miércoles, 19 de enero de 2011

¿Tiempo de delatores, Sr Revilla?

Aquel taxi terminó con mi ya menguada cartera. El tren había llegado con retraso a Chamartín y disponía del tiempo justo para llegar a una entrevista profesional (cuestión de alubias). Y allí estaban, en plena Castellana, con pancartas y silbatos... Cientos de monjas, con todo tipo de hábitos, gritando como posesas y reivindicando, ¡manda huevos!, libertad de enseñanza. El taxi detenido en el atasco, el contador, impertérrito, sumando pesetas, y en una tertulia radiofónica se hacían conjeturas a propósito de las futuras decisiones de un tal Felipe González, recién nombrado Presidente del Gobierno.

Después de lo que habíamos vivido, después de aquel férreo control que el franquismo y las instituciones católicas habían ejercido sobre la enseñanza, ¿qué pedían las monjas?. ¿qué hacía la palabra libertad en sus pancartas? Se trataba de una burda mixtificación, de prostituir una palabra en aras de conseguir unos fines más prosaicos, o sea, subvención y privilegios. Desgraciadamente, no es éste el único ejemplo en que un determinado grupo de opinión retuerce el significado de una palabra con objeto de manipular, presionar o, simple y llanamente, faltar a la verdad.

Valgan como ejemplos, faltaría más, los servicios de inteligencia yankees tratando de ocultar sus torpezas, destapadas en WikiLeaks, acusando a determinados ciudadanos de “delatores”, y, en versión mesa camilla y botijo, el Sr. Revilla, que recientemente nos deleitaba con una columna en el diario “El Mundo” titulada “Tiempo de delatores”.

No me sorprende, nunca me gusto este tipo. Populista, socarrón, excesivamente folclórico...un tipo tremendamente ladino y tramposo. A este individuo la ley antitabaco, que de ninguna manera prohibe fumar, salvo en determinados espacios públicos, le recuerda la posguerra, el nazismo y la Inquisición. Pues no, Sr. Revilla, cuando uno llama a las autoridades para denunciar que el vecino sacude a la señora, no está ejerciendo de delator, ni de soplón, ni de chivato: ejerce de ciudadano. De la misma manera obra quien denuncia al que no paga sus impuestos, al que construye ilegalmente, al que no arregla con suficiente diligencia los baches de la carretera y, por supuesto, a quien fuma un puro en un restaurante sin considerar si comparte espacio con asmáticos, alérgicos, embarazadas, niños...

En realidad las cosas son bastante más simples; a medida que nos civilizábamos, fuimos arrinconando determinados gestos, bien por pudor o bien por higiene. De está forma aprendimos que para hacer ciertas cosas debíamos acudir al baño, que no debíamos escupir en la calle,... ni eructar, ni emitir flatulencias en público y, mucho menos, en el restaurante. Es decir, hoy en día, las guarrerías corresponden al ámbito de lo privado. Y fumar, no lo negará, Sr. Revilla, es una guarrería bastante más cochina que las demás, es por esto que se le invita a Vd. a fumar fuera del restaurante: por higiene. Por cierto, Sr. Revilla, ¿se lava Vd. las manos después de fumar su puro?

También a Francisco Rico, miembro de la Real Academia Española, le dio por apuntarse al disparate, y después de afirmar que “domina la ley el espíritu persecutorio”, para dar más relevancia a sus críticas, concluía su artículo (“Teoría y realidad de la ley contra el fumador”, El país) con un “P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo”. Mentira, Sr. Rico, le hemos visto fumar por activa y por pasiva, aquí, allá y acullá. Además, no parece muy honrado que alguien tan alejado de la ciencia como Vd., cuestione resultados científicos que, por otra parte, tan sólo un lerdo o un ejecutivo de una tabacalera se atreven a cuestionar.

También se pronunció ese a modo de australopithecus que ejerce de alcalde de Valladolid, no me molesto en transcribir sus estúpidos chascarrillos. Tampoco me paro a reflexionar acerca del porqué los ciudadanos eligen determinados alcaldes, ...¡desdichados!

Pues no, Sr. Revilla, todos los ciudadanos tienen derechos, incluso los no fumadores, y la reivindicación de esos derechos no supone delación, sino un ejercicio de ciudadanía. Fíjese, Sr. Revilla, si realmente a los españoles nos diera por exigir los derechos que nos corresponden en materia de educación, de sanidad, de vivienda...de manera formal y organizada, ¿sería Vd. Presidente?

