viernes, 10 de agosto de 2012

Homeopatía

Siempre que paso delante de ese escaparate me acuerdo de Paola, la mujer del comisario Brunetti. Una mujer singular, sin duda, no sólo por su pasión por Henry James, su devoción por la cocina, por el tinto cavernet, sino también por su comedido mal genio. Se indigna fácilmente - en Italia es difícil vivir sin indignarse - y expresa su indignación de mil formas diferentes. En "El peor remedio" Donna León relata como Paola, terriblemente indignada por un turbio asunto de turismo sexual, apedrea el escaparate de una agencia de viajes especializada en el sudeste asiático.

También en España es fácil indignarse, basta con hojear la prensa. El fraude, el engaño, la estafa, el abuso... campan por doquier, sin freno alguno. No obstante, existen ciertas actividades que a base de eufemismos y marketing aparentan ser científicas y, por ende, honradas. Así sucede con ese establecimiento de productos homeopáticos, situado en una esquina de mi barrio, en cuyo escaparate - letras blancas sobre fondo azul - se ofrecen tratamientos para todo tipo de cáncer, tratamientos avalados por una efectividad del 75 por cien - letra roja más pequeña - y, más difícil aún, sin dañar el organismo tal como hace la medicina convencional - letras amarillas-. Sorprendentemente, en ese establecimiento entran clientes. Cualquier día de estos llenaré mi mochila de piedras y, en honor a Paola...

Tropecé con la homeopatía por culpa de una palabreja que irrumpió sin avisar en un determinado workshop. Preparábamos una disolución, ya saben, unos centímetros cúbicos de soluto sobre una cierta cantidad de agua, agitar y seguir añadiendo agua hasta el aforo del matraz. En mitad de la tarea, alguien sugirió que, en vez de agitar, sucucionásemos la disolución. Me quedé pasmado, nunca había oído tal expresión, así que pregunté al alborotador - bata blanca y corbata - cómo se sucucionaba una disolución. Y el encorbatado, contemplándonos por encima del hombro por mor de nuestra ignorancia, respondió flemáticamente: “Es sencillo, se sacude el matraz diez veces de izquierda a derecha, otras diez veces de arriba abajo y diez veces más desde delante hacia atrás”. Ante nuestro estupor, el encorbatado, engolando la voz, prosiguió: “ Me formé en un laboratorio homeomático”. Enmudecimos, y como el silencio incomodaba, me atreví a preguntarle qué ventajas aportaba la sucución sobre la convencional agitación; la respuesta fue inmediata: “ De esta forma se traslada el espíritu del soluto a la disolución”.

Me indigné. Nunca he creído en el Espíritu Santo, y en ningún otro espíritu, así que a estas alturas de la vida empezar a pensar en el espíritu del cloruro de mercurio es como para cortarse las venas. Inevitablemente, en ese mismo instante, nuestra colaboración se terminó, lo siento por la universidad mejicana que le envió. De vuelta a casa, en el cotidiano atasco, pensé en Paracelso, pues este individuo recetaba cloruro de mercurio a sus pacientes, eso sí, en pequeñas dosis, pues el cloruro de mercurio es extremadamente venenoso. Desconozco si Paracelso agitaba o sucucionaba el matraz, una duda estúpida, de una u otra forma envenenaba a sus pacientes.

Claro está, los homeópatas no tienen nada que ver con Paracelso, afortunadamente. Sus disoluciones están, no solo sucucionadas, sino extremadamente diluidas. Y este es el problema, no la agitación específica del matraz, una broma sonrojante, sino la cantidad de soluto, de agente activo, presente en una disolución “atenuada”. Por supuesto, ellos no utilizan el Sistema Internacional de Unidades, faltaría más, pero no es difícil entender el porqué. Prefieren hablar en términos de tantas partes de sustancia activa en tantas partes de disolvente, que abreviadamente representan, en general, por “nC”; así, 4C significa una parte de sustancia activa en cien millones de partes de disolvente, es decir, poco más que nada. No es difícil calcular que en una preparación 11C apenas contiene un par de moléculas de la sustancia activa, con lo que el preparado homeopático no lleva más que relleno: cafeína, lactosa, alcohol... Sirva como ejemplo el natrium muriaticum D6, un preparado homeopático indicado, según se informa en el prospecto, para la depresión, debilidad general, astenia, aversión sexual a la mujer, relación sexual dolorosa, deseo por la comida salada, pérdida de peso a pesar de buen apetito y pérdida de olfato; aparte de los excipientes, el agente activo es cloruro de sodio, la vulgar sal de cocina, con una concentración D6. Esta nomenclatura se corresponde con 3C, es decir, una parte de sal en un millón de partes de agua, o sea, agua destilada con un “nanopellizco” de sal; eso sí, me consta que la disolución ha sido sucucionada, tenemos la certeza de que el espíritu del cloruro de sodio reposa en la solución. ¡Manda huevos!. No se preocupe Vd., aunque la posología indica 2 comprimidos cada 8 horas, si sentía aversión por Doña Esperanza Aguirre, seguirá Vd. con la misma sensación, incluso con sobredosis.

