– Sí, es el viejo edificio de la escuela, las cuatro aulas son el reflejo de la antigua segregación, las dos aula de la derecha pertenecían a las chicas y las dos de la izquierda a los chicos, pura simetría. Entre aulas, una pequeña biblioteca masculina y, tal vez, una femenina, aunque las recuerdo como almacenes de leche en polvo.
– ¿Leche en polvo?
Se quitó las gafas de sol para enfatizar con su perplejidad la pregunta. El frío viento del norte había enrojecido su nariz y ensortijado sus largos cabellos.
– Al parecer el franquismo no quería niños desnutridos, así que nos daban leche en polvo. No lo recuerdo bien, probablemente veníamos a la escuela con un vaso metálico o un recipiente similar. La leche procedía de tu país, el régimen ya colaboraba con ellos, y venía acompañada de otros productos, mantequilla y queso, pero estos no llegaron a estos pagos, seguramente se quedaron por el camino...la corrupción era inherente al régimen.
El que así hablaba extrajo un paquete de cigarrillos del dos cuartos, se quitó un guante y encendió uno protegiéndose del viento con la mano enguantada.
La vetusta construcción, a pesar de sus muchas cicatrices, de sus ventanas torpemente cegadas, aún se mostraba con arrogancia, con el orgullo de quien sabe que su desempeño fue importante. No en vano aquella escuela había albergado en su seno varios cientos de alumnos, hijos de los obreros de la fábrica que la subvencionaba a través de un patronato.
Abandonaron el patio escolar, tan deteriorado como el edificio, y caminaron hacia la parte superior del barrio; pizpiretos copos de nieve se obstinaban en blanquear un viento gris y gélido. A la izquierda se averiguaba la fisonomía de una antigua pista de baloncesto convertida por los avatares del tiempo en un siniestro estacionamiento de coches desahuciados. A final de la cuesta, con casas simétricamente dispuestas a ambos lados de la calzada, los paseantes interrumpieron su lento caminar; un camino embarrado se adentraba entre matorrales hacia una especie de monte bajo que coronaba la cima de la ladera. A la izquierda un viejo cobertizo recordó al forastero una vaquería, también una ignominiosa reyerta escolar. Una anciana menuda emergió entre la vegetación con un caminar sinuoso arrastrando un manojo de ramas secas.
— Buenas tardes tengan Vds.
Un pañuelo ceñido a la cabeza dejaba entrever una mirada torva, desconfiada. Las manos, nudos de vid, demandaban guantes con urgencia, mientras que las viejas katiuskas se arrimaban a las canillas buscando rescoldos imposibles.
— Buenas tardes...con mucho optimismo, pues hace un frío que pela—respondió el paseante frotándose las manos enguantadas.
La mujer depositó la carga de leña en el suelo y comenzó a limpiarse las manos en un sucio delantal.
— Vds. son forasteros, ¿no? ¿Acaso buscan casa? — preguntó la lugareña aviserando sus dos manos mientras miraba con insolencia a la forastera.
— No, tan sólo paseábamos. ¿Cuántos vecinos quedan en el barrio?
—¡Cojones con el señorito! ¿Necesita saber cuántos vivimos en el barrio para pasear? ¿No habrán venido a fisgar?...
—No... por favor, se trataba de una pregunta formal...
—¿Formal?... no parecen Vds. muy formales, mucho menos la “escuchumizá” esa...
La mujeruca recogió el hatillo de leña y se alejó saltarina, recatándose aviesamente de vez en cuando.
—¡Qué mujer más desagradable!— musitó la forastera— Es mejor que nos marchemos, me da miedo esa mujer.
—Tranquila, no hay nada que temer, se trata de la tradicional cortesía del lugar...
—¿Cortesía?... Pues si llega a ser amable... nos envenena.
Descendieron ligeros por la pindia cuesta, leves movimientos de visillos contrastaban con la quietud de las viejas casas pintadas de abandono. En el recodo, poco después de la cancha de baloncesto, la forastera se paró frente a un artilugio metálico erecto entre los hierbajos de una huerta abandonada.
—¿Qué son esos hierros? — preguntó curiosa, señalando con la patilla de las gafas a una estructura metálica con forma de “T”.
— Tendales.. o tendederos. Hace muchos años el barrio tenía un aspecto muy distinto, los tendales repletos de ropa húmeda aportaban color y, para los que sabían leer, los códigos sociales de una sociedad mentecata. De alguna manera, en esos tendales comenzó mi lúgubre educación sentimental.
— ¿En los tendales? No hablas en serio...
Volvió a colocarse las gafas de sol, recogiéndose con un deje de coquetería su larga melena.
— Totalmente — Encendió otro cigarrillo y, tras una prolongada pausa, señaló hacia la trasera de la casa a la que pertenecía el tendedero— Allí nací yo, la segunda casa contando desde la derecha. La ventana inferior pertenecía a la cocina.
—No contestaste a mi pregunta—insistió la forastera rasgando la erre.
—No... la respuesta no es sencilla, más aún tratándose de ti, es difícil que entiendas la situación en aquellos tiempos. Tampoco es algo inconfesable, una chiquillada sin más. En una libreta llevaba anotados los diferentes sostenes que utilizaban las chicas más resultonas del barrio, información que obtenía observando detenidamente los tendales, naturalmente
— ¿Sostenes? No entiendo esa palabra.
— Disculpa, la palabra está ligada al pasado. Sostenes es el plural de sostén, un plural con una sonoridad lamentable; hoy lo denominamos sujetador, una palabra relativamente reciente, creo que no fue admitida por la Academia hasta 1987, por la presión del marketing según explicó Lázaro Carreter. Sostén tenía su morbo y también su función, pues eran comunes expresiones como “el padre es el sostén de la familia”, “ la fábrica es el sostén del barrio” o “el Estado es el sostén de la sociedad”
— Entonces se puede decir “el padre es el sujetador de la familia” y “el Estado es el sujetador de la sociedad”, ¿no?
— ¡Exacto!, veo que lo entendiste perfectamente...
De vuelta, ya en el automóvil, mientras cruzaban las viejas vías del tren de la Robla, la forastera, picada por la curiosidad, quiso averiguar por qué la palabra sostén sonaba a morbo. No era extraño, se traduce de cultura a cultura, no de palabra a palabra, y resultaba difícil dilucidar entre sostener y sujetar, más aún tratándose de tetas, y ya, ya se sabe, más de la mitad de la población las tiene, será que los españoles estabais muy reprimidos, quizás, pues eran blancos, de algodón, y vuelta a preguntar por la chica de los pómulos, que no, que no pasó de una anotación en la libreta...
Tender la ropa en Catoira puede ser una actividad de riesgo. De hecho, ya lo es para una familia de esta localidad pontevedresa, cuyas integrantes femeninas se lo van a tener que pensar dos veces antes de volver a colgar sus prendas de ropa al sol. Y es que, según cuentan, hasta en cinco ocasiones les han desaparecido los sujetadores que habían dejado tendidos.
Las primeras piezas que desaparecieron del tendal fueron las pertenecientes a la hija. Al principio, el extraño caso se atribuyó a un despiste, a una pérdida. Pero la teoría del despiste empezó a desvanecerse a medida que aumentaba el número de sostenes desaparecidos (y ya van por cinco). Además, la víctima ya no solo era la hija, sino también la madre.
Rosa Estévez, La voz de Galicia, 13 de enero de 2012
Pedro Botero
Ya por entonces vislumbraba yo algo que iría quedando cada vez más claro con el correr del tiempo: que no basta con dar un portazo y largarse a la calle para librarse del influjo de otras vidas que inciden en la propia (Carmen Martín Gaite).
viernes, 3 de mayo de 2013
domingo, 30 de diciembre de 2012
Mistela sobre hojuelas
Sí, es cierto, yo estuve allí; probablemente recuerdes que en mitad de la conferencia un tipo se cayó en mitad del pasillo central, el inmediato jolgorio y el conferenciante enmudecido. Aquel tipo tan torpe era yo. Aún estaba fresco el difunto y en aquel afamado teatro de Santander nos vacilaban ya con aquello de la identidad de Cantabria; chavala, seguramente lo recuerdes, que si los cántabros se distinguían por determinadas características antropomórficas, que si ya los griegos hablaron de los cántabros y también los romanos - cómo no- , que no se trataba de una mera autonomía, que se trataba de devolver unas determinadas señas de identidad... Entonces existía una especie de fiebre por desmarcarse de los íberos, por negar la contaminación sanguínea y glosar las glorias de unos supuestos antepasados más o menos excéntricos. La epidemia afectaba a todo el norte de España - los que vendían más que lo que compraban - y los periódicos destacaban los decires de unos y de otros, a los que acabaron llamando nacionalistas. El caso es que me agobié, empecé a pensar que mi sangre procedía de una mezcla entre judía y moruna, que mis rasgos físicos no se acomodaban al canon allí definido y que seguramente aquellos tipos nunca me iban a conceder el certificado racial pertinente, así que me levanté súbito y deslizándome entre las butacas intenté salir de allí con suficiente discreción, pero con tan mala fortuna que tropecé con un paraguas y me caí en mitad del pasillo central. Salí de allí tan corrido que no me quedó otra que dirigirme hacia el “Pepe”, en Río de la Pila, y atizarme una absenta doble, tal como había visto hacer en las películas de sustos y miedos.
