Todos esperábamos nuestro tren...
Aquel tiempo
no lo hicimos nosotros;
él fue quien nos deshizo.
Miro hacia atrás.
¿Qué queda
de esos días?
(Ángel González)
No recuerdo el nombre del local, ni el nombre del encargado, tan sólo unos pantalones cortos de color amarillo acompañados de una blusa blanca, y la necesidad de partir...
sábado, 2 de enero de 2010
La rodea
Es probable, y totalmente recomendable, que unos y otros discrepemos en un sinfín de cosas, pero si hablamos de recoger la cocina y decimos que es un auténtico coñazo, estoy seguro que no encontraremos objeciones. Hacer la vasa, se decía en Mataporquera, con “v”, pues supongo que viene de vasar, una palabra con sabor norteño, un estante en la pared o en la alacena.
Ingrata tarea, sobre todo en estas fiestas; friega que te friega, estropajo verde, estropajo metálico, jodido horno, y estropajo para la vitrocerámica; limpia las salpicaduras de la pared - siempre se me olvida -, introduce los platos en el lavavajillas, barre y después, con la rodea, seca las cazuelas...¡manda huevos!. Por supuesto, nadie te da las gracias, ni tan siquiera una afable palmadita en la espalda. Terminé, por fin, paso la fregona y a tomar por.... Bueno, falta doblar la rodea, el vulgar trapo o paño de cocina. Me gusta tratarla con cuidado, es el trapo multiusos por excelencia, sirve para todo; soy consciente de la fauna que esconde, acercarla un microscopio puede ser como una película de terror, pero no es más que eso...la inefable rodea.
En este doblar la rodea, cabe una pequeña reflexión: la palabra ha caído en desuso, al igual que la servidumbre de la mujer en la cocina. Sí, es verdad que el término persiste en el Norte, al igual que la relación mujer-cocina en cualquier región, pero, poco a poco, de manera sutil, las circunstancias van cambiando y, a juzgar por lo que evidencia el mercado profesional, puede que los varones pasemos a ser unos expertos en rodeas, rodeistas de profesión; pongamos que se nos acabó el chollo. No obstante, independientemente de lo que nos deparen los cambios sociológicos, merece la pena conservar, no las costumbres, pero sí las palabras, y rodea es una palabra con una alforja repleta de nostalgia, de sabores y de colores sepia, un legado de nuestras abuelas.
Has vaciado el estante de arriba del lavavajillas pero no el de abajo, y los platos limpios se han mezclado con los sucios: ¿y tu quieres tener sexo ahora?
(Larrie Moore.- Al pie de la escalera)
Por cierto, la pantalla de mi MacBook Pro está un tanto cochina, así que, como soy un tío con reminiscencias de gañán, la limpiaré ...¡con la rodea!
Ingrata tarea, sobre todo en estas fiestas; friega que te friega, estropajo verde, estropajo metálico, jodido horno, y estropajo para la vitrocerámica; limpia las salpicaduras de la pared - siempre se me olvida -, introduce los platos en el lavavajillas, barre y después, con la rodea, seca las cazuelas...¡manda huevos!. Por supuesto, nadie te da las gracias, ni tan siquiera una afable palmadita en la espalda. Terminé, por fin, paso la fregona y a tomar por.... Bueno, falta doblar la rodea, el vulgar trapo o paño de cocina. Me gusta tratarla con cuidado, es el trapo multiusos por excelencia, sirve para todo; soy consciente de la fauna que esconde, acercarla un microscopio puede ser como una película de terror, pero no es más que eso...la inefable rodea.
En este doblar la rodea, cabe una pequeña reflexión: la palabra ha caído en desuso, al igual que la servidumbre de la mujer en la cocina. Sí, es verdad que el término persiste en el Norte, al igual que la relación mujer-cocina en cualquier región, pero, poco a poco, de manera sutil, las circunstancias van cambiando y, a juzgar por lo que evidencia el mercado profesional, puede que los varones pasemos a ser unos expertos en rodeas, rodeistas de profesión; pongamos que se nos acabó el chollo. No obstante, independientemente de lo que nos deparen los cambios sociológicos, merece la pena conservar, no las costumbres, pero sí las palabras, y rodea es una palabra con una alforja repleta de nostalgia, de sabores y de colores sepia, un legado de nuestras abuelas.