Leo en la prensa que han sido detenidos dos jornaleros por el asalto a un supermercado de Écija. Si bien es sabido que se trataba de un mero acto simbólico y que los alimentos sustraídos eran para familias necesitadas, nuestras autoridades, al parecer, consideran que realizaron un robo con violencia. No se cómo calificaran tales autoridades la venta fraudulenta de productos homeopáticos, productos que únicamente contienen excipientes y el “espíritu” de una sustancia activa; venta, por otra parte, que se hace aprovechándose de la buena fe de las personas, de situaciones de calamidad o de temor. Para mí es, simple y llanamente, un robo, un engaño, un abuso...

Lo que no se calificar es el reciente comentario de nuestra inefable Ministra de Sanidad, Doña Ana Mato - la que no vio el jaguar de su marido en el garaje -, recomendándonos la medicina natural para ahorrar. Aporto su disquisición: “Sacaremos del vademecum medicamentos de escaso valor terapéutico que se pueden sustituir con alguna cosa natural”. Es evidente que a esta individua le sucucionaron el cerebro.

- Entonces te dije que eso estaba mal y que había que pararles los pies - prosiguió Paola.
- ¿Y tú crees poder parárselos?
- Sí -respondió ella y, sin darle tiempo a discutir o contradecir su afirmación, prosiguió-: Yo sola no, ni aquí en Venecia, rompiendo la luna del escaparate de una agencia de viajes de “campo” Manin. Pero si todas las mujeres de Italia salieran a la calle de noche y rompieran a pedradas los escaparates de todas las agencias de viajes que organizan “sex-tours”, al cabo de poco tiempo, dejarían de organizase “sex-tours” en Italia, ¿o no?
- ¿Es una pregunta real o puramente retórica?
- Me parece que es una pregunta real -dijo ella.

El peor remedio. Donna León

miércoles, 11 de julio de 2012

Funcionarios

Soy funcionario, nivel A, sí, olvide esa media sonrisa, no pienso pedir disculpas por ello, en realidad me importa un comino lo que Vd. piense, desgraciadamente no todo el mundo esta capacitado para pensar. Es más, me siento orgulloso por ello. ¿Sabe por qué?, pues porque no le debo favores a nadie. Fue simple, un buen día me vine a Madrid y, tras superar una serie de exámenes, gané una oposición. No, no se preocupe, no le voy a pasar la factura por los gastos que me ocasionó aquel mes de estancia en Madrid, ni por las horas de trabajo no remunerado que me llevó preparar la oposición, ni por las angustias, las dudas y demás, todo aquello ya lo olvidé, agua pasada. Fue sencillo, no fue necesario recurrir a amiguetes, ni a padrinos, ni al tío Cardenal o al suegro General, tan sólo a mis conocimientos. Así que no debo favores, esto es preferible a no deber dinero al Banco, y, en la medida que no debo favores, soy libre, para pensar, para opinar, incluso para mandarle a Vd. a tomar por el culo.

Sí, por supuesto, me tomo el cafelito y leo la prensa, varios periódicos en ocasiones. Es más, acostumbro a tomar el café con trabajadores del Banco de Santander, de Mafre o Bankia, trabajan en las inmediaciones; pues sí, no haga gestos de extrañeza, los no funcionarios también toman café, incluso orinan y defecan - al igual que los funcionarios - en plena jornada de trabajo. Le diré más, por el tipo de trabajo que realizo, algunos días trabajo desde casa - ya sabe, basta conectar el ordenador - y otros no voy hasta las doce al trabajo, todo un lujo, sobre todo si es Vd. el que lo juzga. Lo que no le cuento, ni me molesto, es cuándo finaliza la jornada, por la sencilla razón de que no finaliza; tampoco le voy a hablar, sobre todo por no ver sus gestos, de los fines de semana trabajando, de los famosos puentes, que también me pasé trabajando, de determinadas vacaciones que volaron, incluso de las noches que me levanté desvelado porque los resultados de mi trabajo no eran los deseables. Como aquí no existen las horas extras, algunos días llego tarde, porque quiero y porque me da la gana; incluso, si estuve trabajando hasta las tantas, me permito el lujo de estar de mal humor y no ser suficientemente cortés, es natural, como a cualquier trabajador, incluidos los no funcionarios, de vez en cuando también me duelen las pelotas.