¿Tiempo de delatores? No, Sr. Revilla: tiempo de ciudadanos.


...Propio es de hombres de cabezas medianas el embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza. A todos nos conviene, amigos queridos, que nuestros dirigentes sean siempre los más inteligentes y los más sabios.

(Un apócrifo llamado Juan de Mairena)

botero1957@yahoo.es

domingo, 19 de diciembre de 2010

Dólares

Es costumbre, en Termodinámica, dividir el Universo en dos partes claramente diferenciadas: el sistema, lo que se pretende estudiar, y el entorno, lo que no es sistema; de esta forma el estudio de la evolución del sistema requiere un análisis riguroso de los intercambios de materia y energía entre el sistema propiamente dicho y el entorno. Se trata de un procedimiento muy antiguo, tan antiguo que sorprende cómo en determinadas disciplinas se prescinde de un protocolo tan elemental. Fuera de la Termodinámica un sistema puede ser un individuo, su pueblo, su región, su nación, su continente...

En función de lo intercambiable, los sistemas pueden ser abiertos o cerrados. Pertenezco a una generación que evolucionó desde un sistema cerrado, es decir, un sistema sin intercambio de información con el entorno, a un sistema abierto, donde todos los flujos son permitidos. Pasamos desde aquel cuartel autárquico a un mundo en el que la información no tiene límites, no conoce fronteras; se pude decir que la deslocalización de las fuentes ha provocado la fusión de los sistemas con el entorno, hasta tal punto, que resulta difícil distinguir sus límites.

Enredada en la memoria quedó una conversación de críos; sentados en aquel suelo acementado discutíamos a propósito de España, y sólo teníamos dos alternativas: o España era el barrio San Alberto o era algo más grande, tan grande que sólo podía ser Mataporquera. Indudablemente, el desconcierto que generaba en nosotros la palabra España era debido a la ausencia de información. Pero, y éste es el problema, probablemente era ese desconcierto el que aportaba la conciencia de grupo, de colectividad, vamos, el ser de Mataporquera.

Recientemente, sentado en uno de los bancos de la plaza, observé a dos muchachas que la atravesaban camino del Chamberí: deportivas, vaqueros, camisetas y chicles. La misma indumentaria y el mismo masticar que observé en las muchachas de la Quinta Avenida, Carnaby Street o la rue de Rivoli. Supongo que tal manifestación de uniformidad evidencia un beber en las mismas fuentes: cine, TV, internet..Tal uniformidad, para algunos el fin del mundo, ha desdibujado tanto las fronteras que cabe preguntarse, otra vez, qué significa ser de Mataporquera, ser cántabro, ser español, ser europeo...

Supongo que los que buscan diferenciarse de los demás, vana ilusión, les gusta llamarse cántabros, catalanes..., los que eluden tal disyuntiva, se dicen ciudadanos y, cómo no, los que siguen sin enterarse de que es imposible detener los flujos de información, se autodenominan...políticos.

Y todo esto porque esta mañana leí que Goldman Sachs estima que dentro de un año el dólar se cambie a 1,5 dólares por euro, y alguno, me temo, aún cree en la incidencia de las políticas económicas locales...

El que a su mujer procura
dar remedio al mal de madre,
y ve que no la comadre
sino que el Cura la cura,
si piensa que el Padre Cura
trae la virtud en la estola,
mamóla

El padre que no replica
viendo gastar a la hijas
galas, copetes y sortijas,
desde la grande a la chica,
si piensan que no usan de pica
cuando ya saben de gola
mamóla

(Algunos afirman que las letrillas son de Góndora, otros lo niegan. Algunos piensan que el desastre económico lo creó un tal Zapatero, otros que se arregla con sentido común, al resto nos preocupa un dolar tan barato. En realidad, lo único cierto es que a Marisa Amo le incomoda que la página esté parada. Pues para que no se pare...)


botero1957@yahoo.es

jueves, 19 de agosto de 2010

Varón Dandy

Van con la casa, en el mismo lote; vienen con las tejas, las puertas, las ventanas...¡los ineludibles vecinos!. Existen de todas las características posibles, a mí me correspondió el lote prehistórico, rara avis, una singularidad en la evolución, pues mis vecinos descienden directamente de los “Homo antecessor” de la Gran Dolina de Atapuerca.

