domingo, 23 de diciembre de 2012

Adiós, María Teresa

Adiós, María Teresa. Hoy, enmarcados entre nubarrones, se atisban pedazos del cielo azul de Madrid, pedazos de un azul luminoso, destellos que nos inundarían de alegría si no fuese por estos tiempos tan turbios. De vuelta a casa, mientras pisaba las hojas con las que el otoño almohadilló el camino, pensé en ti. Aún tenía esperanzas, pensarás  que soy un ingenuo, quizás tan sólo me obligaba a tener esperanzas, no lo sé, el caso es que me sentía optimista y veía a tu padre sonreír como en los viejos tiempos, como cuando intercambiábamos nuestras cuitas de padres primerizos.

Me llamó un compañero, llegó el momento - me dijo - , ya sabes cómo se dan estas noticias, la información llega con voz grave, con silencios prolongados, como si enmudeciésemos entrecortadamente.  Me senté en la silla despacio, pensé en tu padre y noté cómo se me desgarraba el alma, sentí como se reblandecían los recuerdos, cómo huían las imágenes felices.

Adiós, María Teresa. Subiré a Bustarviejo para despedirme de ti. Desconozco dónde termina tu viaje, qué caminos seguirás, qué reencuentros te esperan. Espero que tu viaje sea más afortunado que el que aquí hiciste, que no termine tan brúscamente, que discurra con placidez y que encuentres gentes que te hagan olvidar el estúpido mundo que dejas.

Sí, es lamentable, aquí sólo quedamos los idiotas. Los que discuten acerca de lo que sucedió aquella aciaga noche en el Madrid-Arena, los que echan la culpa a los otros, los que disimulan, los que otorgaron favores a cambio de prebendas económicas, los que frivolizaron tu vida en la prensa para hacer un favor a los que mandan, los que votaron a los que mandan, los que no votaron.

Adiós, María Teresa. No mires atrás, no merece la pena. Me duele ver a tus padres contemplando cómo te alejas. No mires atrás. Aquí sólo yace el vacío y algunos que piensan - infelices - que están viviendo. No, no mires atrás.


Si he perdido la vida, el tiempo, todo

lo que tiré, como un anillo, al agua, 

si he perdido la voz en la maleza, 

me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo 


lo que era mío y resultó ser nada, 

si he segado las sombras en silencio, 

me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro 


puro y terrible de mi patria, 

si abrí los labios hasta desgarrármelos, 

me queda la palabra.

En el principio. Blas de Otero

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