Cobro un buen sueldo, cobraba más bien, después de tanto recorte ha quedado sensiblemente mermado. No me agobio, si han de recortar qué le vamos a hacer. No es que esté de acuerdo, sospecho que existen procedimientos más racionales para arreglar el desaguisado económico del país, pero me aguanto. Bastaba con esto, punto y final. Pero no, al parecer no les bastaba con bajarnos el sueldo, además era preciso desprestigiarnos, así que estos individuos, pongamos el tal Beteta de los cullons, orquestaron tal campaña de desprestigio en los medios de comunicación afines, amén de los palmeros correspondientes, como Vd. mismo, que me siento humillado, vilipendiado y, lo que es peor, enculado. Sí, sí, le puedo poner nombres y apellidos, ahí tiene a la Presidenta-Chulapa, Doña Espe, que dijo que los profesores sólo trabajaban dieciocho horas a la semana; al ínclito Beteta, el de los cafelitos, un tipo que únicamente ha “trabajado” en cargos políticos...pero en fin, Vd., que es tonto de baba, también opina que los funcionarios son unos vagos, que les enchufó el primo... No se qué hago explicándoselo, para que Vd. comprenda algo tan elemental es preciso que sus neuronas entren en resonancia y eso requiere toda la energía del universo, un suceso imposible.

Seguramente Vd. es uno de esos primos que entró al trapo en eso que el Estado gasta mucho. Pues no, señor enterado, seguramente gasta mal, eso es evidente, pero no mucho, compare las cifras con las de otros países. Lo que no hace, y aquí todos calladitos, es recaudar. El nivel de recaudación de este país es paupérrimo, con una maldad añadida, prácticamente el 80% de lo recaudado procede de las nóminas; el capital, qué le voy a decir, está prácticamente exento de pagar impuestos. Imagínese, no se preocupe, usar la inteligencia no provoca dolor de espalda, si durante los años de bonanza todos los españoles hubiesen pagado los impuestos que les correspondían ahora no tendríamos deudas. No hace falta que le cuente a cuánto asciende el nivel de fraude fiscal del país, está en todos los medios. Es por esto que el inefable Don Mariano decidió premiar a los defraudadores - ahí está esa amnistía fiscal - y castigar a los cumplidores. Y les premia porque gracias a ellos ( y algún que otro gañán) ocupa el lugar que ocupa, la Presidencia del Estado. ¡Un crack!

Y nada más, ya me tiene Vd. un poco harto; no obstante, le diré cuáles son mis planes de futuro. Sencillo: no gastar. ¿Cómo?, más simple aún, utilizando los servicios públicos, que para eso están. Nada de colegios, ni clínicas concertadas, tanto los médicos de la Seguridad Social, como los profesores de los Colegios Públicos son excelentes profesionales y, además, no lo olvide, no deben favores a nadie; ¿la cultura?, en las bibliotecas públicas, son magníficas; ¿las vacaciones?, son prescindibles, un imperativo comercial; ¿la compra diaria?, en Mercadona, nada de productos sofisticados; ¿las cenas con los amigos?, en casa, por supuesto; ¿el cafelito?, ...en el termo, naturalmente.



Cuando veía entrar en el Ministerio y pasar al despacho del ministro al representante de Rothschild o de otra opulenta casa española o extranjera, pensaba cuán útil sería ahorcar a todos aquellos señores que no iban allí sino a tramar algún enjuague. Estas ideas y otras semejantes las vertía Pantoja en el círculo del café adonde concurría, siendo objeto de punzantes burlas por su estrechez de miras; pero él no se daba a partido. ¿Hablábase de Hacienda? Pues en el acto tremolaba Pantoja su banderín con este sencillo y convincente lema: «Mucha administración y poca o ninguna política.» Guerra a los grandes negocios, guerra al agio y guerra también a los extranjeros, que no vienen aquí más que a explotarnos y a llevarse el cumquibus, dejándonos más pobres que las ratas. Tampoco ocultaba Pantoja sus simpatías por el rigor arancelario, pues el libre cambio es la protección a la industria de extranjis.


Al propio tiempo sostenía que los propietarios se quejan de vicio, que en ninguna parte se pagan menos contribuciones que en España, que el país es esencialmente defraudador, y la política el arte de cohonestar las defraudaciones y el turno pacífico o violento en el saqueo de la Hacienda. En suma, las ideas de Pantoja eran tres o cuatro, pero profundamente incrustadas en su “intellectus”, como si se las hubieran metido a mazo y escoplo. Su conversación en el círculo de amigos languidecía, porque nunca hablaba mal de sus jefes, ni censuraba los planes del ministro; no se metía en honduras, ni revelaba ningún secreto de entre bastidores. En el fondo de su cerebro dormía cierto comunismo de que él no se daba cuenta. De este tipo de funcionario, que la política vertiginosa de los últimos tiempos se ha encargado de extinguir, quedan aún, aunque escasos, algunos ejemplares.