En este tórrido verano, aquí, en la Corte, ventanas abiertas, el bullicio ha resultado insufrible. Así, encadenando noches en vela, planeando asesinatos virtuales, mirando de reojo a la crisis, han pasado los días y ya se vislumbra el final de este anodino agosto. Me crucé con él esta mañana, con el vecino, camiseta de tirantes, un a modo de gayumbos y ese andar oscilante rascándose frenéticamente la entrepierna. Lo que me pasmó fue el olor; no piensen mal, no se trataba del sobaquillo, ¡joder!, olía a Varón Dandy.

Es verdad, a decir de los incesantes mensajes publicitarios, que las fragancias te transportan a paraísos indescriptibles.Yo, es este caso, de súbito, me vi sentado en la silla giratoria del Turuta: chaval, te voy a poner una colonia para que se te acerquen las chavalas; descuiden, no surtía efecto ni a la de tres. Inolvidable, siempre cariñoso, incluso con los obligatoriamente obligados. A mí, después de mis malas notas, me llevaba mi padre de las orejas, corte de pelo al cero, que ya no se lleva eso, sin rechistar y que no quede un pelo más largo que otro. Como consuelo, dandydazo, y abandonaba la peluquería dando tumbos, literalmente embriagado por aquella “varonil” fragancia.

Es curioso, las dos barberías, pues así se decía antaño, con sus incondicionales, sus chismosas tertulias, generaban una sutil división en aquella sociedad aprisionada entre las dos fábricas. Los había pepistas y turutianos; probablemente no nos equivoquemos si aderezamos la división con las connotaciones sociales al uso, ¿dónde acudían, pues, el sargento, el médico, el maestro y el sacerdote? ¿Pepistas?

Tórrido verano éste; leí a Castelar: “¡Alá es grande en el Gurugú!”, y otra vez en el Gurugú, preguntándome por la suerte de Don Olegario Blanco; ya lo mencioné en alguna ocasión, la historia del pueblo discurre en paralelo a la historia del Gurugú. Me refugié en Blanco White, mi renegado favorito, “...la Virgen del Carmen, que es la patrona de pícaros y vagabundos en España” (cito, por si generase confusión, su procedencia: “Cartas de España”, carta quinta). Y ya estamos en la verbena, no pude evitar cierta nostalgia a la vez que tristeza, estaba allí pero me sentía ausente. Me evadí con Henning Mankell, buscando el frío del norte, y me encontré a una sociedad muy distinta a la que yo había idealizado, parece que esto de la globalización nos coloca a todos en el mismo andén, una pena.

Tórrido verano, al albur de taurinos y antitaurinos, la España de charanga y pandereta, tan machadiana, de toreros con el escapulario de la Virgen del Carmen. Han vuelto, los de la caspa, los de los cuernos y la maté porque era mía o porque no era mía, !qué más da¡. Mal asunto.

El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.


Antonio Machado: “El mañana efímero”

botero1957@yahoo.es

domingo, 6 de junio de 2010

El molino

Con la que está cayendo resulta reconfortante volver a ver American Graffiti, no sólo por sentirse joven una vez más, sino por aquello de reflexionar sobre en qué lugar del camino perdimos el rumbo. Si bien la película narra una despedida en el último verano de la adolescencia, desde la óptica actual, con esta crisis que nos corroe, bien podría considerarse un adiós a una época irrepetible. Claro que nosotros, corría el año 62, emergiendo de aquel autarquismo cuartelero , difícilmente pudimos disfrutar de aquella prosperidad que envolvía el mundo occidental, pero esto no resta generalidad.

Para Paul Krugman, premio Nobel de Economía, aquella época resultó ser el paradigma de la prosperidad económica, entendida ésta como un reparto equitativo de la riqueza. Sin abusar de cifras macroeconómicas, es el momento en el que se minimiza la diferencia entre salarios altos y bajos y en el que una familia, con un único sueldo, podía comprar casa, automóvil, electrodomésticos y enviar a sus hijos a la Universidad. Aquello ya pasó, llegaron los Reagan, Thatcher y demás, los neoliberales, con su política de bajos impuestos para los más ricos, y convirtieron Occidente en un remedo del XIX. Aquí también nos llegó la ola, cómo no, recuerden aquel España va bien, y, de repente, casi beodos, nos dimos cuenta que con dos sueldos, lo de comprar casa y ajuar resultaba tremendamente complicado; tal como van las cosas, y por eso de terminar con la hipoteca, probablemente acabemos “emparejándonos” de tres en tres.