No sé, chavala, a la gente le dio por mirar atrás, a recuperar las tradiciones y toda esa monserga, me cuesta entenderlo. Fíjate, me llegó una especie de reportaje gráfico a propósito de santa Eulalia, la santa o una de las santas de mi pueblo, pues también apañan una fiesta con la virgen del Carmen, aunque ya desbarro, desconozco si la tal Eulalia también es una virgen. Sí, claro, ya te hablé de mi pueblo, un pequeño pueblo industrial situado al final de la meseta, dónde empiezan las montañas. Cuando vi las fotos por primera vez, pavor, ganas me dieron de recurrir de nuevo a esa mezcla de ajenjo, hinojo y anís - la santísima trinidad - para mitigar el asombro que me produjeron. No por el fotógrafo, excelente, sino por el contenido. Excelente porque supo relacionar con solvencia la intangibilidad del frío atmosférico - gorros, guantes y bufandas - con la frialdad emocional del evento. Fíjate, sino, en las fotos del interior de la iglesia, más que feligreses parecen viajeros encabronados por el retraso de ese tren que no termina de llegar, clientes de Bankia escuchando las torticeras explicaciones de D. Rodrigo Rato o funcionarios acusados de haber causado el derrumbe económico del país. Impresiona el claroscuro de las cuatro mujeres - gesto duro y recio - en el banco de la iglesia soportando contraídas el frío y, tal vez, el sermón del oficiante. Cuatro figuras que emergen desde la oscuridad, las manos caídas sobre el regazo y ese aire de resignación pétrea en sus rostros, los rayos de sol que avanzan de izquierda a derecha enfatizan la composición iluminando parcialmente sus cabezas y los pliegues de sus abrigos. El marrón pardusco de uno de ellos contrasta dramáticamente con la luz dorada que baña sus cabezas. Tiene algo de contrarreforma, de Barroco español; la mujer de la derecha, con su mirada casi torva, con el ceño fruncido y los labios apretados, simula un personaje velazqueño.
Y aquí, en esta foto, ya ves, medio centenar de personas subiendo la cuesta hacia la iglesia de Santa Eulalia tras la imagen de la santa. Destellos de sol entre el gris opaco y transparente de un frío polar, nieve resplandeciente al borde del asfalto. En la cabecera, los albados, unos con casulla roja, otros con estola, todos cingulados. Caminan contritos, sin levantar la vista. Al fondo, la dispersión cromática en los silos de la fábrica esboza una mueca, quizás un guiño, un sarcasmo de espejo hiperbólico. Es una procesión, sí, no cabe duda. Es curioso, siempre que veo una procesión recuerdo aquellos renglones de Blanco Whyte, en los que narraba la epidemia de fiebre amarilla en Sevilla, allá por el 1800; decía que los sevillanos, haciendo caso omiso a los cirujanos, decidieron salir en procesión y rogar a Dios, no se bien si por sus pecados o por sus hipotecas, el caso es que todos terminaron contaminados, ¡qué malas son las proximidades!
No, esa es otra iglesia. Parece que transportan la imagen de la santa de una iglesia a otra, con mucho boato, desde luego, supongo que por tradición, tal vez, o por abrir el apetito, qué se yo. Sí, son ya mayores, apenas se ven jóvenes, aunque mira esa niña monaguillo, quizás monaguilla, desconozco si se permite el femenino, hábito blanco, tez pálida y la negra melena negra derrochando gracia sobre su espalda. ¿Crees que tiene edad para entender de qué va todo eso? Bueno, es muy católico, los inician recién nacidos, prohibido consultar. Destacan los que no están, los que yacen arriba en el cementerio, los que se fueron, los que huyeron. Ese penoso avanzar de cuerpos encorvados evidencia la tragedia, el futuro ausente. ¿Qué fue de aquellos que llegaron al pueblo huyendo de la miseria de una posguerra cruel? ¿Qué fue de los anhelos que unos y otros depositaron en sus descendientes? Para ellos sólo el futuro tenía sentido, pues el presente les robó sus esperanzas personales. No miraban hacia atrás, el pasado nunca les ofreció consuelo; proyectaban sus aspiraciones en sus hijos, se acomodaron a todos los cambios, evolucionaron aún a su pesar. Ellos ya no están, eran sabios, conocían perfectamente lo que significaba el retorno a las tradiciones, el permitir que los purpurados conduzcan el rebaño, lo sabían, chocolate con picatostes para los tonsurados, hojuelas con mistela para el pueblo llano.
Esta foto me gusta más, ya ha terminado la ceremonia, caras risueñas, algún rayo de sol, fibras artificiales y pieles de relumbrón - cuídate de los viejos amores de la adolescencia -, sin tiempo para el qué bien te veo, no se nota cómo paso el tiempo, mira, mi padre ya nos dejó, recuerdos para tu hermana, corre, corre que se terminan las hojuelas, y otra vez al retrato, con el papel aceitoso, hasta un antiguo prócer, ese de la sintética azul, exhibiendo la bolsa de papel moteada con zumo de olivas, chavala, no te lo vas a creer, ese tipo era el Presidente de la Comunidad Autónoma. En los vasos de plástico, mistela, imposible de catar en una fotografía, pero inmediata en los recuerdos. Me sabe a puñetera adolescencia, dulzona y cabezona, la recuerdo con horror. Lo que no entiendo es la combinación de hojuelas con mistela; es verdad, las hojuelas producen un tránsito difícil - hablo de la garganta no del posteriori -, un a modo de bola harinosa, y la mistela, un difícil tránsito entre el sopor empalagoso y la empalagosa prima de riesgo, algo así como despertarse en medio de una crisis económica pilotada por el inefable Don Mariano.
Más difícil de entender, si cabe, la combinación procesión, hojuelas y mistela. ¿Otra santísima trinidad?, ¿apego a las viejas tradiciones?, ¿una disculpa?, ¿una reivindicación del XIX?, ¿también comían hojuelas los antiguos cántabros? Y de nuevo ese runrún, esa especie de vacío en el estómago, ese malestar en la entrepierna...Siempre que me pregunto si los defraudadores fiscales acuden a las procesiones experimento el mismo malestar, nada grave, pero muy incómodo, es como un desarreglo tripero, vamos, algo así como que un empacho de hojuelas con mistela.
Sí, tal como te lo cuento, empiezan a tontear con la tradición y terminan votando conservador. ¿De verdad crees que lo mismo sucedió en el resto del país? Tal vez, aunque me parece un tanto exagerado, se nota la lejanía de ese país de súbitos amaneceres. En realidad no sé qué contestarte, aunque después de ver la foto de Cospedal y Saénz de Santamaría en el Vaticano, una con mantilla española y la otra con velo negro, estoy por darte la razón.
Cuando yo salí del pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, me topé con el Aniano, el Cosario, bajo el chopo del Elicio, frente al palomar de la tía Zenona, ya en el camino de Pozal de la Culebra. Y el Aniano se vino a mí y me dijo: «¿Dónde va el Estudiante?». Y yo le dije: «¡Qué sé yo! Lejos». «¿Por tiempo?» dijo él. Y yo le dije: «Ni lo sé». Y él me dijo con su servicial docilidad: «Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?». Y yo le dije: «Nada, gracias Aniano».
Viejas historias de Castilla la Vieja. Miguel Delibes
Nota: ¿Horejuelas, orejuelas, hojuelas? Sin duda, hojuelas es lo correcto. Tanto horejuela, como orejuela, aparecen en distintas fuentes, pero son incorrectas. Ya no cabe apelar a la tradición, tan sólo al diccionario.
No sé, chavala, a la gente le dio por mirar atrás, a recuperar las tradiciones y toda esa monserga, me cuesta entenderlo. Fíjate, me llegó una especie de reportaje gráfico a propósito de santa Eulalia, la santa o una de las santas de mi pueblo, pues también apañan una fiesta con la virgen del Carmen, aunque ya desbarro, desconozco si la tal Eulalia también es una virgen. Sí, claro, ya te hablé de mi pueblo, un pequeño pueblo industrial situado al final de la meseta, dónde empiezan las montañas. Cuando vi las fotos por primera vez, pavor, ganas me dieron de recurrir de nuevo a esa mezcla de ajenjo, hinojo y anís - la santísima trinidad - para mitigar el asombro que me produjeron. No por el fotógrafo, excelente, sino por el contenido. Excelente porque supo relacionar con solvencia la intangibilidad del frío atmosférico - gorros, guantes y bufandas - con la frialdad emocional del evento. Fíjate, sino, en las fotos del interior de la iglesia, más que feligreses parecen viajeros encabronados por el retraso de ese tren que no termina de llegar, clientes de Bankia escuchando las torticeras explicaciones de D. Rodrigo Rato o funcionarios acusados de haber causado el derrumbe económico del país. Impresiona el claroscuro de las cuatro mujeres - gesto duro y recio - en el banco de la iglesia soportando contraídas el frío y, tal vez, el sermón del oficiante. Cuatro figuras que emergen desde la oscuridad, las manos caídas sobre el regazo y ese aire de resignación pétrea en sus rostros, los rayos de sol que avanzan de izquierda a derecha enfatizan la composición iluminando parcialmente sus cabezas y los pliegues de sus abrigos. El marrón pardusco de uno de ellos contrasta dramáticamente con la luz dorada que baña sus cabezas. Tiene algo de contrarreforma, de Barroco español; la mujer de la derecha, con su mirada casi torva, con el ceño fruncido y los labios apretados, simula un personaje velazqueño.
Y aquí, en esta foto, ya ves, medio centenar de personas subiendo la cuesta hacia la iglesia de Santa Eulalia tras la imagen de la santa. Destellos de sol entre el gris opaco y transparente de un frío polar, nieve resplandeciente al borde del asfalto. En la cabecera, los albados, unos con casulla roja, otros con estola, todos cingulados. Caminan contritos, sin levantar la vista. Al fondo, la dispersión cromática en los silos de la fábrica esboza una mueca, quizás un guiño, un sarcasmo de espejo hiperbólico. Es una procesión, sí, no cabe duda. Es curioso, siempre que veo una procesión recuerdo aquellos renglones de Blanco Whyte, en los que narraba la epidemia de fiebre amarilla en Sevilla, allá por el 1800; decía que los sevillanos, haciendo caso omiso a los cirujanos, decidieron salir en procesión y rogar a Dios, no se bien si por sus pecados o por sus hipotecas, el caso es que todos terminaron contaminados, ¡qué malas son las proximidades!
No, esa es otra iglesia. Parece que transportan la imagen de la santa de una iglesia a otra, con mucho boato, desde luego, supongo que por tradición, tal vez, o por abrir el apetito, qué se yo. Sí, son ya mayores, apenas se ven jóvenes, aunque mira esa niña monaguillo, quizás monaguilla, desconozco si se permite el femenino, hábito blanco, tez pálida y la negra melena negra derrochando gracia sobre su espalda. ¿Crees que tiene edad para entender de qué va todo eso? Bueno, es muy católico, los inician recién nacidos, prohibido consultar. Destacan los que no están, los que yacen arriba en el cementerio, los que se fueron, los que huyeron. Ese penoso avanzar de cuerpos encorvados evidencia la tragedia, el futuro ausente. ¿Qué fue de aquellos que llegaron al pueblo huyendo de la miseria de una posguerra cruel? ¿Qué fue de los anhelos que unos y otros depositaron en sus descendientes? Para ellos sólo el futuro tenía sentido, pues el presente les robó sus esperanzas personales. No miraban hacia atrás, el pasado nunca les ofreció consuelo; proyectaban sus aspiraciones en sus hijos, se acomodaron a todos los cambios, evolucionaron aún a su pesar. Ellos ya no están, eran sabios, conocían perfectamente lo que significaba el retorno a las tradiciones, el permitir que los purpurados conduzcan el rebaño, lo sabían, chocolate con picatostes para los tonsurados, hojuelas con mistela para el pueblo llano.
Esta foto me gusta más, ya ha terminado la ceremonia, caras risueñas, algún rayo de sol, fibras artificiales y pieles de relumbrón - cuídate de los viejos amores de la adolescencia -, sin tiempo para el qué bien te veo, no se nota cómo paso el tiempo, mira, mi padre ya nos dejó, recuerdos para tu hermana, corre, corre que se terminan las hojuelas, y otra vez al retrato, con el papel aceitoso, hasta un antiguo prócer, ese de la sintética azul, exhibiendo la bolsa de papel moteada con zumo de olivas, chavala, no te lo vas a creer, ese tipo era el Presidente de la Comunidad Autónoma. En los vasos de plástico, mistela, imposible de catar en una fotografía, pero inmediata en los recuerdos. Me sabe a puñetera adolescencia, dulzona y cabezona, la recuerdo con horror. Lo que no entiendo es la combinación de hojuelas con mistela; es verdad, las hojuelas producen un tránsito difícil - hablo de la garganta no del posteriori -, un a modo de bola harinosa, y la mistela, un difícil tránsito entre el sopor empalagoso y la empalagosa prima de riesgo, algo así como despertarse en medio de una crisis económica pilotada por el inefable Don Mariano.
Más difícil de entender, si cabe, la combinación procesión, hojuelas y mistela. ¿Otra santísima trinidad?, ¿apego a las viejas tradiciones?, ¿una disculpa?, ¿una reivindicación del XIX?, ¿también comían hojuelas los antiguos cántabros? Y de nuevo ese runrún, esa especie de vacío en el estómago, ese malestar en la entrepierna...Siempre que me pregunto si los defraudadores fiscales acuden a las procesiones experimento el mismo malestar, nada grave, pero muy incómodo, es como un desarreglo tripero, vamos, algo así como que un empacho de hojuelas con mistela.
Sí, tal como te lo cuento, empiezan a tontear con la tradición y terminan votando conservador. ¿De verdad crees que lo mismo sucedió en el resto del país? Tal vez, aunque me parece un tanto exagerado, se nota la lejanía de ese país de súbitos amaneceres. En realidad no sé qué contestarte, aunque después de ver la foto de Cospedal y Saénz de Santamaría en el Vaticano, una con mantilla española y la otra con velo negro, estoy por darte la razón.
Cuando yo salí del pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, me topé con el Aniano, el Cosario, bajo el chopo del Elicio, frente al palomar de la tía Zenona, ya en el camino de Pozal de la Culebra. Y el Aniano se vino a mí y me dijo: «¿Dónde va el Estudiante?». Y yo le dije: «¡Qué sé yo! Lejos». «¿Por tiempo?» dijo él. Y yo le dije: «Ni lo sé». Y él me dijo con su servicial docilidad: «Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?». Y yo le dije: «Nada, gracias Aniano».
Viejas historias de Castilla la Vieja. Miguel Delibes
Nota: ¿Horejuelas, orejuelas, hojuelas? Sin duda, hojuelas es lo correcto. Tanto horejuela, como orejuela, aparecen en distintas fuentes, pero son incorrectas. Ya no cabe apelar a la tradición, tan sólo al diccionario.
domingo, 23 de diciembre de 2012
Adiós, María Teresa
Adiós, María Teresa. Hoy, enmarcados entre nubarrones, se atisban pedazos del cielo azul de Madrid, pedazos de un azul luminoso, destellos que nos inundarían de alegría si no fuese por estos tiempos tan turbios. De vuelta a casa, mientras pisaba las hojas con las que el otoño almohadilló el camino, pensé en ti. Aún tenía esperanzas, pensarás que soy un ingenuo, quizás tan sólo me obligaba a tener esperanzas, no lo sé, el caso es que me sentía optimista y veía a tu padre sonreír como en los viejos tiempos, como cuando intercambiábamos nuestras cuitas de padres primerizos.
Me llamó un compañero, llegó el momento - me dijo - , ya sabes cómo se dan estas noticias, la información llega con voz grave, con silencios prolongados, como si enmudeciésemos entrecortadamente. Me senté en la silla despacio, pensé en tu padre y noté cómo se me desgarraba el alma, sentí como se reblandecían los recuerdos, cómo huían las imágenes felices.
Adiós, María Teresa. Subiré a Bustarviejo para despedirme de ti. Desconozco dónde termina tu viaje, qué caminos seguirás, qué reencuentros te esperan. Espero que tu viaje sea más afortunado que el que aquí hiciste, que no termine tan brúscamente, que discurra con placidez y que encuentres gentes que te hagan olvidar el estúpido mundo que dejas.
Sí, es lamentable, aquí sólo quedamos los idiotas. Los que discuten acerca de lo que sucedió aquella aciaga noche en el Madrid-Arena, los que echan la culpa a los otros, los que disimulan, los que otorgaron favores a cambio de prebendas económicas, los que frivolizaron tu vida en la prensa para hacer un favor a los que mandan, los que votaron a los que mandan, los que no votaron.
Adiós, María Teresa. No mires atrás, no merece la pena. Me duele ver a tus padres contemplando cómo te alejas. No mires atrás. Aquí sólo yace el vacío y algunos que piensan - infelices - que están viviendo. No, no mires atrás.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
En el principio. Blas de Otero
Me llamó un compañero, llegó el momento - me dijo - , ya sabes cómo se dan estas noticias, la información llega con voz grave, con silencios prolongados, como si enmudeciésemos entrecortadamente. Me senté en la silla despacio, pensé en tu padre y noté cómo se me desgarraba el alma, sentí como se reblandecían los recuerdos, cómo huían las imágenes felices.
Adiós, María Teresa. Subiré a Bustarviejo para despedirme de ti. Desconozco dónde termina tu viaje, qué caminos seguirás, qué reencuentros te esperan. Espero que tu viaje sea más afortunado que el que aquí hiciste, que no termine tan brúscamente, que discurra con placidez y que encuentres gentes que te hagan olvidar el estúpido mundo que dejas.
Sí, es lamentable, aquí sólo quedamos los idiotas. Los que discuten acerca de lo que sucedió aquella aciaga noche en el Madrid-Arena, los que echan la culpa a los otros, los que disimulan, los que otorgaron favores a cambio de prebendas económicas, los que frivolizaron tu vida en la prensa para hacer un favor a los que mandan, los que votaron a los que mandan, los que no votaron.
Adiós, María Teresa. No mires atrás, no merece la pena. Me duele ver a tus padres contemplando cómo te alejas. No mires atrás. Aquí sólo yace el vacío y algunos que piensan - infelices - que están viviendo. No, no mires atrás.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
En el principio. Blas de Otero
viernes, 10 de agosto de 2012
Homeopatía
Siempre que paso delante de ese escaparate me acuerdo de Paola, la mujer del comisario Brunetti. Una mujer singular, sin duda, no sólo por su pasión por Henry James, su devoción por la cocina, por el tinto cavernet, sino también por su comedido mal genio. Se indigna fácilmente - en Italia es difícil vivir sin indignarse - y expresa su indignación de mil formas diferentes. En "El peor remedio" Donna León relata como Paola, terriblemente indignada por un turbio asunto de turismo sexual, apedrea el escaparate de una agencia de viajes especializada en el sudeste asiático.
También en España es fácil indignarse, basta con hojear la prensa. El fraude, el engaño, la estafa, el abuso... campan por doquier, sin freno alguno. No obstante, existen ciertas actividades que a base de eufemismos y marketing aparentan ser científicas y, por ende, honradas. Así sucede con ese establecimiento de productos homeopáticos, situado en una esquina de mi barrio, en cuyo escaparate - letras blancas sobre fondo azul - se ofrecen tratamientos para todo tipo de cáncer, tratamientos avalados por una efectividad del 75 por cien - letra roja más pequeña - y, más difícil aún, sin dañar el organismo tal como hace la medicina convencional - letras amarillas-. Sorprendentemente, en ese establecimiento entran clientes. Cualquier día de estos llenaré mi mochila de piedras y, en honor a Paola...
Tropecé con la homeopatía por culpa de una palabreja que irrumpió sin avisar en un determinado workshop. Preparábamos una disolución, ya saben, unos centímetros cúbicos de soluto sobre una cierta cantidad de agua, agitar y seguir añadiendo agua hasta el aforo del matraz. En mitad de la tarea, alguien sugirió que, en vez de agitar, sucucionásemos la disolución. Me quedé pasmado, nunca había oído tal expresión, así que pregunté al alborotador - bata blanca y corbata - cómo se sucucionaba una disolución. Y el encorbatado, contemplándonos por encima del hombro por mor de nuestra ignorancia, respondió flemáticamente: “Es sencillo, se sacude el matraz diez veces de izquierda a derecha, otras diez veces de arriba abajo y diez veces más desde delante hacia atrás”. Ante nuestro estupor, el encorbatado, engolando la voz, prosiguió: “ Me formé en un laboratorio homeomático”. Enmudecimos, y como el silencio incomodaba, me atreví a preguntarle qué ventajas aportaba la sucución sobre la convencional agitación; la respuesta fue inmediata: “ De esta forma se traslada el espíritu del soluto a la disolución”.
Me indigné. Nunca he creído en el Espíritu Santo, y en ningún otro espíritu, así que a estas alturas de la vida empezar a pensar en el espíritu del cloruro de mercurio es como para cortarse las venas. Inevitablemente, en ese mismo instante, nuestra colaboración se terminó, lo siento por la universidad mejicana que le envió. De vuelta a casa, en el cotidiano atasco, pensé en Paracelso, pues este individuo recetaba cloruro de mercurio a sus pacientes, eso sí, en pequeñas dosis, pues el cloruro de mercurio es extremadamente venenoso. Desconozco si Paracelso agitaba o sucucionaba el matraz, una duda estúpida, de una u otra forma envenenaba a sus pacientes.
Claro está, los homeópatas no tienen nada que ver con Paracelso, afortunadamente. Sus disoluciones están, no solo sucucionadas, sino extremadamente diluidas. Y este es el problema, no la agitación específica del matraz, una broma sonrojante, sino la cantidad de soluto, de agente activo, presente en una disolución “atenuada”. Por supuesto, ellos no utilizan el Sistema Internacional de Unidades, faltaría más, pero no es difícil entender el porqué. Prefieren hablar en términos de tantas partes de sustancia activa en tantas partes de disolvente, que abreviadamente representan, en general, por “nC”; así, 4C significa una parte de sustancia activa en cien millones de partes de disolvente, es decir, poco más que nada. No es difícil calcular que en una preparación 11C apenas contiene un par de moléculas de la sustancia activa, con lo que el preparado homeopático no lleva más que relleno: cafeína, lactosa, alcohol... Sirva como ejemplo el natrium muriaticum D6, un preparado homeopático indicado, según se informa en el prospecto, para la depresión, debilidad general, astenia, aversión sexual a la mujer, relación sexual dolorosa, deseo por la comida salada, pérdida de peso a pesar de buen apetito y pérdida de olfato; aparte de los excipientes, el agente activo es cloruro de sodio, la vulgar sal de cocina, con una concentración D6. Esta nomenclatura se corresponde con 3C, es decir, una parte de sal en un millón de partes de agua, o sea, agua destilada con un “nanopellizco” de sal; eso sí, me consta que la disolución ha sido sucucionada, tenemos la certeza de que el espíritu del cloruro de sodio reposa en la solución. ¡Manda huevos!. No se preocupe Vd., aunque la posología indica 2 comprimidos cada 8 horas, si sentía aversión por Doña Esperanza Aguirre, seguirá Vd. con la misma sensación, incluso con sobredosis.
Leo en la prensa que han sido detenidos dos jornaleros por el asalto a un supermercado de Écija. Si bien es sabido que se trataba de un mero acto simbólico y que los alimentos sustraídos eran para familias necesitadas, nuestras autoridades, al parecer, consideran que realizaron un robo con violencia. No se cómo calificaran tales autoridades la venta fraudulenta de productos homeopáticos, productos que únicamente contienen excipientes y el “espíritu” de una sustancia activa; venta, por otra parte, que se hace aprovechándose de la buena fe de las personas, de situaciones de calamidad o de temor. Para mí es, simple y llanamente, un robo, un engaño, un abuso...
Lo que no se calificar es el reciente comentario de nuestra inefable Ministra de Sanidad, Doña Ana Mato - la que no vio el jaguar de su marido en el garaje -, recomendándonos la medicina natural para ahorrar. Aporto su disquisición: “Sacaremos del vademecum medicamentos de escaso valor terapéutico que se pueden sustituir con alguna cosa natural”. Es evidente que a esta individua le sucucionaron el cerebro.
- Entonces te dije que eso estaba mal y que había que pararles los pies - prosiguió Paola.
- ¿Y tú crees poder parárselos?
- Sí -respondió ella y, sin darle tiempo a discutir o contradecir su afirmación, prosiguió-: Yo sola no, ni aquí en Venecia, rompiendo la luna del escaparate de una agencia de viajes de “campo” Manin. Pero si todas las mujeres de Italia salieran a la calle de noche y rompieran a pedradas los escaparates de todas las agencias de viajes que organizan “sex-tours”, al cabo de poco tiempo, dejarían de organizase “sex-tours” en Italia, ¿o no?
- ¿Es una pregunta real o puramente retórica?
- Me parece que es una pregunta real -dijo ella.
El peor remedio. Donna León
miércoles, 11 de julio de 2012
Funcionarios
Soy funcionario, nivel A, sí, olvide esa media sonrisa, no pienso pedir disculpas por ello, en realidad me importa un comino lo que Vd. piense, desgraciadamente no todo el mundo esta capacitado para pensar. Es más, me siento orgulloso por ello. ¿Sabe por qué?, pues porque no le debo favores a nadie. Fue simple, un buen día me vine a Madrid y, tras superar una serie de exámenes, gané una oposición. No, no se preocupe, no le voy a pasar la factura por los gastos que me ocasionó aquel mes de estancia en Madrid, ni por las horas de trabajo no remunerado que me llevó preparar la oposición, ni por las angustias, las dudas y demás, todo aquello ya lo olvidé, agua pasada. Fue sencillo, no fue necesario recurrir a amiguetes, ni a padrinos, ni al tío Cardenal o al suegro General, tan sólo a mis conocimientos. Así que no debo favores, esto es preferible a no deber dinero al Banco, y, en la medida que no debo favores, soy libre, para pensar, para opinar, incluso para mandarle a Vd. a tomar por el culo.
Sí, por supuesto, me tomo el cafelito y leo la prensa, varios periódicos en ocasiones. Es más, acostumbro a tomar el café con trabajadores del Banco de Santander, de Mafre o Bankia, trabajan en las inmediaciones; pues sí, no haga gestos de extrañeza, los no funcionarios también toman café, incluso orinan y defecan - al igual que los funcionarios - en plena jornada de trabajo. Le diré más, por el tipo de trabajo que realizo, algunos días trabajo desde casa - ya sabe, basta conectar el ordenador - y otros no voy hasta las doce al trabajo, todo un lujo, sobre todo si es Vd. el que lo juzga. Lo que no le cuento, ni me molesto, es cuándo finaliza la jornada, por la sencilla razón de que no finaliza; tampoco le voy a hablar, sobre todo por no ver sus gestos, de los fines de semana trabajando, de los famosos puentes, que también me pasé trabajando, de determinadas vacaciones que volaron, incluso de las noches que me levanté desvelado porque los resultados de mi trabajo no eran los deseables. Como aquí no existen las horas extras, algunos días llego tarde, porque quiero y porque me da la gana; incluso, si estuve trabajando hasta las tantas, me permito el lujo de estar de mal humor y no ser suficientemente cortés, es natural, como a cualquier trabajador, incluidos los no funcionarios, de vez en cuando también me duelen las pelotas.
Cobro un buen sueldo, cobraba más bien, después de tanto recorte ha quedado sensiblemente mermado. No me agobio, si han de recortar qué le vamos a hacer. No es que esté de acuerdo, sospecho que existen procedimientos más racionales para arreglar el desaguisado económico del país, pero me aguanto. Bastaba con esto, punto y final. Pero no, al parecer no les bastaba con bajarnos el sueldo, además era preciso desprestigiarnos, así que estos individuos, pongamos el tal Beteta de los cullons, orquestaron tal campaña de desprestigio en los medios de comunicación afines, amén de los palmeros correspondientes, como Vd. mismo, que me siento humillado, vilipendiado y, lo que es peor, enculado. Sí, sí, le puedo poner nombres y apellidos, ahí tiene a la Presidenta-Chulapa, Doña Espe, que dijo que los profesores sólo trabajaban dieciocho horas a la semana; al ínclito Beteta, el de los cafelitos, un tipo que únicamente ha “trabajado” en cargos políticos...pero en fin, Vd., que es tonto de baba, también opina que los funcionarios son unos vagos, que les enchufó el primo... No se qué hago explicándoselo, para que Vd. comprenda algo tan elemental es preciso que sus neuronas entren en resonancia y eso requiere toda la energía del universo, un suceso imposible.
Seguramente Vd. es uno de esos primos que entró al trapo en eso que el Estado gasta mucho. Pues no, señor enterado, seguramente gasta mal, eso es evidente, pero no mucho, compare las cifras con las de otros países. Lo que no hace, y aquí todos calladitos, es recaudar. El nivel de recaudación de este país es paupérrimo, con una maldad añadida, prácticamente el 80% de lo recaudado procede de las nóminas; el capital, qué le voy a decir, está prácticamente exento de pagar impuestos. Imagínese, no se preocupe, usar la inteligencia no provoca dolor de espalda, si durante los años de bonanza todos los españoles hubiesen pagado los impuestos que les correspondían ahora no tendríamos deudas. No hace falta que le cuente a cuánto asciende el nivel de fraude fiscal del país, está en todos los medios. Es por esto que el inefable Don Mariano decidió premiar a los defraudadores - ahí está esa amnistía fiscal - y castigar a los cumplidores. Y les premia porque gracias a ellos ( y algún que otro gañán) ocupa el lugar que ocupa, la Presidencia del Estado. ¡Un crack!
Y nada más, ya me tiene Vd. un poco harto; no obstante, le diré cuáles son mis planes de futuro. Sencillo: no gastar. ¿Cómo?, más simple aún, utilizando los servicios públicos, que para eso están. Nada de colegios, ni clínicas concertadas, tanto los médicos de la Seguridad Social, como los profesores de los Colegios Públicos son excelentes profesionales y, además, no lo olvide, no deben favores a nadie; ¿la cultura?, en las bibliotecas públicas, son magníficas; ¿las vacaciones?, son prescindibles, un imperativo comercial; ¿la compra diaria?, en Mercadona, nada de productos sofisticados; ¿las cenas con los amigos?, en casa, por supuesto; ¿el cafelito?, ...en el termo, naturalmente.
Cuando veía entrar en el Ministerio y pasar al despacho del ministro al representante de Rothschild o de otra opulenta casa española o extranjera, pensaba cuán útil sería ahorcar a todos aquellos señores que no iban allí sino a tramar algún enjuague. Estas ideas y otras semejantes las vertía Pantoja en el círculo del café adonde concurría, siendo objeto de punzantes burlas por su estrechez de miras; pero él no se daba a partido. ¿Hablábase de Hacienda? Pues en el acto tremolaba Pantoja su banderín con este sencillo y convincente lema: «Mucha administración y poca o ninguna política.» Guerra a los grandes negocios, guerra al agio y guerra también a los extranjeros, que no vienen aquí más que a explotarnos y a llevarse el cumquibus, dejándonos más pobres que las ratas. Tampoco ocultaba Pantoja sus simpatías por el rigor arancelario, pues el libre cambio es la protección a la industria de extranjis.
Al propio tiempo sostenía que los propietarios se quejan de vicio, que en ninguna parte se pagan menos contribuciones que en España, que el país es esencialmente defraudador, y la política el arte de cohonestar las defraudaciones y el turno pacífico o violento en el saqueo de la Hacienda. En suma, las ideas de Pantoja eran tres o cuatro, pero profundamente incrustadas en su “intellectus”, como si se las hubieran metido a mazo y escoplo. Su conversación en el círculo de amigos languidecía, porque nunca hablaba mal de sus jefes, ni censuraba los planes del ministro; no se metía en honduras, ni revelaba ningún secreto de entre bastidores. En el fondo de su cerebro dormía cierto comunismo de que él no se daba cuenta. De este tipo de funcionario, que la política vertiginosa de los últimos tiempos se ha encargado de extinguir, quedan aún, aunque escasos, algunos ejemplares.
Miau, 1888. Benito Pérez Galdós
Sí, por supuesto, me tomo el cafelito y leo la prensa, varios periódicos en ocasiones. Es más, acostumbro a tomar el café con trabajadores del Banco de Santander, de Mafre o Bankia, trabajan en las inmediaciones; pues sí, no haga gestos de extrañeza, los no funcionarios también toman café, incluso orinan y defecan - al igual que los funcionarios - en plena jornada de trabajo. Le diré más, por el tipo de trabajo que realizo, algunos días trabajo desde casa - ya sabe, basta conectar el ordenador - y otros no voy hasta las doce al trabajo, todo un lujo, sobre todo si es Vd. el que lo juzga. Lo que no le cuento, ni me molesto, es cuándo finaliza la jornada, por la sencilla razón de que no finaliza; tampoco le voy a hablar, sobre todo por no ver sus gestos, de los fines de semana trabajando, de los famosos puentes, que también me pasé trabajando, de determinadas vacaciones que volaron, incluso de las noches que me levanté desvelado porque los resultados de mi trabajo no eran los deseables. Como aquí no existen las horas extras, algunos días llego tarde, porque quiero y porque me da la gana; incluso, si estuve trabajando hasta las tantas, me permito el lujo de estar de mal humor y no ser suficientemente cortés, es natural, como a cualquier trabajador, incluidos los no funcionarios, de vez en cuando también me duelen las pelotas.
Cobro un buen sueldo, cobraba más bien, después de tanto recorte ha quedado sensiblemente mermado. No me agobio, si han de recortar qué le vamos a hacer. No es que esté de acuerdo, sospecho que existen procedimientos más racionales para arreglar el desaguisado económico del país, pero me aguanto. Bastaba con esto, punto y final. Pero no, al parecer no les bastaba con bajarnos el sueldo, además era preciso desprestigiarnos, así que estos individuos, pongamos el tal Beteta de los cullons, orquestaron tal campaña de desprestigio en los medios de comunicación afines, amén de los palmeros correspondientes, como Vd. mismo, que me siento humillado, vilipendiado y, lo que es peor, enculado. Sí, sí, le puedo poner nombres y apellidos, ahí tiene a la Presidenta-Chulapa, Doña Espe, que dijo que los profesores sólo trabajaban dieciocho horas a la semana; al ínclito Beteta, el de los cafelitos, un tipo que únicamente ha “trabajado” en cargos políticos...pero en fin, Vd., que es tonto de baba, también opina que los funcionarios son unos vagos, que les enchufó el primo... No se qué hago explicándoselo, para que Vd. comprenda algo tan elemental es preciso que sus neuronas entren en resonancia y eso requiere toda la energía del universo, un suceso imposible.
Seguramente Vd. es uno de esos primos que entró al trapo en eso que el Estado gasta mucho. Pues no, señor enterado, seguramente gasta mal, eso es evidente, pero no mucho, compare las cifras con las de otros países. Lo que no hace, y aquí todos calladitos, es recaudar. El nivel de recaudación de este país es paupérrimo, con una maldad añadida, prácticamente el 80% de lo recaudado procede de las nóminas; el capital, qué le voy a decir, está prácticamente exento de pagar impuestos. Imagínese, no se preocupe, usar la inteligencia no provoca dolor de espalda, si durante los años de bonanza todos los españoles hubiesen pagado los impuestos que les correspondían ahora no tendríamos deudas. No hace falta que le cuente a cuánto asciende el nivel de fraude fiscal del país, está en todos los medios. Es por esto que el inefable Don Mariano decidió premiar a los defraudadores - ahí está esa amnistía fiscal - y castigar a los cumplidores. Y les premia porque gracias a ellos ( y algún que otro gañán) ocupa el lugar que ocupa, la Presidencia del Estado. ¡Un crack!
Y nada más, ya me tiene Vd. un poco harto; no obstante, le diré cuáles son mis planes de futuro. Sencillo: no gastar. ¿Cómo?, más simple aún, utilizando los servicios públicos, que para eso están. Nada de colegios, ni clínicas concertadas, tanto los médicos de la Seguridad Social, como los profesores de los Colegios Públicos son excelentes profesionales y, además, no lo olvide, no deben favores a nadie; ¿la cultura?, en las bibliotecas públicas, son magníficas; ¿las vacaciones?, son prescindibles, un imperativo comercial; ¿la compra diaria?, en Mercadona, nada de productos sofisticados; ¿las cenas con los amigos?, en casa, por supuesto; ¿el cafelito?, ...en el termo, naturalmente.
Cuando veía entrar en el Ministerio y pasar al despacho del ministro al representante de Rothschild o de otra opulenta casa española o extranjera, pensaba cuán útil sería ahorcar a todos aquellos señores que no iban allí sino a tramar algún enjuague. Estas ideas y otras semejantes las vertía Pantoja en el círculo del café adonde concurría, siendo objeto de punzantes burlas por su estrechez de miras; pero él no se daba a partido. ¿Hablábase de Hacienda? Pues en el acto tremolaba Pantoja su banderín con este sencillo y convincente lema: «Mucha administración y poca o ninguna política.» Guerra a los grandes negocios, guerra al agio y guerra también a los extranjeros, que no vienen aquí más que a explotarnos y a llevarse el cumquibus, dejándonos más pobres que las ratas. Tampoco ocultaba Pantoja sus simpatías por el rigor arancelario, pues el libre cambio es la protección a la industria de extranjis.
Al propio tiempo sostenía que los propietarios se quejan de vicio, que en ninguna parte se pagan menos contribuciones que en España, que el país es esencialmente defraudador, y la política el arte de cohonestar las defraudaciones y el turno pacífico o violento en el saqueo de la Hacienda. En suma, las ideas de Pantoja eran tres o cuatro, pero profundamente incrustadas en su “intellectus”, como si se las hubieran metido a mazo y escoplo. Su conversación en el círculo de amigos languidecía, porque nunca hablaba mal de sus jefes, ni censuraba los planes del ministro; no se metía en honduras, ni revelaba ningún secreto de entre bastidores. En el fondo de su cerebro dormía cierto comunismo de que él no se daba cuenta. De este tipo de funcionario, que la política vertiginosa de los últimos tiempos se ha encargado de extinguir, quedan aún, aunque escasos, algunos ejemplares.
Miau, 1888. Benito Pérez Galdós
sábado, 10 de marzo de 2012
INSERSO
Ciertamente, nunca había visto a Jorge Ariza tan enfadado. Quizás, en el café, entre risa y risa, había dejado caer algún comentario a propósito, pero comedido, sin estridencias. Sabía que apenas tenía relación con su familia política, aunque tampoco se puede decir que se habían distanciado, pues nunca existió proximidad alguna. Le había oído contar que vivían en algún lugar al norte de León. Castellanos viejos decía, un eufemismo amable, un mirar hacia otro sitio para eludir la realidad. Fíjate - me contaba - , van al consultorio médico para leer la prensa gratis, y allí montan sus tertulias, a gritos, oigan o no oigan, hasta que sale Doña Nieves, la médico, y los echa con cajas destempladas. Se van indignados, qué vergüenza de país, ni prensa ni calefacción gratis, y encima esta medicucha que nos tocó, sí, me vais contar a mí, esta es de la ESO y no sabe hacer la “o” con un canuto...
Salía del María Guerrero, “Luces de Bohemia” acababa de finalizar y él estaba allí, en la puerta, junto a un corrillo de fumadores. Me extrañó no ver a Adela Salazar, su compañera. Me alegré de verle y tras los saludos de rigor convenimos en cenar en un restaurante cercano. Madrid olía a pis y el aire, atiborrado de partículas en suspensión, se masticaba, nuestra inefable Presidenta por recortar, nos ha recortado hasta la lluvia. Adela se fue a Canarias la semana pasada - me contó mientras dábamos cuenta de unos exquisitos corazones de alcachofas- , regalé su entrada a un compañero del trabajo. Resulta que sus padres, ya sabes, esos de León, habían viajado a Tenerife subvencionados por el Inserso y, al poco de llegar, el padre se sintió indispuesto, así que los del hotel le llevaron a un hospital cercano y allí quedó ingresado. Nada grave, pero como la madre ya prácticamente no ve nada y entiende menos, tanto Adela como su hermana se fueron en el primer avión que encontraron.
Es bochornoso - su tono iba aumentando a medida que hablaba -, ¿cómo es posible que los del Inserso no les pidan el historial médico antes de que inicien el viaje? ¿Tú te crees que un tipo de 85 años, con infinidad de episodios cardiovasculares en su historial médico, puede montarse en un avión sin más? ¿Y quién cuidó de la madre mientras tanto? Y encima las dos hermanas faltando al trabajo, pues están las cosas como para estas milongas, ¡joder!. Atacamos el bacalao, exquisito, y pedimos una botella de vino verde, Lisboa siempre en la memoria. Era inevitable, precisamente nos habíamos conocido en Lisboa, hace ya muchos años, poco después de que con “Grândola, vila morena” se iniciase una revolución. Aún seguimos comprando claveles cada 25 de Abril, añorando unos ojos negros junto a una boca imperceptiblemente asimétrica y planeando volver juntos otra vez. A pesar de que ambos visitábamos Lisboa cada dos por tres, nunca volvimos a coincidir allí.
Lo tienen bien montado, pues no sólo llenan los hoteles con los jubilados, también con los familiares que por unas razones y otras terminan viajando allí para rescatarlos - volvió sobre el mismo tema en los postres -. Y esto lo pagamos todos, no te creas, sus viajes, sus hoteles, sus menús, sus medicamentos gratuitos...Pero hay más, el castellano está en una de esas clínicas concertadas, ya sabes como funciona eso, no tienen ninguna prisa en darle el alta (y él tampoco). Esta historia se habría arreglado con un par de días de ingreso, pero lo van a tener allí un par de semanas...¡al tiempo!. Cada vez estaba más irritado, tenso, incluso descontrolado, era evidente que la situación le superaba. Era una cuestión recurrente, qué hacer con los padres cuando éstos no se avienen a soluciones que satisfagan a todos. Castellanos viejos, empecé a entender porque Jorge utilizaba esta expresión.
El desencuentro comenzó hace muchos años, incapaces de entender que el mundo que conocían se derrumbaba estrepitosamente sucumbieron a una ruptura generacional que les alejó de sus hijos, un camino sin retorno. Optaron por imponer, pesaba más el qué dirán, y se olvidaron de la necesidad de evolucionar, de adaptarse a los nuevos tiempos. Invocaron deberes hacia los padres, pero olvidaron que los hijos ya no son fuerza de trabajo, ni una contribución económica a la familia, que las hijas no son sus criadas, que lo de los lazos de sangre es un dislate y que para merecer consideración es preciso haber considerado. Seguramente resultó cómodo cerrar los ojos y no percibir los cambios, pero no, no fue comodidad, tan sólo idiotez. Castellanos viejos.
La noche invitaba a pasear, es duro maldecir de los mayores, pensar en lo que pudo ser y no es por la terquedad o la ignorancia de unos padres encerrados en su particular egoísmo. Cerca de Huertas nos sorprendió una multitud que hacía cola a lo largo de la calle de Jesús. Un jubilado nos contó que habían venido desde Valladolid con el Inserso y estaban allí, la una de la madrugada, esperando que abrieran la Basílica y ser los primeros en besar el pie derecho del Cristo de Medinaceli; al parecer, esta escena se repetía cada primer viernes de marzo. Un poco más abajo, una ambulancia atendía a una anciana desfallecida. ¡Joder con el Inserso! - Jorge no pudo reprimirse - ¿Esto también lo tenemos que pagar todos? ¿Y eso del pie derecho? ¿Por qué no el izquierdo?
Nos despedimos en una parada de taxis. Besos para Adela, lo de Lisboa sigue en pie, ¿no?...Quizás este verano, si nos dejan los castellanos...y el Inserso.
Desde el punto de vista de Walter, no existía en el mundo mayor fuerza del mal que la Iglesia católica, ni causa más perentoria para la desesperanza respecto al futuro de la humanidad y del asombroso planeta que se le había concedido, aunque cabía reconocer que en estos tiempos la seguían muy de cerca los fundamentalistas siameses de Bush y Bin Laden. Walter no podía ver una iglesia ni el letrero LOS HOMBRES DE VERDAD AMAN A JESÚS ni un símbolo de un pez en un coche sin notar una opresión de ira en el pecho.
Libertad. Jonathan Franzen
Salía del María Guerrero, “Luces de Bohemia” acababa de finalizar y él estaba allí, en la puerta, junto a un corrillo de fumadores. Me extrañó no ver a Adela Salazar, su compañera. Me alegré de verle y tras los saludos de rigor convenimos en cenar en un restaurante cercano. Madrid olía a pis y el aire, atiborrado de partículas en suspensión, se masticaba, nuestra inefable Presidenta por recortar, nos ha recortado hasta la lluvia. Adela se fue a Canarias la semana pasada - me contó mientras dábamos cuenta de unos exquisitos corazones de alcachofas- , regalé su entrada a un compañero del trabajo. Resulta que sus padres, ya sabes, esos de León, habían viajado a Tenerife subvencionados por el Inserso y, al poco de llegar, el padre se sintió indispuesto, así que los del hotel le llevaron a un hospital cercano y allí quedó ingresado. Nada grave, pero como la madre ya prácticamente no ve nada y entiende menos, tanto Adela como su hermana se fueron en el primer avión que encontraron.
Es bochornoso - su tono iba aumentando a medida que hablaba -, ¿cómo es posible que los del Inserso no les pidan el historial médico antes de que inicien el viaje? ¿Tú te crees que un tipo de 85 años, con infinidad de episodios cardiovasculares en su historial médico, puede montarse en un avión sin más? ¿Y quién cuidó de la madre mientras tanto? Y encima las dos hermanas faltando al trabajo, pues están las cosas como para estas milongas, ¡joder!. Atacamos el bacalao, exquisito, y pedimos una botella de vino verde, Lisboa siempre en la memoria. Era inevitable, precisamente nos habíamos conocido en Lisboa, hace ya muchos años, poco después de que con “Grândola, vila morena” se iniciase una revolución. Aún seguimos comprando claveles cada 25 de Abril, añorando unos ojos negros junto a una boca imperceptiblemente asimétrica y planeando volver juntos otra vez. A pesar de que ambos visitábamos Lisboa cada dos por tres, nunca volvimos a coincidir allí.
Lo tienen bien montado, pues no sólo llenan los hoteles con los jubilados, también con los familiares que por unas razones y otras terminan viajando allí para rescatarlos - volvió sobre el mismo tema en los postres -. Y esto lo pagamos todos, no te creas, sus viajes, sus hoteles, sus menús, sus medicamentos gratuitos...Pero hay más, el castellano está en una de esas clínicas concertadas, ya sabes como funciona eso, no tienen ninguna prisa en darle el alta (y él tampoco). Esta historia se habría arreglado con un par de días de ingreso, pero lo van a tener allí un par de semanas...¡al tiempo!. Cada vez estaba más irritado, tenso, incluso descontrolado, era evidente que la situación le superaba. Era una cuestión recurrente, qué hacer con los padres cuando éstos no se avienen a soluciones que satisfagan a todos. Castellanos viejos, empecé a entender porque Jorge utilizaba esta expresión.
El desencuentro comenzó hace muchos años, incapaces de entender que el mundo que conocían se derrumbaba estrepitosamente sucumbieron a una ruptura generacional que les alejó de sus hijos, un camino sin retorno. Optaron por imponer, pesaba más el qué dirán, y se olvidaron de la necesidad de evolucionar, de adaptarse a los nuevos tiempos. Invocaron deberes hacia los padres, pero olvidaron que los hijos ya no son fuerza de trabajo, ni una contribución económica a la familia, que las hijas no son sus criadas, que lo de los lazos de sangre es un dislate y que para merecer consideración es preciso haber considerado. Seguramente resultó cómodo cerrar los ojos y no percibir los cambios, pero no, no fue comodidad, tan sólo idiotez. Castellanos viejos.
La noche invitaba a pasear, es duro maldecir de los mayores, pensar en lo que pudo ser y no es por la terquedad o la ignorancia de unos padres encerrados en su particular egoísmo. Cerca de Huertas nos sorprendió una multitud que hacía cola a lo largo de la calle de Jesús. Un jubilado nos contó que habían venido desde Valladolid con el Inserso y estaban allí, la una de la madrugada, esperando que abrieran la Basílica y ser los primeros en besar el pie derecho del Cristo de Medinaceli; al parecer, esta escena se repetía cada primer viernes de marzo. Un poco más abajo, una ambulancia atendía a una anciana desfallecida. ¡Joder con el Inserso! - Jorge no pudo reprimirse - ¿Esto también lo tenemos que pagar todos? ¿Y eso del pie derecho? ¿Por qué no el izquierdo?
Nos despedimos en una parada de taxis. Besos para Adela, lo de Lisboa sigue en pie, ¿no?...Quizás este verano, si nos dejan los castellanos...y el Inserso.
Desde el punto de vista de Walter, no existía en el mundo mayor fuerza del mal que la Iglesia católica, ni causa más perentoria para la desesperanza respecto al futuro de la humanidad y del asombroso planeta que se le había concedido, aunque cabía reconocer que en estos tiempos la seguían muy de cerca los fundamentalistas siameses de Bush y Bin Laden. Walter no podía ver una iglesia ni el letrero LOS HOMBRES DE VERDAD AMAN A JESÚS ni un símbolo de un pez en un coche sin notar una opresión de ira en el pecho.
Libertad. Jonathan Franzen
domingo, 1 de enero de 2012
Jubilados
Crucé Valladolid y Palencia, camino de Santander, entre niebla y escarcha; a ratos distinguía las choperas perfilando las riberas, fantasmales pueblos con el campanario de la iglesia levitando entre brumas, a ratos no distinguía nada, apenas la soledad de la estapa. En la cumbre de Pozazal los destellos del sol me devolvieron el optimismo, Reinosa resplandecía con un cielo insolentemente azul. Decidí darle gusto al estómago y con un día tan soleado el restaurante del campo de golf de Nestares parecía la elección más adecuada. Un par de manchas blancas en las cumbres, verdes praderías y el sol penetrando a raudales por las cristaleras del restaurante. Espléndido.