Miau, 1888. Benito Pérez Galdós

sábado, 10 de marzo de 2012

INSERSO

Ciertamente, nunca había visto a Jorge Ariza tan enfadado. Quizás, en el café, entre risa y risa, había dejado caer algún comentario a propósito, pero comedido, sin estridencias. Sabía que apenas tenía relación con su familia política, aunque tampoco se puede decir que se habían distanciado, pues nunca existió proximidad alguna. Le había oído contar que vivían en algún lugar al norte de León. Castellanos viejos decía, un eufemismo amable, un mirar hacia otro sitio para eludir la realidad. Fíjate - me contaba - , van al consultorio médico para leer la prensa gratis, y allí montan sus tertulias, a gritos, oigan o no oigan, hasta que sale Doña Nieves, la médico, y los echa con cajas destempladas. Se van indignados, qué vergüenza de país, ni prensa ni calefacción gratis, y encima esta medicucha que nos tocó, sí, me vais contar a mí, esta es de la ESO y no sabe hacer la “o” con un canuto...

Salía del María Guerrero, “Luces de Bohemia” acababa de finalizar y él estaba allí, en la puerta, junto a un corrillo de fumadores. Me extrañó no ver a Adela Salazar, su compañera. Me alegré de verle y tras los saludos de rigor convenimos en cenar en un restaurante cercano. Madrid olía a pis y el aire, atiborrado de partículas en suspensión, se masticaba, nuestra inefable Presidenta por recortar, nos ha recortado hasta la lluvia. Adela se fue a Canarias la semana pasada - me contó mientras dábamos cuenta de unos exquisitos corazones de alcachofas- , regalé su entrada a un compañero del trabajo. Resulta que sus padres, ya sabes, esos de León, habían viajado a Tenerife subvencionados por el Inserso y, al poco de llegar, el padre se sintió indispuesto, así que los del hotel le llevaron a un hospital cercano y allí quedó ingresado. Nada grave, pero como la madre ya prácticamente no ve nada y entiende menos, tanto Adela como su hermana se fueron en el primer avión que encontraron.

Es bochornoso - su tono iba aumentando a medida que hablaba -, ¿cómo es posible que los del Inserso no les pidan el historial médico antes de que inicien el viaje? ¿Tú te crees que un tipo de 85 años, con infinidad de episodios cardiovasculares en su historial médico, puede montarse en un avión sin más? ¿Y quién cuidó de la madre mientras tanto? Y encima las dos hermanas faltando al trabajo, pues están las cosas como para estas milongas, ¡joder!. Atacamos el bacalao, exquisito, y pedimos una botella de vino verde, Lisboa siempre en la memoria. Era inevitable, precisamente nos habíamos conocido en Lisboa, hace ya muchos años, poco después de que con “Grândola, vila morena” se iniciase una revolución. Aún seguimos comprando claveles cada 25 de Abril, añorando unos ojos negros junto a una boca imperceptiblemente asimétrica y planeando volver juntos otra vez. A pesar de que ambos visitábamos Lisboa cada dos por tres, nunca volvimos a coincidir allí.

Lo tienen bien montado, pues no sólo llenan los hoteles con los jubilados, también con los familiares que por unas razones y otras terminan viajando allí para rescatarlos - volvió sobre el mismo tema en los postres -. Y esto lo pagamos todos, no te creas, sus viajes, sus hoteles, sus menús, sus medicamentos gratuitos...Pero hay más, el castellano está en una de esas clínicas concertadas, ya sabes como funciona eso, no tienen ninguna prisa en darle el alta (y él tampoco). Esta historia se habría arreglado con un par de días de ingreso, pero lo van a tener allí un par de semanas...¡al tiempo!. Cada vez estaba más irritado, tenso, incluso descontrolado, era evidente que la situación le superaba. Era una cuestión recurrente, qué hacer con los padres cuando éstos no se avienen a soluciones que satisfagan a todos. Castellanos viejos, empecé a entender porque Jorge utilizaba esta expresión.

El desencuentro comenzó hace muchos años, incapaces de entender que el mundo que conocían se derrumbaba estrepitosamente sucumbieron a una ruptura generacional que les alejó de sus hijos, un camino sin retorno. Optaron por imponer, pesaba más el qué dirán, y se olvidaron de la necesidad de evolucionar, de adaptarse a los nuevos tiempos. Invocaron deberes hacia los padres, pero olvidaron que los hijos ya no son fuerza de trabajo, ni una contribución económica a la familia, que las hijas no son sus criadas, que lo de los lazos de sangre es un dislate y que para merecer consideración es preciso haber considerado. Seguramente resultó cómodo cerrar los ojos y no percibir los cambios, pero no, no fue comodidad, tan sólo idiotez. Castellanos viejos.