Realmente, cuando nos despedimos aquel verano, todos tuvimos nuestro último verano, no esperábamos esto; soñábamos con un mundo distinto, un mundo sin diferencias ni discriminaciones, sin violencia y, sobre todo, sin pobreza. ¿Dónde nos equivocamos?. Leo las cifras de paro juvenil, cerca de un 40 %, y pienso si mereció la pena tanto viaje para llegar al mismo sitio. Algunos dicen que en los 80 fue peor, no lo se, pero en este país los jóvenes nunca fueron bien vistos, y si alguien ha de pagar por tanto desatino, ¡que lo paguen los jóvenes¡

Salvando las distancias, recuerdo que un grupo de jóvenes, en virtud de la carencia de expectativas de ocio en Mataporquera, fundó una especie de club; estaba ubicado en una casa a las afueras, un lugar al que decían “El Molino”. Con esfuerzo e imaginación aquellos muchachos decoraron el local según los gustos del momento, aún recuerdo los excesos cromáticos en las paredes, y adquirieron un magnífico giradiscos. Gracias a su iniciativa pude asistir a mi primer guateque, y por qué no , al primer ataque de timidez y a la primera negativa. Desgraciadamente, por primera vez, viví el desprecio de los adultos a toda iniciativa juvenil... ¡arriba la tradición y muera la creatividad! . Los comentarios en “la cope” fueron siniestros: antro de perdición, panda de golfos, escondite de vagos...en fin, confianza a raudales. Y cómo no, la prohibición: ¡ni se te ocurra ir al Molino¡. Pues sí, yo acudí en diversas ocasiones, escuché aquellos vinilos, me fumé los primeros cigarrillos y contemplé lujurioso a las primeras muchachas. Y, además, disfruté. Apenas recuerdo los nombres de aquellos muchachos, pero creo que va siendo hora de felicitarles por colocar una bombilla en aquel lugar gris y oscuro llamado Mataporquera.

Releo algunos correos de antiguos alumnos, todos en el extranjero, y encuentro una pauta común: “Mientras en España, con todo mi currículum, no era más que un gilipollas, aquí me tratan de Vd”. He visto al embajador inglés en el aeropuerto del Prat, con su traje de raya diplomática, despedir con una pancarta a la enfermera número mil que huía hacia Inglaterra. O sea, nosotros pagamos su formación y ellos, los ingleses, disfrutan de su competencia profesional. Definitivamente, parodiando a los hermanos Cohen, éste no es un país para jóvenes.

No espero nada, llevamos muchos años ya sin que estos políticos que nos ha tocado votar alcancen acuerdo alguno. Decía el profesor Fabián Estapé que las promociones académicas son como las cosechas de vino, de vez en cuando surge una añada extraordinaria. Vistos los políticos actuales desde esta perspectiva, diríase que nos salió un vino peleón.

Otro tiempo vendrá distinto a éste. 
Y alguien dirá:  

«Hablaste mal. Debiste haber contado

otras historias: 

violines estirándose indolentes 

en una noche densa de perfumes, 

bellas palabras calificativas 

para expresar amor ilimitado,  

amor al fin sobre las cosas  

todas.»

Pero hoy, 

cuando es la luz del alba

como la espuma sucia 

de un día anticipadamente inútil,

estoy aquí,

insomne, fatigado, velando 

mis armas derrotadas,

y canto

todo lo que perdí: por lo que muero.

(Ángel González)

botero1957@yahoo.es

martes, 13 de abril de 2010

¿Aguilar o Reinosa?

A veces me demoro conscientemente a la hora de tomar una decisión, me complace retrasar ese momento en que inevitablemente voy a meter la pata, y no por falta de valor, lo de meter la pata hace tiempo que se convirtió en costumbre, sino por placer. Es como estar en duermevela, retardando el momento de levantarse de la cama, mientras la mente, errática, deambula por pasajes reales o imaginarios.

No importa la transcendencia de la decisiones, a veces es un simple sí o no, me voy o me quedo..., sucede que me encanta el no decidir. Sí, ya se que tarde o temprano tendré que afrontar la situación, por áspera que sea, pero me encantan esos minutos en los que permanezco en la frontera, en los que todavía me puedo volver atrás, en los que mi interlocutor se irrita por falta de respuesta...¿Dónde vamos? ¿Aguilar o Reinosa?