De repente los vi, a los jugadores de golf, tan emperifollados ellos, con sus carritos eléctricos, sus palos, sus pelotitas y esa pose de ajenos al común. Los observé con atención, sus movimientos, su forma de caminar. No, no eran jóvenes, se trataba de jubilados, honorables jubilados disfrutando de su inmenso tiempo libre en una mañana cualquiera de diciembre. Jubilados y jubilosos, Don Mariano, nuestro ínclito presidente, les había prometido mantener su poder adquisitivo aun a costa de congelar el salario mínimo interprofesional, de capar funcionarios y encular a la clase media. Como Dios manda. El pastel de cabracho se me atragantó. Por las laderas del Tres Mares se deslizaban espesas brumas, pronto alcanzarían el valle.
Tenía la vieja idea de que ser mayor consistía en hablar del tiempo y hacer una muesca cada vez que uno pasaba por el baño. Estaba equivocado, todo cambió, incluso los jubilados.El poder gris les dicen, pues constituyen un poder fáctico nada desdeñable. Ahora, a su eterna preocupación por la gestión de sus fluidos, añaden la preocupación por sus finanzas, así que constituyen una de las dianas predilectas de las sucursales bancarias repartidas por doquier. No cabe duda, a pesar de las apariencias, que constituyen el estrato social con más poder económico del país.
Son el objetivo fundamental en las campañas electorales, los políticos les reverencian. No es casualidad que los programas dirigidos a las personas mayores hayan escapado de los recortes presupuestarios que afectan a la mayor parte de países, incluyendo el nuestro. Es de justicia, dirán algunos, y probablemente tengan razón, yo me limito a mirar a los jugadores del campo de golf... Seguramente sea justo.
También miré a los camareros del local, todos jóvenes e inexpertos. Cada vez que vengo a este restaurante me encuentro con camareros nuevos, tres meses trabajando y a la calle, no vaya a ser que empiecen a cobrar antigüedad. Lo curioso es que son estos jóvenes los que deben pagar las pensiones de los que juegan al golf, comprar los pisos que quedaron aparcados con el crack inmobiliario e incrementar el índice de natalidad, tan necesario. ¿Alguien pide más?.
Se percibe insolaridad en el voto del poder gris. Para Aristóteles la experiencia de los mayores es sinónimo de desconfianza, de mezquindaz, egoísmo y avaricia. La verdad es que nunca me gustó este tío, pero reconozco que a veces sus apreciaciones son muy certeras. Como ejemplo más inmediato tenemos al Consejo de Administración del Banco de Bilbao, sus directivos han decidido prolongar la edad de jubilación desde los 70 a los 75 años, una imagen que no se corresponde con las incesantes prejubilaciones en la banca.
Por supuesto que existen jubilados que lo están pasando muy mal, sin duda, pero esto también sucede en otros estratos sociales, empezando por el de los jóvenes, y nadie se acuerda de ellos. Esto no es muy exacto, los grupos de presión de los empresarios los recuerdan cada día, con sus fauces babeantes, especialmente cuando hablan de imponer los “mini jobs”.
Al final, con el café, nos alcanzó la niebla, los jubilados estaban ya de retirada. Decidí que ya no tenía sentido llegar hasta Santander, así que me volví hacia Aguilar de Campoo, buscando el paseo de la Cascajera, siempre me ayudó a poner en orden mis ideas. Cené en “El Barón”, Carlos siempre me trata con exquisitez, se lo agradezco. Con el tiempo ha conseguido que su restaurante sea una magnífica referencia.
No sé que nos deparará el 2012, pero después de pasear por la Cascajera he decidido seguir con buen humor, es lo único que no nos pueden recortar.
Uno llegar e incorporarse el día
Dos respirar para subir la cuesta
Tres no jugarse en una sola apuesta
Cuatro escapar de la melancolía
Cinco aprender la nueva geografía
Seis no quedarse nunca sin la siesta
Siete el futuro no será una fiesta
Y ocho no amilanarse todavía
Nueve vaya a saber quién es el fuerte
Diez no dejar que la paciencia ceda
Once cuidarse de la buena suerte
Doce guardar la última moneda
Trece no tutearse con la muerte
Catorce disfrutar mientras se pueda.
Mario Benedetti
De repente los vi, a los jugadores de golf, tan emperifollados ellos, con sus carritos eléctricos, sus palos, sus pelotitas y esa pose de ajenos al común. Los observé con atención, sus movimientos, su forma de caminar. No, no eran jóvenes, se trataba de jubilados, honorables jubilados disfrutando de su inmenso tiempo libre en una mañana cualquiera de diciembre. Jubilados y jubilosos, Don Mariano, nuestro ínclito presidente, les había prometido mantener su poder adquisitivo aun a costa de congelar el salario mínimo interprofesional, de capar funcionarios y encular a la clase media. Como Dios manda. El pastel de cabracho se me atragantó. Por las laderas del Tres Mares se deslizaban espesas brumas, pronto alcanzarían el valle.
Tenía la vieja idea de que ser mayor consistía en hablar del tiempo y hacer una muesca cada vez que uno pasaba por el baño. Estaba equivocado, todo cambió, incluso los jubilados.El poder gris les dicen, pues constituyen un poder fáctico nada desdeñable. Ahora, a su eterna preocupación por la gestión de sus fluidos, añaden la preocupación por sus finanzas, así que constituyen una de las dianas predilectas de las sucursales bancarias repartidas por doquier. No cabe duda, a pesar de las apariencias, que constituyen el estrato social con más poder económico del país.
Son el objetivo fundamental en las campañas electorales, los políticos les reverencian. No es casualidad que los programas dirigidos a las personas mayores hayan escapado de los recortes presupuestarios que afectan a la mayor parte de países, incluyendo el nuestro. Es de justicia, dirán algunos, y probablemente tengan razón, yo me limito a mirar a los jugadores del campo de golf... Seguramente sea justo.
También miré a los camareros del local, todos jóvenes e inexpertos. Cada vez que vengo a este restaurante me encuentro con camareros nuevos, tres meses trabajando y a la calle, no vaya a ser que empiecen a cobrar antigüedad. Lo curioso es que son estos jóvenes los que deben pagar las pensiones de los que juegan al golf, comprar los pisos que quedaron aparcados con el crack inmobiliario e incrementar el índice de natalidad, tan necesario. ¿Alguien pide más?.
Se percibe insolaridad en el voto del poder gris. Para Aristóteles la experiencia de los mayores es sinónimo de desconfianza, de mezquindaz, egoísmo y avaricia. La verdad es que nunca me gustó este tío, pero reconozco que a veces sus apreciaciones son muy certeras. Como ejemplo más inmediato tenemos al Consejo de Administración del Banco de Bilbao, sus directivos han decidido prolongar la edad de jubilación desde los 70 a los 75 años, una imagen que no se corresponde con las incesantes prejubilaciones en la banca.
Por supuesto que existen jubilados que lo están pasando muy mal, sin duda, pero esto también sucede en otros estratos sociales, empezando por el de los jóvenes, y nadie se acuerda de ellos. Esto no es muy exacto, los grupos de presión de los empresarios los recuerdan cada día, con sus fauces babeantes, especialmente cuando hablan de imponer los “mini jobs”.
Al final, con el café, nos alcanzó la niebla, los jubilados estaban ya de retirada. Decidí que ya no tenía sentido llegar hasta Santander, así que me volví hacia Aguilar de Campoo, buscando el paseo de la Cascajera, siempre me ayudó a poner en orden mis ideas. Cené en “El Barón”, Carlos siempre me trata con exquisitez, se lo agradezco. Con el tiempo ha conseguido que su restaurante sea una magnífica referencia.
No sé que nos deparará el 2012, pero después de pasear por la Cascajera he decidido seguir con buen humor, es lo único que no nos pueden recortar.
Uno llegar e incorporarse el día
Dos respirar para subir la cuesta
Tres no jugarse en una sola apuesta
Cuatro escapar de la melancolía
Cinco aprender la nueva geografía
Seis no quedarse nunca sin la siesta
Siete el futuro no será una fiesta
Y ocho no amilanarse todavía
Nueve vaya a saber quién es el fuerte
Diez no dejar que la paciencia ceda
Once cuidarse de la buena suerte
Doce guardar la última moneda
Trece no tutearse con la muerte
Catorce disfrutar mientras se pueda.
Mario Benedetti
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