La noche invitaba a pasear, es duro maldecir de los mayores, pensar en lo que pudo ser y no es por la terquedad o la ignorancia de unos padres encerrados en su particular egoísmo. Cerca de Huertas nos sorprendió una multitud que hacía cola a lo largo de la calle de Jesús. Un jubilado nos contó que habían venido desde Valladolid con el Inserso y estaban allí, la una de la madrugada, esperando que abrieran la Basílica y ser los primeros en besar el pie derecho del Cristo de Medinaceli; al parecer, esta escena se repetía cada primer viernes de marzo. Un poco más abajo, una ambulancia atendía a una anciana desfallecida. ¡Joder con el Inserso! - Jorge no pudo reprimirse - ¿Esto también lo tenemos que pagar todos? ¿Y eso del pie derecho? ¿Por qué no el izquierdo?

Nos despedimos en una parada de taxis. Besos para Adela, lo de Lisboa sigue en pie, ¿no?...Quizás este verano, si nos dejan los castellanos...y el Inserso.


Desde el punto de vista de Walter, no existía en el mundo mayor fuerza del mal que la Iglesia católica, ni causa más perentoria para la desesperanza respecto al futuro de la humanidad y del asombroso planeta que se le había concedido, aunque cabía reconocer que en estos tiempos la seguían muy de cerca los fundamentalistas siameses de Bush y Bin Laden. Walter no podía ver una iglesia ni el letrero LOS HOMBRES DE VERDAD AMAN A JESÚS ni un símbolo de un pez en un coche sin notar una opresión de ira en el pecho.

Libertad. Jonathan Franzen

domingo, 1 de enero de 2012

Jubilados

Crucé Valladolid y Palencia, camino de Santander, entre niebla y escarcha; a ratos distinguía las choperas perfilando las riberas, fantasmales pueblos con el campanario de la iglesia levitando entre brumas, a ratos no distinguía nada, apenas la soledad de la estapa. En la cumbre de Pozazal los destellos del sol me devolvieron el optimismo, Reinosa resplandecía con un cielo insolentemente azul. Decidí darle gusto al estómago y con un día tan soleado el restaurante del campo de golf de Nestares parecía la elección más adecuada. Un par de manchas blancas en las cumbres, verdes praderías y el sol penetrando a raudales por las cristaleras del restaurante. Espléndido.

De repente los vi, a los jugadores de golf, tan emperifollados ellos, con sus carritos eléctricos, sus palos, sus pelotitas y esa pose de ajenos al común. Los observé con atención, sus movimientos, su forma de caminar. No, no eran jóvenes, se trataba de jubilados, honorables jubilados disfrutando de su inmenso tiempo libre en una mañana cualquiera de diciembre. Jubilados y jubilosos, Don Mariano, nuestro ínclito presidente, les había prometido mantener su poder adquisitivo aun a costa de congelar el salario mínimo interprofesional, de capar funcionarios y encular a la clase media. Como Dios manda. El pastel de cabracho se me atragantó. Por las laderas del Tres Mares se deslizaban espesas brumas, pronto alcanzarían el valle.

Tenía la vieja idea de que ser mayor consistía en hablar del tiempo y hacer una muesca cada vez que uno pasaba por el baño. Estaba equivocado, todo cambió, incluso los jubilados.El poder gris les dicen, pues constituyen un poder fáctico nada desdeñable. Ahora, a su eterna preocupación por la gestión de sus fluidos, añaden la preocupación por sus finanzas, así que constituyen una de las dianas predilectas de las sucursales bancarias repartidas por doquier. No cabe duda, a pesar de las apariencias, que constituyen el estrato social con más poder económico del país.

Son el objetivo fundamental en las campañas electorales, los políticos les reverencian. No es casualidad que los programas dirigidos a las personas mayores hayan escapado de los recortes presupuestarios que afectan a la mayor parte de países, incluyendo el nuestro. Es de justicia, dirán algunos, y probablemente tengan razón, yo me limito a mirar a los jugadores del campo de golf... Seguramente sea justo.

También miré a los camareros del local, todos jóvenes e inexpertos. Cada vez que vengo a este restaurante me encuentro con camareros nuevos, tres meses trabajando y a la calle, no vaya a ser que empiecen a cobrar antigüedad. Lo curioso es que son estos jóvenes los que deben pagar las pensiones de los que juegan al golf, comprar los pisos que quedaron aparcados con el crack inmobiliario e incrementar el índice de natalidad, tan necesario. ¿Alguien pide más?.

Se percibe insolaridad en el voto del poder gris. Para Aristóteles la experiencia de los mayores es sinónimo de desconfianza, de mezquindaz, egoísmo y avaricia. La verdad es que nunca me gustó este tío, pero reconozco que a veces sus apreciaciones son muy certeras. Como ejemplo más inmediato tenemos al Consejo de Administración del Banco de Bilbao, sus directivos han decidido prolongar la edad de jubilación desde los 70 a los 75 años, una imagen que no se corresponde con las incesantes prejubilaciones en la banca.

