Ciertamente, nunca había visto a Jorge Ariza tan enfadado. Quizás, en el café, entre risa y risa, había dejado caer algún comentario a propósito, pero comedido, sin estridencias. Sabía que apenas tenía relación con su familia política, aunque tampoco se puede decir que se habían distanciado, pues nunca existió proximidad alguna. Le había oído contar que vivían en algún lugar al norte de León. Castellanos viejos decía, un eufemismo amable, un mirar hacia otro sitio para eludir la realidad. Fíjate - me contaba - , van al consultorio médico para leer la prensa gratis, y allí montan sus tertulias, a gritos, oigan o no oigan, hasta que sale Doña Nieves, la médico, y los echa con cajas destempladas. Se van indignados, qué vergüenza de país, ni prensa ni calefacción gratis, y encima esta medicucha que nos tocó, sí, me vais contar a mí, esta es de la ESO y no sabe hacer la “o” con un canuto...
Salía del María Guerrero, “Luces de Bohemia” acababa de finalizar y él estaba allí, en la puerta, junto a un corrillo de fumadores. Me extrañó no ver a Adela Salazar, su compañera. Me alegré de verle y tras los saludos de rigor convenimos en cenar en un restaurante cercano. Madrid olía a pis y el aire, atiborrado de partículas en suspensión, se masticaba, nuestra inefable Presidenta por recortar, nos ha recortado hasta la lluvia. Adela se fue a Canarias la semana pasada - me contó mientras dábamos cuenta de unos exquisitos corazones de alcachofas- , regalé su entrada a un compañero del trabajo. Resulta que sus padres, ya sabes, esos de León, habían viajado a Tenerife subvencionados por el Inserso y, al poco de llegar, el padre se sintió indispuesto, así que los del hotel le llevaron a un hospital cercano y allí quedó ingresado. Nada grave, pero como la madre ya prácticamente no ve nada y entiende menos, tanto Adela como su hermana se fueron en el primer avión que encontraron.
Es bochornoso - su tono iba aumentando a medida que hablaba -, ¿cómo es posible que los del Inserso no les pidan el historial médico antes de que inicien el viaje? ¿Tú te crees que un tipo de 85 años, con infinidad de episodios cardiovasculares en su historial médico, puede montarse en un avión sin más? ¿Y quién cuidó de la madre mientras tanto? Y encima las dos hermanas faltando al trabajo, pues están las cosas como para estas milongas, ¡joder!. Atacamos el bacalao, exquisito, y pedimos una botella de vino verde, Lisboa siempre en la memoria. Era inevitable, precisamente nos habíamos conocido en Lisboa, hace ya muchos años, poco después de que con “Grândola, vila morena” se iniciase una revolución. Aún seguimos comprando claveles cada 25 de Abril, añorando unos ojos negros junto a una boca imperceptiblemente asimétrica y planeando volver juntos otra vez. A pesar de que ambos visitábamos Lisboa cada dos por tres, nunca volvimos a coincidir allí.
Lo tienen bien montado, pues no sólo llenan los hoteles con los jubilados, también con los familiares que por unas razones y otras terminan viajando allí para rescatarlos - volvió sobre el mismo tema en los postres -. Y esto lo pagamos todos, no te creas, sus viajes, sus hoteles, sus menús, sus medicamentos gratuitos...Pero hay más, el castellano está en una de esas clínicas concertadas, ya sabes como funciona eso, no tienen ninguna prisa en darle el alta (y él tampoco). Esta historia se habría arreglado con un par de días de ingreso, pero lo van a tener allí un par de semanas...¡al tiempo!. Cada vez estaba más irritado, tenso, incluso descontrolado, era evidente que la situación le superaba. Era una cuestión recurrente, qué hacer con los padres cuando éstos no se avienen a soluciones que satisfagan a todos. Castellanos viejos, empecé a entender porque Jorge utilizaba esta expresión.
El desencuentro comenzó hace muchos años, incapaces de entender que el mundo que conocían se derrumbaba estrepitosamente sucumbieron a una ruptura generacional que les alejó de sus hijos, un camino sin retorno. Optaron por imponer, pesaba más el qué dirán, y se olvidaron de la necesidad de evolucionar, de adaptarse a los nuevos tiempos. Invocaron deberes hacia los padres, pero olvidaron que los hijos ya no son fuerza de trabajo, ni una contribución económica a la familia, que las hijas no son sus criadas, que lo de los lazos de sangre es un dislate y que para merecer consideración es preciso haber considerado. Seguramente resultó cómodo cerrar los ojos y no percibir los cambios, pero no, no fue comodidad, tan sólo idiotez. Castellanos viejos.
La noche invitaba a pasear, es duro maldecir de los mayores, pensar en lo que pudo ser y no es por la terquedad o la ignorancia de unos padres encerrados en su particular egoísmo. Cerca de Huertas nos sorprendió una multitud que hacía cola a lo largo de la calle de Jesús. Un jubilado nos contó que habían venido desde Valladolid con el Inserso y estaban allí, la una de la madrugada, esperando que abrieran la Basílica y ser los primeros en besar el pie derecho del Cristo de Medinaceli; al parecer, esta escena se repetía cada primer viernes de marzo. Un poco más abajo, una ambulancia atendía a una anciana desfallecida. ¡Joder con el Inserso! - Jorge no pudo reprimirse - ¿Esto también lo tenemos que pagar todos? ¿Y eso del pie derecho? ¿Por qué no el izquierdo?
Nos despedimos en una parada de taxis. Besos para Adela, lo de Lisboa sigue en pie, ¿no?...Quizás este verano, si nos dejan los castellanos...y el Inserso.
Desde el punto de vista de Walter, no existía en el mundo mayor fuerza del mal que la Iglesia católica, ni causa más perentoria para la desesperanza respecto al futuro de la humanidad y del asombroso planeta que se le había concedido, aunque cabía reconocer que en estos tiempos la seguían muy de cerca los fundamentalistas siameses de Bush y Bin Laden. Walter no podía ver una iglesia ni el letrero LOS HOMBRES DE VERDAD AMAN A JESÚS ni un símbolo de un pez en un coche sin notar una opresión de ira en el pecho.
Libertad. Jonathan Franzen
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