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jueves, 17 de diciembre de 2009

Don Marcial Lafuente Estefanía

En el 74 andaba yo enredado en eso de salir de la adolescencia, ya saben, oscilando entre la euforia desmedida y el fracaso absoluto. Un tránsito difícil, a veces angustioso, a veces hermoso. Un tránsito en el que uno iba eludiendo malamente los muchos noes que te imponían: no fumarás, no beberás, no dirás palabras malsonantes, no mentirás, no te masturbarás, no jugarás a las cartas....; en fin, una lista interminable. Naturalmente, algunos de aquellos noes tenían total justificación, cómo no, pero otros eran un dislate. Sí, lo confieso, en alguna ocasión fui a la librería a cambiar novelas de Don Marcial Lafuente Estefanía; esto es algo que hacía a escondidas, con un sentimiento de mala conciencia: no leerás las novelas de editorial Bruguera, no leerás literatura pulp, como dicen hoy los snobs.

Así que el leer aquellas novelillas de cinco pesetas pasó a ser un vicio oculto; por supuesto, si alguien me preguntaba qué estaba leyendo, respondía sin pestañear: La náusea, de Sartre. ¡Nos ha jodido!. Y en éstas llegó Serrat, en el 74, con aquel “Romance de Curro el Palmo”:

Buscando el olvido
se dio a la bebida,
al mus, las quinielas...
Y en horas perdidas
se leyó enterito
a Don Marcial Lafuente,

retratando nuestros fracasos, los de nuestros padres, los del país....

En ocasiones lucía el Sol, generalmente era una sonrisa femenina, una palmada en la espalda; otras veces, el cielo se oscurecía, barrunto de tormenta, adiós ojos negros y boca asimétrica; y, entonces, volvías a Curro “el Palmo”:

Ay, mi amor,
sin ti no entiendo el despertar.
Ay, mi amor,
sin ti mi cama es ancha.
Ay, mi amor
que me desvela la verdad.
Entre tú y yo, la soledad
y un manojillo de escarcha.

Al final, pasada la adolescencia, uno acaba adquiriendo esa enfermedad que dicen responsabilidad, asumiendo roles que no te corresponden y, de repente, zas, en la quinta década. Afortunadamente, me inicié con Don Marcial, con quién saboree los primeros placeres de la lectura, y, con él, me convertí en lector. Esta afición me ha permitido disfrutar de cientos de lecturas, de cualquier olor, de cualquier sabor y de cualquier condición. Actualmente, nuestras autoridades académicas pretenden que los adolescentes lean a Jorge Manrique; éstos, en cambio, prefieren no leer.¿A quién le sorprende?

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Cianamida cálcica


Parece ser que este era el objetivo inicial de la fábrica de Unquinesa, producir cianamida cálcica. El proceso era relativamente simple, con la caliza extraída en la cantera, previamente molida, se obtenía carburo cálcico en el horno y posteriormente, en unos hornos específicos de baja potencia, el carburo, bajo una corriente de nitrógeno, se transformaba en cianamida. Esta sustancia en polvo, a efectos del posterior transporte, se almacenaba en pequeños bidones; este último proceso se realizaba manualmente. A tal fin, los obreros se protegían con una mascarilla realizada a base de gasa, algodón y un soporte metálico; una protección muy primitiva ... eran otros tiempos.

No hace falta ser un lince para percatarse que todo el conjunto de procesos resultaba tremendamente contaminante, sobre todo desde la óptica de partículas en suspensión, por su particular incidencia en el sistema respiratorio, amén de determinados procesos alérgicos. En cuanto a los efectos de la cianamida están documentados la rinitis, faringitis, laringitis y bronquitis. En combinación con el alcohol ( el vino peleón de entonces) tiene incidencia a largo plazo sobre el sistema cardiovascular y sobre el sistema nervioso central. Nada, una bagatela.

Es verdad que la sustitución de los abonos orgánicos por los abonos minerales - la cianamida se utilizaba como fertilizante, herbicida o pesticida - significó un incremento sustancial en la producción de determinados productos agrícolas, también es verdad que la cianamida aportó empleo y progreso en general, pero esto no es óbice para ubicar la barriada en un lugar más alejado o más elevado, pues el terreno lo permitía, impidiendo que sus pobladores quedasen estigmatizados por semejante dislate.

No les doy las gracias, ni me siento agradecido. Los que decidieron el emplazamiento del barrio eran unos auténticos borricos. En fin, esto sucedió hace muchos años, seguro que el agua limpió todos los restos de cianamida ( y el de los directivos), pero el recuerdo produce desasosiego. Es difícil encontrar un poema para tamaño despropósito, tan sólo me vienen a la memoria unos versos de Ángel González:

Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba -último buitre-
el viento.