Por supuesto que existen jubilados que lo están pasando muy mal, sin duda, pero esto también sucede en otros estratos sociales, empezando por el de los jóvenes, y nadie se acuerda de ellos. Esto no es muy exacto, los grupos de presión de los empresarios los recuerdan cada día, con sus fauces babeantes, especialmente cuando hablan de imponer los “mini jobs”.

Al final, con el café, nos alcanzó la niebla, los jubilados estaban ya de retirada. Decidí que ya no tenía sentido llegar hasta Santander, así que me volví hacia Aguilar de Campoo, buscando el paseo de la Cascajera, siempre me ayudó a poner en orden mis ideas. Cené en “El Barón”, Carlos siempre me trata con exquisitez, se lo agradezco. Con el tiempo ha conseguido que su restaurante sea una magnífica referencia.

No sé que nos deparará el 2012, pero después de pasear por la Cascajera he decidido seguir con buen humor, es lo único que no nos pueden recortar.


Uno llegar e incorporarse el día

Dos respirar para subir la cuesta 

Tres no jugarse en una sola apuesta
Cuatro escapar de la melancolía 

Cinco aprender la nueva geografía
Seis no quedarse nunca sin la siesta
Siete el futuro no será una fiesta 

Y ocho no amilanarse todavía
Nueve vaya a saber quién es el fuerte
Diez no dejar que la paciencia ceda

Once cuidarse de la buena suerte

Doce guardar la última moneda 
 
Trece no tutearse con la muerte 

Catorce disfrutar mientras se pueda. 
 


Mario Benedetti

martes, 22 de noviembre de 2011

Matemáticas

Los universos cotidianos encierran - a modo de matraces- gestos, pautas, costumbres ... que reflejan la generalidad de la sociedad que nos acoge. El estudio del contenido de un matraz permite extrapolar las constantes obtenidas hacia entornos más extensos, convirtiéndolos en predecibles. El vestuario masculino de unas instalaciones deportivas a las que acudo regularmente constituye uno esos matraces, pongamos que aforado por su exclusividad. Se trata de un universo muy particular, con clientes variopintos, que en su ir y venir, vestirse y desvestirse, ducharse o no ducharse, despliegan tal espectro fenomenológico que resulta imposible eludir su sistematización. Después de infinidad de observaciones, de agrupar conjuntos, de clasificar con llaves, he llegado a la conclusión de que lo más inmediato es dividir la muestra en dos conjuntos disjuntos: los que para vestirse empiezan por el calzoncillo ( slip, prefieren decir algunos) y los que que inician tal menester por la camisa. Los unos, los del calzoncillo, se colocan inmediatamente la segunda prenda, generalmente la camisa, y los otros, los del slip ausente, se pasean por el vestuario buscando un algo indefinido que casi nunca encuentran. Medir es comparar, establecer una proporción respecto a un patrón. Matemáticas.

En mi cuaderno de campo quedaron - desordenados- los datos, las observaciones: los que cierran la puerta del vestuario, los que la dejan abierta; los que saludan, los que no saludan; los que dejan la ropa maloliente en las perchas de los bancos, los que guardan la ropa en las taquillas; los que se quitan los mocos en las duchas colectivas tapándose un orificio de la nariz, los que enjaguan sus fluidos con un pañuelo de papel que posteriormente depositan cuidadosamente en la papelera; los que escupen en el suelo, los que les da asco los escupitajos de los anteriores; los que se encierran desnudos en la sauna, los que cumpliendo las normas se mantienen con el traje de baño; los que en el jacuzzi colocan sus pelotillas en los chorros de agua, los que acomodan sus músculos buscando el paliativo masaje hidrotermal; los que hablan a voces, los que susurran; los que son del “aleti”, los que no son; los de la banderita con toro en el reloj, los que no saben de banderas; los de la cervecita, tortilla y viva España, los de acaban de intervenir el Banco de Valencia; los que leen “El mundo”, los que leen “El país”; los que veranean en la Comunidad Valenciana, los que viajan...Grupos no abelianos. Matemáticas.

Nunca me gustaron las películas de miedo, de terror; me incomodan esos sustos gratuitos, el exceso de pintura a modo de sangre y la innecesaria crueldad. A veces me equivoco, me acomodo en la sala dispuesto a disfrutar de las imágenes de la pantalla, comienzo a ver la proyección y poco a poco, a medida que avanza el guión, voy sintiendo una angustia que me atenaza; pavor, en definitiva. Recientemente he sentido esa desagradable sensación viendo dos películas de índole económico; Inside job y Margin call. En ambos casos a los directores, en su afán de explicar con rigor el origen de la crisis económica que nos asfixia, les quedó una fantástica película de terror.