Hubo un tiempo en que el mundo se reducía al espacio comprendido entre Aguilar y Reinosa; el resto, el que aparecía en las novelas, las fotografías, era, eso...otro mundo, el mundo que recorrían los verdaderos viajeros. -¿Aguilar o Reinosa? - preguntaba el Sr. Vilda, parapeteado tras la ventanilla de la estación. Hubo un tiempo, ya lejano, en que todos los problemas se reducían a eso, ¿Aguilar o Reinosa?. Después de tantas vueltas, de tantos años, resulta que añoro las decisiones frívolas e intrascendentes, sin compromiso, porque sí.

Prefería Aguilar, aún desconozco el porqué, probablemente me sentía más mesetario que montañés; no entiendo por qué no escribí que me sentía más castellano que cántabro, aunque he de reconocer que esas milongas pseudonacionalistas nunca me interesaron. Sí, definitivamente, por favor, Sr. Vilda, el billete... para Aguilar.

En el andén, mirando hacia el pueblo, ir hacia Aguilar significaba viajar hacia la izquierda. Más tarde aprendí, que viajar hacia París, había que pasar por Venta de Baños, también significaba viajar hacia la izquierda; viajar a Lisboa (Grândola, Vila Morena...nunca olvidaré aquel 25 de abril), como no, era un deslizarse hacia la izquierda. Por alguna razón, se desdibujó el espacio situado a la derecha. Es cierto que, a veces, realicé ese viaje, generalmente por imperativos institucionales, por razones de salud, o simplemente porque determinados sucesos distorsionaron temporalmente mi capacidad de comprensión. Definitivamente, Sr. Vilda, un billete hacia la izquierda.

Añoro al Sr. Vilda. La vida se nos llenó de cruces, semáforos, intercambiadores, circunvalaciones...ya no resulta tan fácil. Simplemente deambulamos sin destino, no podemos optar, comprar un billete no es más que una ilusión; viajar, una especie de imperativo comercial y decidir...¿decidimos nosotros?. Afortunadamente podemos recordar, y yo aún recuerdo el andén, la estación, al Sr. Vilda y aquel maravilloso “Never marry a railroad man”.
http://www.youtube.com/watch?v=Xwy6uIz-Gtg&feature=related

viernes, 12 de marzo de 2010

Sucio, triste y enlutado

Siempre disfruté de los relatos escritos por viajeros, bien por el afán de conocer otros pueblos, otras gentes, o bien porque sus autores aportan nuevas miradas sobre destinos ya conocidos. La sorpresa surge cuando uno de estos viajeros escribe sobre tu pueblo, sobre Mataporquera.

Encontré el relato en la hemeroteca de ABC (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1966/06/10/025.html), publicado el 10 de julio de 1966 bajo el título La campana y el cierzo, escrito por Luis Valderrama Modrón, un autor sobre el que no tenía ninguna referencia. Sorprende, más aún, cuando en su biografía (http://www.aat.es/aat.html), leo que escribió su primera comedia a los dieciocho años en Mataporquera. Esto aporta, no sólo solvencia, sino también credibilidad a su relato; un relato duro, y a la vez tierno, pero certero, tremendamente certero.

Usa el autor, a modo de Valle-Inclán, los adjetivos de tres en tres; así, en una ocasión nos dice que Mataporquera es un pueblo desalineado, sucio y triste, y, en otra, que Mataporquera es un pueblo sucio, triste y enlutado. La tristeza y la suciedad son recurrentes en el relato, salvo en el cementerio : No existe tristeza o temor en este silencioso rincón. Distingue el autor entre las cumbres tapizadas de nieve y la oscuridad de la hondonada, como consecuencia del humo de las fábricas; entre el equilibrio, la espiritualidad y la esperanza en la parte alta, y el esfuerzo, la extenuación y el cansancio en la parte baja, el barrio de arriba y... el de abajo, siempre hubo clases.

Es difícil, salvo matices, encontrar fisuras en el relato. Esto nos lleva a una cuestión delicada, nos lleva a preguntarnos si es cierto que el medio en el que crecemos y nos educamos moldea nuestro carácter. Si es así, ¡aviados estamos!.

Nos guste o no, es su particular mirada. En lo que a mi respecta, me quedo con el cierzo, mi añorado viento del norte, que, como bien dice Luis Valderrama,

Sale de las altas cumbres nevadas y al besar tímidamente nuestra faz se convierte en viajero vagabundo. Es el cierzo de una juventud inquieta y soñadora que en las tardes domingueras de verano paseaba su ilusión bajo la húmeda sombra de robles y fresnos. Es la infinita tristeza del primer fracaso y el recuerdo de la amada, eternamente ausente y que jamás regresará.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El parte, los enanos y Françoise

Resultó muy decepcionante. Observé cómo el técnico retiraba la tapa trasera de la radio y, en vez de enanos diminutos, se revelaron las válvulas. Había construido todo un entramado mental a propósito de los diminutos locutores que allí habitaban, había sugerido multitud de hipótesis sobre los orígenes de tales speakers, incluso había averiguado cómo se organizaban socialmente; vamos, que sabía quién era el jefe.

Bastó un pequeño destornillador para dejar al descubierto toda la circuitería del aparato, un vulgar destornillador para arruinar mis sueños infantiles. “Esta válvula está rota” -dijo el técnico -, tremendo, mis enanos transmutados en válvulas, incluso el enano de la voz aflautada, el que sólo hablaba en las grandes ocasiones, resultó ser una puñetera válvula.

Aún recuerdo la solemnidad con que el abuelo, a la misma hora todos los días, se disponía a escuchar el parte; este era el momento más importante del día y requería el máximo silencio, pues los condensadores de aquella preciosa radio de válvulas se atoraban y, en consecuencia, la intensidad del sonido aumentaba y disminuía caprichosamente; a veces, un buen golpe con la mano restablecía la emisión y otras veces, el mismo golpe servía para anular las consignas que el nacionalcatolicismo se empeñaba en transmitir. En ocasiones, con las noticias, el abuelo se irritaba y terminaba esparciendo las puntillas que la protegían del polvo, las puntillas de la abuela, como si ésta tuviese la culpa de los despropósitos del país.

A mi me gustaba escuchar Radio España Independiente, la Pirenaica. Cuando las interferencias, fortuitas o provocadas, permitían la audición, las voces sonaban lejanas; supongo que era esto lo que me fascinaba, la lejanía, lo clandestino y, sobre todo, la palabra independiente. Aunque desconocía su significado, me excitaba su sonoridad; era una palabra mágica, de las que se quedaban en la boca y gustaba saborear.

Un buen día, no recuerdo con exactitud cuándo, mi padre trajo un transistor, más fácil de sintonizar, con un sonido metálico un tanto estridente, el no va más de la modernidad. Ya no pensaba en enanos, tenía otras inquietudes. Fue con ese aparato cuando oí hablar de Dani el Rojo y de unos disturbios en París. En la Pirenaica hablaban de un tal Sartre y de la Castor, del poder de los estudiantes, que se propagaba la revuelta y que había que soñar lo imposible. Escuché por primera vez a Françoise Hardy y me convertí en afrancesado. Escuchar aquellos transistores fue como abrir las ventanas: el aire se llevó la caspa y desapareció el olor a rancio.

Volví a mirar el interior de la radio, a buscar mis enanos. Aprendí que el transistor, descubierto por unos tipos de los Laboratorios Bell, era un pequeño dispositivo fabricado a partir de silicio envenenado, y que, sorprendentemente, no emitía ningún sonido. Comprendí que su objetivo era dirigir el tráfico de unas pequeñas partículas llamadas electrones y entendí porqué resultó ser una alternativa barata a las válvulas. Poco después, a los científicos les dio por agrupar los transistores en chips y, de repente, aquí estamos, hablando de nanotecnología. Descubrí, por fin, que mis enanos tenían existencia real, con un comportamiento peculiar, pero eran pulcros y ordenados, incluso tenían spin semientero.

Hoy en día convivimos con los transistores sin percatarnos de su existencia, usamos cientos de dispositivos y no nos paramos a pensar en cómo estos pequeños trozos de silicio cambiaron nuestra manera de vivir y, por qué no, nuestra manera de pensar. La historia registra pomposamente grandes revoluciones como generadoras de cambios sociales, los medios hablan de partidos políticos y de transiciones y nos gusta pensar que fuimos nosotros los que generamos tales cambios, pero me temo que esto es una ingenuidad. El electrón se descubrió en 1898, el transistor en 1948 y el chip el 1958, más o menos, y a medida que agrupábamos transistores cambiaban significativamente los comportamientos sociales, tanto como nunca consiguió revolución alguna. ¿Aún tienen dudas?

Probablemente desvaríe, no importa, yo asocio el transistor con Francoise Hardy, con la primera canción que escuché, con aquel inolvidable "Tous les garçons et les filles”. Después de todo, ¿quién no se enamoró alguna vez de Françoise?


http://www.youtube.com/watch?v=0aLoezucIzk&feature=related