Has vaciado el estante de arriba del lavavajillas pero no el de abajo, y los platos limpios se han mezclado con los sucios: ¿y tu quieres tener sexo ahora?
(Larrie Moore.- Al pie de la escalera)
Por cierto, la pantalla de mi MacBook Pro está un tanto cochina, así que, como soy un tío con reminiscencias de gañán, la limpiaré ...¡con la rodea!
martes, 22 de diciembre de 2009
Se fue la luz
Resultaba frecuente en aquellos tiempos, un corte en el fluido eléctrico y el inevitable “se fue la luz”; sucedía a cualquier hora, en cualquier momento, por una y otra razón. Me intrigaba esa frase, incluso me asomaba a la ventana: ¿dónde se fue la luz?. Comenzaba el baile de las velas, la cera derretida, y de repente, volvió la luz. ¿Qué era eso que iba y venía a su antojo?. Enciende la luz, apaga la luz, da la luz...Va y viene, se enciende y se apaga...Además, estaba aquello que contaba el cura de turno, el hágase la luz, el tenga Vd. fe...
Hoy en día, afortunadamente, apenas hay cortes en el suministro eléctrico y las viejas frases van dejando paso, lentamente, a otras más precisas, ligadas al verbo interrumpir: abre el interruptor, acciona el pulsador...frases que tampoco explican qué es la luz, tan sólo nos hablan de interrumpir o no la causa que permite que una bombilla incandescente emita luz. Por otra parte, a muchos niños ya no les cuentan la milonga del hágase la luz...
No disponemos aún de suficientes certezas sobre la luz. Sabemos que para ciertos fenómenos - polarización, interferencia y difracción- se comporta como una onda, una onda electromagnética; en cambio, para fenómenos tales como el efecto fotoeléctrico, se comporta como un flujo de partículas, los fotones. Este comportamiento dual es inherente al concepto de luz, aunque, hemos de reconocer, no es una explicación muy satisfactoria. Además, para introducir más confusión, sabemos que las partículas, en determinadas condiciones, también manifiestan propiedades ondulatorias. Realmente curioso: ¿Cómo algo puede estar al mismo tiempo localizado (la partícula) y disperso (la onda)?
En definitiva, si se lanza una pelota de tenis sobre una pared todos tenemos muy claro lo que sucederá inmediatamente después del choque; en cambio, si lanzamos un fotón sobre el vidrio de la ventana, esto es un tanto confuso. Según los físicos, éste se encontrará simultáneamente a ambos lados de la ventana. Naturalmente, esto es intolerable para el pensamiento clásico, pero no lo es para la Mecánica Cuántica (M.C.).
Schrödinger, uno de los padres de la M.C., a través de la paradoja del gato, nos mostró el camino: el gato no está ni vivo ni muerto, está en otro estado. Cuentan que acudía a los congresos con su mujer y su amante; tampoco estaba en una ni en otra, estaba en otro estado. Actualmente, hablamos en términos de bits, no está en el estado 0, ni en el estado 1, está en otro estado: el qubit. Estamos hablando de ordenadores cuánticos y todo lo que ello supone. Por supuesto, quien sabe de fotones es Juan Ignacio Cirac, unos de los candidatos a Nobel en 2009 y actual director de la División Teórica del Instituto Max-Planck para la Óptica Cuántica en Garching (Alemania). Aunque nacido en Manresa, se formó en la Universidad Complutense de Madrid, donde realizó su Tesis Doctoral bajo la dirección del Profesor Sánchez-Soto. De lo que no voy a hablar es de los científicos que se van y de los futbolistas que vienen...
De todo esto, al parecer, la única certeza que nos queda es que hace muchos años, allá por el 36, en este país se fue la luz y, como en cualquier corte de fluido, volvió en el 75, cuando murió el difunto. Bueno, en realidad no se si volvió la luz o tan sólo encendimos una vela.