En Inside Job, incapaz de describir esos sofisticados productos bancarios que troceaban hipotecas y se vendían en paquetitos, el narrador se pregunta por los artífices de tal maldad. Magistralmente nos dirige hacia sucesos ya olvidados.¿Recuerdan Vds el final del la Guerra Fría? ¿Saben qué fue de todos aquellos matemáticos y físicos que trabajaban en aquellos secretísimos proyectos?... Terminaron en los Bancos, sólo ellos son capaces de entender, valorar, programar y procesar toda la información ( o todo el vacío) que subyace tras esos nombres rimbombantes: CDS , CDO , CLN, TRS... En Margin Call, aún sin nombrarlo, se narra la víspera de la caída de Lehman Brothers. En este caso son dos ingenieros, dos expertos en matemáticas, los que se percatan del pastel, los que avisan que el Banco está en la ruina. Ahí queda esa escena en la que el director del Banco - varios millones de dólares de sueldo anual - pide que le expliquen la situación como si él fuese un perro, ya que no entendía nada de nada. Pavor. Matemáticas.

Llueve. Viento del Norte. Sabañones. Un aula con dos radiadores eléctricos, dos alumnos por pupitre, tinteros de porcelana: la clase de los “chicos”. Don José María acaba de golpear su mesa con la regla, pide silencio. Comienza a dictar un problema: Si IU necesita 450.000 votos para obtener un diputado - voz ronca, café y Ducados, tose- y CiU, tan sólo necesita 30.000... Matemáticas.



Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón»

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.


Recuerdo infantil
A. Machado

martes, 25 de octubre de 2011

Am I Blue?



Lástima, ese el problema de las fotografías. Las sales de plata capturan únicamente la intensidad de la luz reflejada por los objetos a fotografiar, perdiéndose una información fundamental: la fase de las señales luminosas. Desde el punto de vista técnico esto es un desastre, de ahí las diferentes estrategias desarrolladas para recuperar dicha información. No obstante, es una opinión más, la ausencia de fase tiene sus ventajas, tanto artísticas como anímicas, sobre todo cuando se trata de viejas fotografías en blanco y negro, cuya contemplación suscita una compleja interrelación entre la imaginación, los recuerdos y los sentimientos. Esta es la razón por la que percibimos diferentes sensaciones cada vez que miramos una de esas fotografías.

La primera vez que vi la foto que Javier nos cedió a través de la web no me reconocí, y no fue precisamente por la presbicia, que también, sino por la composición en sí. En la fotografía destaca sobremanera el blanco de la ropa de Cristina, una niña rodeada de cuatro “rapazines” en gris. Era inevitable...There was a time...When I was his only one...Efectivamente, ella era la única, lo demás permanecía en semipenumbra; los muchachos, apenas cuatro sombras reflejadas en un espejo hecho añicos, cuatro pasados divergentes y el aplomo de una realidad emergente...Visto así parece una premonición, o más bien una reivindicación...There was a time...When I was his only one. Al fondo, el pueblo, tan próximo y tan lejano. Un patinete, todo un ferrari en su momento, una gorra, leotardos, ninguna planta y mucho cemento - otoño, probablemente - . How can you ask me “am I blue”?

Fue la primera impresión. Los años transcurridos desde entonces permiten acercarse a la fotografía con diferentes perspectivas, la exactitud es prescindible. Incluso el momento determina la evocación, la presencia o la ausencia. Este vez sí que me reconozco, despeinado y con la mano en la boca, décadas disimulando mi timidez y, así, tan de repente, emerge desde el pasado como una de esas asignaturas eternamente pendientes. También se evidencian los contrastes, inequívocas señales de diferentes actitudes familiares...; no, el cemento no lo ocultaba todo...Why, wouldn’t you be too?

El viento del norte, tampoco aparece en la fotografía. Necesario, como en las viejas canciones de jazz en las que los instrumentos de cuerda creaban el ambiente propicio para la irrupción de los instrumentos de viento. Escuché “Am I blue” por primera vez viendo aquella vieja película de Howart Hawts, “Tener y no tener”, con Carmichael al piano esperando la entrada del viento, en este caso la voz de Lauren Bacall, una delicia. Volví a escuchar “Am I Blue” cientos de veces, con diferentes intérpretes, distintas versiones y, aunque resulte sorprendente, en diferentes películas. Me gustó mucho la interpretación de Diana Lane en Cotton Club, aunque en este caso el viento lo ponía un trompetista interpretado por Richard Gere, la escena es maravillosa. Hay interpretaciones para todos los gustos, desde Ethel Waters a Ray Charles, pasando por Teddi King, Nat King Cole, Cheers, Eddie Cochran...Personalmente me quedo con la versión de Billie Holiday, resulta más creíble.

