Decía el Profesor Bernabeu que un láser es el equivalente moderno de la navaja suiza: sirve tanto para cortar una chapa de acero como para tallar una córnea, leer un CD, trasladar información y medir distancias astronómicas o atómicas. Algo similar sucede con el jabón Lagarto, éste también sirve para todo: para lavar la ropa, para la higiene personal, para los granos, la alopecia, la dermatitis atópica, las hemorroides, el estreñimiento y, por supuesto, para limpiar pasiones y blanquear pecados.
No es que quiera llevar la contraria a nadie, pero en el caso del jabón Lagarto me declaro escéptico. Primero, porque lo pinten como lo pinten, contiene sosa caústica, el hidróxido de sodio de los Químicos, y esto, por tener un pH excesivo, no puede ser bueno para la piel. En segundo lugar, que un producto elaborado a partir de grasas animales (sebos) y sosa sea más eficaz que otros productos, obtenidos como resultado de miles de horas de investigación e inversiones millonarias, resulta, cuando menos, desolador. Si cualquier problema en la piel se arregla con jabón Lagarto, ¿para qué queremos a los Dermatólogos?
Definitivamente, nunca me gustó el jabón Lagarto; a mí lo que me gustaba eran las piernas de Taquina. Aquel verano, en el pueblo de los abuelos, gustaba de acompañar a las mujeres hasta el río cuando iban a hacer la colada; no había agua corriente por aquellos lares. La tarea era descomunal, atroz. Bajaban cargadas con sus baldes, sus tablas de lavar, ingentes cantidades de ropa sucia y aquellas pastillas de jabón Lagarto. Una vez en el río, arrodilladas sobre la gravilla, frotando, retorciendo, golpeando, destrozaban sus manos y marchitaban su alma. Yo, inocente niño rijoso, esperaba a que los vaivenes de Taquina sobre la tabla de lavar izasen los pliegues de su falda, para así poder contemplar con fruicción aquellas piernas nacaradas. Naturalmente, allí no había hombres, el trabajo era demasiado duro. Sólo en cierta ocasión apareció el bigote de uno de ellos, el marido de Taquina, un tipo desaliñado y malencarado: “Chaval, ¿quieres que te compre un telescopio?”. Rojo, herido, con las carcajadas de las lavanderas a modo de soniquete, huí presuroso sin mirar hacia atrás.
Volví a ver a Taquina: adornos, tintes y cremas. Habían pasado ya varios años y aún conservaba su veneno; no vi sus piernas, sino sus manos: rojas, amoratadas y agrietadas. ¡Maldito jabón Lagarto!. Con el agua corriente, al pueblo habían llegado las lavadoras, los jabones perfumados y los biocosméticos... pero ya era tarde.
Él: —Pues sí.
Ella: —Pues sí, ¿qué?
Él: —¡Yo dije pues sí!
Ella: —Pero, “pues sí”, ¿qué?
Él: —Mejor cambiemos de conversación, porque tú no me entiendes.
(Clarice Lispector)
Pues un servidor se está lavando con jabón Lagarto 54 años ya, y nunca he tenido ningún problema. Tengo una mata de pelo que pà qué. Lo recomiendo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho su relato con la Taquina. Escribe usted muy bien. Enhorabuena.