Y para vela, la de Creedence Clearwater Revival , en aquel inolvidable “Long as I can see the light”; ¡eso sí que era luz!.
http://www.youtube.com/watch?v=SFP5afPweVI
botero1957@yahoo.es
Hoy en día, afortunadamente, apenas hay cortes en el suministro eléctrico y las viejas frases van dejando paso, lentamente, a otras más precisas, ligadas al verbo interrumpir: abre el interruptor, acciona el pulsador...frases que tampoco explican qué es la luz, tan sólo nos hablan de interrumpir o no la causa que permite que una bombilla incandescente emita luz. Por otra parte, a muchos niños ya no les cuentan la milonga del hágase la luz...
No disponemos aún de suficientes certezas sobre la luz. Sabemos que para ciertos fenómenos - polarización, interferencia y difracción- se comporta como una onda, una onda electromagnética; en cambio, para fenómenos tales como el efecto fotoeléctrico, se comporta como un flujo de partículas, los fotones. Este comportamiento dual es inherente al concepto de luz, aunque, hemos de reconocer, no es una explicación muy satisfactoria. Además, para introducir más confusión, sabemos que las partículas, en determinadas condiciones, también manifiestan propiedades ondulatorias. Realmente curioso: ¿Cómo algo puede estar al mismo tiempo localizado (la partícula) y disperso (la onda)?
En definitiva, si se lanza una pelota de tenis sobre una pared todos tenemos muy claro lo que sucederá inmediatamente después del choque; en cambio, si lanzamos un fotón sobre el vidrio de la ventana, esto es un tanto confuso. Según los físicos, éste se encontrará simultáneamente a ambos lados de la ventana. Naturalmente, esto es intolerable para el pensamiento clásico, pero no lo es para la Mecánica Cuántica (M.C.).
Schrödinger, uno de los padres de la M.C., a través de la paradoja del gato, nos mostró el camino: el gato no está ni vivo ni muerto, está en otro estado. Cuentan que acudía a los congresos con su mujer y su amante; tampoco estaba en una ni en otra, estaba en otro estado. Actualmente, hablamos en términos de bits, no está en el estado 0, ni en el estado 1, está en otro estado: el qubit. Estamos hablando de ordenadores cuánticos y todo lo que ello supone. Por supuesto, quien sabe de fotones es Juan Ignacio Cirac, unos de los candidatos a Nobel en 2009 y actual director de la División Teórica del Instituto Max-Planck para la Óptica Cuántica en Garching (Alemania). Aunque nacido en Manresa, se formó en la Universidad Complutense de Madrid, donde realizó su Tesis Doctoral bajo la dirección del Profesor Sánchez-Soto. De lo que no voy a hablar es de los científicos que se van y de los futbolistas que vienen...
De todo esto, al parecer, la única certeza que nos queda es que hace muchos años, allá por el 36, en este país se fue la luz y, como en cualquier corte de fluido, volvió en el 75, cuando murió el difunto. Bueno, en realidad no se si volvió la luz o tan sólo encendimos una vela.
Y para vela, la de Creedence Clearwater Revival , en aquel inolvidable “Long as I can see the light”; ¡eso sí que era luz!.
http://www.youtube.com/watch?v=SFP5afPweVI
botero1957@yahoo.es
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Mecánica Cuántica,
Schrödinger
jueves, 17 de diciembre de 2009
Por eso y muchas cosas más...
Al final, después de tanto titubeo, llegó el frío y con él los recuerdos. ¡Cómo me gustaba volver a casa por Navidad¡ Eran tiempos de internados y, con las vacaciones, los trenes, un albur de estudiantes con maletas, una suerte de jóvenes risueños de vuelta al hogar.
A las 8, en el mesón; vaso de vino y pipas, qué felices con tan poco; palabras y, quizás, miradas, a saber; después, con el tiempo, fue café con leche y cigarrillos, empezábamos a huir, ya teníamos media vida fuera. Al final, palmó el difunto, el país cambió, el pueblo encogió y nos fuimos repartiendo por doquier.
A través del foro empiezan a llegar señales dispersas, desde California a San Salvador de Bahía, desde Londres a Barcelona, desde Rubí a las Islas, desde Monzón a Cádiz, pasando por Burgos y Madrid y, cómo no, desde Cantabria. Para todos, para unos y otros, para próximos y para distantes, para los que un día respiraron el mismo aire, el mismo viento del Norte, para los que llevan el marchamo de Mataporquera, para los que alguna vez supieron de su existencia, incluso para un tipo simpático que gusta iconizarse con un sombrero catite: felices fiestas y buena suerte, no sólo para el 2010, sino también para los años venideros.
Brindemos para que las señales no se dispersen....
P.D. No resisto la tentación de recomendar un villancico, en blanco y negro, de los de antaño; existen muchas opciones, pero me quedo, con vuestro permiso, con uno de Luis Aguilé, sin corbata, entrañable, del que conservo un grato recuerdo:
http://www.youtube.com/watch?v=QTdzjSPZv8g
A las 8, en el mesón; vaso de vino y pipas, qué felices con tan poco; palabras y, quizás, miradas, a saber; después, con el tiempo, fue café con leche y cigarrillos, empezábamos a huir, ya teníamos media vida fuera. Al final, palmó el difunto, el país cambió, el pueblo encogió y nos fuimos repartiendo por doquier.
A través del foro empiezan a llegar señales dispersas, desde California a San Salvador de Bahía, desde Londres a Barcelona, desde Rubí a las Islas, desde Monzón a Cádiz, pasando por Burgos y Madrid y, cómo no, desde Cantabria. Para todos, para unos y otros, para próximos y para distantes, para los que un día respiraron el mismo aire, el mismo viento del Norte, para los que llevan el marchamo de Mataporquera, para los que alguna vez supieron de su existencia, incluso para un tipo simpático que gusta iconizarse con un sombrero catite: felices fiestas y buena suerte, no sólo para el 2010, sino también para los años venideros.
Brindemos para que las señales no se dispersen....
P.D. No resisto la tentación de recomendar un villancico, en blanco y negro, de los de antaño; existen muchas opciones, pero me quedo, con vuestro permiso, con uno de Luis Aguilé, sin corbata, entrañable, del que conservo un grato recuerdo:
http://www.youtube.com/watch?v=QTdzjSPZv8g
Don Marcial Lafuente Estefanía
En el 74 andaba yo enredado en eso de salir de la adolescencia, ya saben, oscilando entre la euforia desmedida y el fracaso absoluto. Un tránsito difícil, a veces angustioso, a veces hermoso. Un tránsito en el que uno iba eludiendo malamente los muchos noes que te imponían: no fumarás, no beberás, no dirás palabras malsonantes, no mentirás, no te masturbarás, no jugarás a las cartas....; en fin, una lista interminable. Naturalmente, algunos de aquellos noes tenían total justificación, cómo no, pero otros eran un dislate. Sí, lo confieso, en alguna ocasión fui a la librería a cambiar novelas de Don Marcial Lafuente Estefanía; esto es algo que hacía a escondidas, con un sentimiento de mala conciencia: no leerás las novelas de editorial Bruguera, no leerás literatura pulp, como dicen hoy los snobs.
Así que el leer aquellas novelillas de cinco pesetas pasó a ser un vicio oculto; por supuesto, si alguien me preguntaba qué estaba leyendo, respondía sin pestañear: La náusea, de Sartre. ¡Nos ha jodido!. Y en éstas llegó Serrat, en el 74, con aquel “Romance de Curro el Palmo”:
Buscando el olvido
se dio a la bebida,
al mus, las quinielas...
Y en horas perdidas
se leyó enterito
a Don Marcial Lafuente,
retratando nuestros fracasos, los de nuestros padres, los del país....
En ocasiones lucía el Sol, generalmente era una sonrisa femenina, una palmada en la espalda; otras veces, el cielo se oscurecía, barrunto de tormenta, adiós ojos negros y boca asimétrica; y, entonces, volvías a Curro “el Palmo”:
Ay, mi amor,
sin ti no entiendo el despertar.
Ay, mi amor,
sin ti mi cama es ancha.
Ay, mi amor
que me desvela la verdad.
Entre tú y yo, la soledad
y un manojillo de escarcha.
Al final, pasada la adolescencia, uno acaba adquiriendo esa enfermedad que dicen responsabilidad, asumiendo roles que no te corresponden y, de repente, zas, en la quinta década. Afortunadamente, me inicié con Don Marcial, con quién saboree los primeros placeres de la lectura, y, con él, me convertí en lector. Esta afición me ha permitido disfrutar de cientos de lecturas, de cualquier olor, de cualquier sabor y de cualquier condición. Actualmente, nuestras autoridades académicas pretenden que los adolescentes lean a Jorge Manrique; éstos, en cambio, prefieren no leer.¿A quién le sorprende?
Así que el leer aquellas novelillas de cinco pesetas pasó a ser un vicio oculto; por supuesto, si alguien me preguntaba qué estaba leyendo, respondía sin pestañear: La náusea, de Sartre. ¡Nos ha jodido!. Y en éstas llegó Serrat, en el 74, con aquel “Romance de Curro el Palmo”:
Buscando el olvido
se dio a la bebida,
al mus, las quinielas...
Y en horas perdidas
se leyó enterito
a Don Marcial Lafuente,
retratando nuestros fracasos, los de nuestros padres, los del país....
En ocasiones lucía el Sol, generalmente era una sonrisa femenina, una palmada en la espalda; otras veces, el cielo se oscurecía, barrunto de tormenta, adiós ojos negros y boca asimétrica; y, entonces, volvías a Curro “el Palmo”:
Ay, mi amor,
sin ti no entiendo el despertar.
Ay, mi amor,
sin ti mi cama es ancha.
Ay, mi amor
que me desvela la verdad.
Entre tú y yo, la soledad
y un manojillo de escarcha.
Al final, pasada la adolescencia, uno acaba adquiriendo esa enfermedad que dicen responsabilidad, asumiendo roles que no te corresponden y, de repente, zas, en la quinta década. Afortunadamente, me inicié con Don Marcial, con quién saboree los primeros placeres de la lectura, y, con él, me convertí en lector. Esta afición me ha permitido disfrutar de cientos de lecturas, de cualquier olor, de cualquier sabor y de cualquier condición. Actualmente, nuestras autoridades académicas pretenden que los adolescentes lean a Jorge Manrique; éstos, en cambio, prefieren no leer.¿A quién le sorprende?
Jukebox
Es difícil olvidar la impresión que el imán del gitano Melquíades causó a los habitantes de Macondo, particularmente a Aureliano Buendía; el imán, conocido en cualquier lugar del mundo, resultó un objeto mágico para los macondinos. Cuando leí este episodio en “Cien años de soledad”, no pude dejar de rememorar la llegada de una máquina de discos al casino de la Unquinesa; para mí, aquel artefacto, que vía la introducción de una moneda, seleccionaba un disco y reproducía la música en él enlatada, fue como el imán de Melquíades, pura magia. Muchas horas pasé esperando que alguien introdujese la moneda, para observar la extracción mecánica del disco y escuchar los sonidos que emitía; “Fórmula V” y “Los diablos”, eran los grupos que más sonaban entonces. Con el tiempo averigüé que aquel prodigio se denominaba jukebox y, aunque suene extraño, fue mi primer contacto con la música.
Recientemente vi en televisión “La chica del gángster ” (Mad Dog and glory, 1993) y, en la escena del restaurante, recordé la fascinación que sentí en el casino. La escena no tiene desperdicio; Robert de Niro, fotógrafo de la policía, con un muerto cubierto de spaghettis en mitad del restaurante, se acerca a la jukebox, introduce una moneda y empieza a sonar “Just a gigolo”, la canción de Louis Prima. A partir de aquí, con de Niro de actor principal y con una preciosa jukebox al fondo, se desarrolla una escena memorable. Hay un momento, cuando de Niro se gira y, con los ojos entornados, dice “Louis Prima, the best”, que representa la esencia del cine (permítanme exagerar un poquito), y, sobre todo, del buen hacer de ese magnífico actor que es de Niro. Cito un enlace de youtube, por si desean ver la escena, merece la pena.
http://www.youtube.com/watch?v=osGUM0Zz7rA&feature=related
Hoy en día sigo asombrándome por todo aquel nuevo artilugio que la tecnología nos ofrece, y espero no perder tal capacidad; muchos artefactos surgieron desde entonces, de todo tipo y para cualquier función, pero nunca olvidaré ni el imán del gitano Melquíades, ni la jukebox del casino de la Unquinesa.
Recientemente vi en televisión “La chica del gángster ” (Mad Dog and glory, 1993) y, en la escena del restaurante, recordé la fascinación que sentí en el casino. La escena no tiene desperdicio; Robert de Niro, fotógrafo de la policía, con un muerto cubierto de spaghettis en mitad del restaurante, se acerca a la jukebox, introduce una moneda y empieza a sonar “Just a gigolo”, la canción de Louis Prima. A partir de aquí, con de Niro de actor principal y con una preciosa jukebox al fondo, se desarrolla una escena memorable. Hay un momento, cuando de Niro se gira y, con los ojos entornados, dice “Louis Prima, the best”, que representa la esencia del cine (permítanme exagerar un poquito), y, sobre todo, del buen hacer de ese magnífico actor que es de Niro. Cito un enlace de youtube, por si desean ver la escena, merece la pena.
http://www.youtube.com/watch?v=osGUM0Zz7rA&feature=related
Hoy en día sigo asombrándome por todo aquel nuevo artilugio que la tecnología nos ofrece, y espero no perder tal capacidad; muchos artefactos surgieron desde entonces, de todo tipo y para cualquier función, pero nunca olvidaré ni el imán del gitano Melquíades, ni la jukebox del casino de la Unquinesa.
Socayo
Llegada la tarde, nos resguardábamos del viento del Norte, bien en el número cinco o en el nueve; al socayo, se dice por esas tierras. Lamentablemente, esta palabra no la recoge el Diccionario de la Real Academia; ellos, más finos, prefieren socaire. El socayo invitaba a tertuliar, charla entre preadolescentes, relatos de fantasías varias y, por qué no, a planear fechorías. En aquellos tiempos, los mozalbetes usábamos calcetines hasta la rodillas; medias, decían. Con el despuntar del otoño nos revestían de pantalones largos; por alguna razón, los cambios se realizaban en función de las fechas y no de las temperaturas. En el número cinco vivía Flores y en el nueve, Cuqui y sus hermanas.
A principios de los ochenta unas oposiciones me trajeron a Madrid. Aquel mes de julio, residente en un Colegio Mayor, sentí nostalgia del socayo. A las siete de la tarde, tal cual hice muchas veces bajo los veranos del Norte, me colgaba el jersey a la espalda y salía a patear el Madrid de los Austrias. Aquello no era calor, llovía fuego. Un buen día, alguien me preguntó por qué me empeñaba con el jersey. Me limpié el sudor de la cara con una manga del dichoso jersey y le respondí: espero el viento del Norte.
En alguna ocasión compartí palabras y chinchón con Pepe Hierro, cántabro universal. Hace algún tiempo que nos dejó, pero quedan sus versos:
Mi reino vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo aquello.
El viento no escucha.
No escuchan las piedras, pero
hay que hablar, comunicar,
con las piedras, con el viento.
Han pasado muchos años ya, aquellas oposiciones me dejaron en Madrid y aún sigo aquí, esperando el viento del Norte.
A principios de los ochenta unas oposiciones me trajeron a Madrid. Aquel mes de julio, residente en un Colegio Mayor, sentí nostalgia del socayo. A las siete de la tarde, tal cual hice muchas veces bajo los veranos del Norte, me colgaba el jersey a la espalda y salía a patear el Madrid de los Austrias. Aquello no era calor, llovía fuego. Un buen día, alguien me preguntó por qué me empeñaba con el jersey. Me limpié el sudor de la cara con una manga del dichoso jersey y le respondí: espero el viento del Norte.
En alguna ocasión compartí palabras y chinchón con Pepe Hierro, cántabro universal. Hace algún tiempo que nos dejó, pero quedan sus versos:
Mi reino vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo aquello.
El viento no escucha.
No escuchan las piedras, pero
hay que hablar, comunicar,
con las piedras, con el viento.
Han pasado muchos años ya, aquellas oposiciones me dejaron en Madrid y aún sigo aquí, esperando el viento del Norte.
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