Hubo una última vez, como para casi todo. La última vez que hablé con Cristina, ella aún estaba en la Universidad. Con Viqui compartí cena y cerveza en la terraza de la cafetería Frixia; era verano, lo recuerdo porque en aquella época aún trampeaba la vida con clases particulares y me gustaba sentarme en esa terraza al finalizar la jornada laboral. Recordamos viejas travesuras y hablamos de viajar hacia sur. Con Javier, aquí tengo más dificultades, recuerdo una conversación telefónica, pero también puede que esa conversación fuese con otra persona...¿hablamos de hijas? De Fernán Manu... hace tanto tiempo ya que no se cuál es el último recuerdo, aunque resulta imposible olvidar aquel exquisito batido de plátano que preparaban en su casa.



...cuya mirada intensa, soñadora y fogosa quedó inmortalizada en alguna foto de las que a veces aparecían en el baúl de los recuerdos. La vida era así. Sobre todos los momentos sublimes llovía, con el tiempo, la prosa de la cotidianeidad. Pero el recuerdo del momento sublime quedaba innato en las almas.


Usos amorosos de la posguerra española

Carmen Martín Gaite.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Exijo que me la devuelvan

Habían llamado a la puerta, San Alberto 10, barrio, supongo que algún día de aquellos plomizos veranos de los 70. Dos jóvenes, entusiastas, eternamente sonrientes y extremadamente cordiales; decían ser Testigos de Jehová, e intentaban, probablemente, vender o regalar ciertos panfletos religiosos que portaban en una vieja cartera de cuero. No se cómo, ni por qué, terminé caminando con ellas hacia el pueblo. Un trayecto breve, pero suficiente para una acalorada discusión cuyo contenido apenas recuerdo; al llegar a la altura de la casa de Esteban, el alcalde de entonces, una de ellas, roja de ira - de esto me acuerdo perfectamente- me espetó: ¡Te vas a condenar!

Ya había olvidado este episodio, fruto, cabe pensar, de aquella pose de rojo calavera tan propia de aquellos años; seguramente dije alguna inconveniencia. Lo recordé el otro día, en la manifestación contra los privilegios que las instituciones civiles conceden a la Iglesia Católica. Estaba citado en la plaza Jacinto Benavente, viejos colegas, algunos agnósticos y otros, simplemente, ateos. Al llegar, la plaza estaba repleta, me encontré un grupo de peregrinos arrodillados - brazos en cruz, cruces de madera, ojos extasiados - que, al parecer, rezaban por nuestros pecados. No les presté demasiada atención, me aburren, busqué a mis compañeros y nos sumamos a la manifestación. Bajando por Carretas, una joven, blandiendo un crucifijo, acercándolo y alejándolo de mi cara, lo repitió, ¡Te vas a condenar!, tal cual, en singular, a mí que iba rodeado de miles de “pecadores”. Es verdad, en esta ocasión, ni tan siquiera había coreado los eslóganes que repetían los participantes de tan singular evento.

También estaba roja, no se si de ira o por exceso de temperatura, Madrid se derretía en aquel momento. Lo que no coincidía era la indumentaria; austeras y recatadas, faldas largas y el cuello de las camisas abotonado, en Mataporquera, pantalones si no cortos, cortísimos, camiseta ombliguera y las etiquetas de la ropa interior bien visibles- una no paga una pasta por las braguitas de cierta marca para que luego no se vean-, en Madrid. Tampoco encontré semejanzas en las miradas; firmes, quizás hieráticas, las unas, lunáticas y fundamentalistas, las otras, las del siglo XXI. Me asusté, Einstein decía que la estupidez humana era (probablemente, también el universo) la única infinitud que él conocía, y seguramente tenía razón.

Huí de allí, camino de los viejos lugares, de los sonidos de siempre, del añorado vacío de un Madrid agosteño. Pero no, ellos deambulaban por doquier, exhibían sus distintivos religiosos sin pudor, manifestaban su omnipresencia con prepotencia, incluso hasta algunos monjes rijosos - ¿qué coño llevaban debajo del hábito?- se permitían danzar en mitad de la plaza Santa Ana. Perdí la libido, o, tal vez, me la robaron, no lo sé, pero me empieza a preocupar, pues mi farmacéutica no acierta con esa fórmula magistral que me permita recuperar ese estado de sátiro desbocado y pecador que tanto me satisface.

¿Pecador?... no lo había pensado; pago los impuestos que me corresponden, cumplo cabalmente con las normas de tráfico, con mis deberes cotidianos y familiares, rara vez falto a mi trabajo y, por supuesto, no promuevo guerras, cruzadas, inquisiciones, violencia de género, discriminaciones o paidofilia. El sexo sí, me encanta, lo retomaré cuando... ¡me devuelvan mi libido!.


Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
-¡A la mierda el señor arzobispo!
El improperio estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: “¡A la mierda el señor arzobispo!”.


El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez