sábado, 10 de marzo de 2012

INSERSO

Ciertamente, nunca había visto a Jorge Ariza tan enfadado. Quizás, en el café, entre risa y risa, había dejado caer algún comentario a propósito, pero comedido, sin estridencias. Sabía que apenas tenía relación con su familia política, aunque tampoco se puede decir que se habían distanciado, pues nunca existió proximidad alguna. Le había oído contar que vivían en algún lugar al norte de León. Castellanos viejos decía, un eufemismo amable, un mirar hacia otro sitio para eludir la realidad. Fíjate - me contaba - , van al consultorio médico para leer la prensa gratis, y allí montan sus tertulias, a gritos, oigan o no oigan, hasta que sale Doña Nieves, la médico, y los echa con cajas destempladas. Se van indignados, qué vergüenza de país, ni prensa ni calefacción gratis, y encima esta medicucha que nos tocó, sí, me vais contar a mí, esta es de la ESO y no sabe hacer la “o” con un canuto...

Salía del María Guerrero, “Luces de Bohemia” acababa de finalizar y él estaba allí, en la puerta, junto a un corrillo de fumadores. Me extrañó no ver a Adela Salazar, su compañera. Me alegré de verle y tras los saludos de rigor convenimos en cenar en un restaurante cercano. Madrid olía a pis y el aire, atiborrado de partículas en suspensión, se masticaba, nuestra inefable Presidenta por recortar, nos ha recortado hasta la lluvia. Adela se fue a Canarias la semana pasada - me contó mientras dábamos cuenta de unos exquisitos corazones de alcachofas- , regalé su entrada a un compañero del trabajo. Resulta que sus padres, ya sabes, esos de León, habían viajado a Tenerife subvencionados por el Inserso y, al poco de llegar, el padre se sintió indispuesto, así que los del hotel le llevaron a un hospital cercano y allí quedó ingresado. Nada grave, pero como la madre ya prácticamente no ve nada y entiende menos, tanto Adela como su hermana se fueron en el primer avión que encontraron.

Es bochornoso - su tono iba aumentando a medida que hablaba -, ¿cómo es posible que los del Inserso no les pidan el historial médico antes de que inicien el viaje? ¿Tú te crees que un tipo de 85 años, con infinidad de episodios cardiovasculares en su historial médico, puede montarse en un avión sin más? ¿Y quién cuidó de la madre mientras tanto? Y encima las dos hermanas faltando al trabajo, pues están las cosas como para estas milongas, ¡joder!. Atacamos el bacalao, exquisito, y pedimos una botella de vino verde, Lisboa siempre en la memoria. Era inevitable, precisamente nos habíamos conocido en Lisboa, hace ya muchos años, poco después de que con “Grândola, vila morena” se iniciase una revolución. Aún seguimos comprando claveles cada 25 de Abril, añorando unos ojos negros junto a una boca imperceptiblemente asimétrica y planeando volver juntos otra vez. A pesar de que ambos visitábamos Lisboa cada dos por tres, nunca volvimos a coincidir allí.

Lo tienen bien montado, pues no sólo llenan los hoteles con los jubilados, también con los familiares que por unas razones y otras terminan viajando allí para rescatarlos - volvió sobre el mismo tema en los postres -. Y esto lo pagamos todos, no te creas, sus viajes, sus hoteles, sus menús, sus medicamentos gratuitos...Pero hay más, el castellano está en una de esas clínicas concertadas, ya sabes como funciona eso, no tienen ninguna prisa en darle el alta (y él tampoco). Esta historia se habría arreglado con un par de días de ingreso, pero lo van a tener allí un par de semanas...¡al tiempo!. Cada vez estaba más irritado, tenso, incluso descontrolado, era evidente que la situación le superaba. Era una cuestión recurrente, qué hacer con los padres cuando éstos no se avienen a soluciones que satisfagan a todos. Castellanos viejos, empecé a entender porque Jorge utilizaba esta expresión.

El desencuentro comenzó hace muchos años, incapaces de entender que el mundo que conocían se derrumbaba estrepitosamente sucumbieron a una ruptura generacional que les alejó de sus hijos, un camino sin retorno. Optaron por imponer, pesaba más el qué dirán, y se olvidaron de la necesidad de evolucionar, de adaptarse a los nuevos tiempos. Invocaron deberes hacia los padres, pero olvidaron que los hijos ya no son fuerza de trabajo, ni una contribución económica a la familia, que las hijas no son sus criadas, que lo de los lazos de sangre es un dislate y que para merecer consideración es preciso haber considerado. Seguramente resultó cómodo cerrar los ojos y no percibir los cambios, pero no, no fue comodidad, tan sólo idiotez. Castellanos viejos.

La noche invitaba a pasear, es duro maldecir de los mayores, pensar en lo que pudo ser y no es por la terquedad o la ignorancia de unos padres encerrados en su particular egoísmo. Cerca de Huertas nos sorprendió una multitud que hacía cola a lo largo de la calle de Jesús. Un jubilado nos contó que habían venido desde Valladolid con el Inserso y estaban allí, la una de la madrugada, esperando que abrieran la Basílica y ser los primeros en besar el pie derecho del Cristo de Medinaceli; al parecer, esta escena se repetía cada primer viernes de marzo. Un poco más abajo, una ambulancia atendía a una anciana desfallecida. ¡Joder con el Inserso! - Jorge no pudo reprimirse - ¿Esto también lo tenemos que pagar todos? ¿Y eso del pie derecho? ¿Por qué no el izquierdo?

Nos despedimos en una parada de taxis. Besos para Adela, lo de Lisboa sigue en pie, ¿no?...Quizás este verano, si nos dejan los castellanos...y el Inserso.


Desde el punto de vista de Walter, no existía en el mundo mayor fuerza del mal que la Iglesia católica, ni causa más perentoria para la desesperanza respecto al futuro de la humanidad y del asombroso planeta que se le había concedido, aunque cabía reconocer que en estos tiempos la seguían muy de cerca los fundamentalistas siameses de Bush y Bin Laden. Walter no podía ver una iglesia ni el letrero LOS HOMBRES DE VERDAD AMAN A JESÚS ni un símbolo de un pez en un coche sin notar una opresión de ira en el pecho.

Libertad. Jonathan Franzen

domingo, 1 de enero de 2012

Jubilados

Crucé Valladolid y Palencia, camino de Santander, entre niebla y escarcha; a ratos distinguía las choperas perfilando las riberas, fantasmales pueblos con el campanario de la iglesia levitando entre brumas, a ratos no distinguía nada, apenas la soledad de la estapa. En la cumbre de Pozazal los destellos del sol me devolvieron el optimismo, Reinosa resplandecía con un cielo insolentemente azul. Decidí darle gusto al estómago y con un día tan soleado el restaurante del campo de golf de Nestares parecía la elección más adecuada. Un par de manchas blancas en las cumbres, verdes praderías y el sol penetrando a raudales por las cristaleras del restaurante. Espléndido.

De repente los vi, a los jugadores de golf, tan emperifollados ellos, con sus carritos eléctricos, sus palos, sus pelotitas y esa pose de ajenos al común. Los observé con atención, sus movimientos, su forma de caminar. No, no eran jóvenes, se trataba de jubilados, honorables jubilados disfrutando de su inmenso tiempo libre en una mañana cualquiera de diciembre. Jubilados y jubilosos, Don Mariano, nuestro ínclito presidente, les había prometido mantener su poder adquisitivo aun a costa de congelar el salario mínimo interprofesional, de capar funcionarios y encular a la clase media. Como Dios manda. El pastel de cabracho se me atragantó. Por las laderas del Tres Mares se deslizaban espesas brumas, pronto alcanzarían el valle.

Tenía la vieja idea de que ser mayor consistía en hablar del tiempo y hacer una muesca cada vez que uno pasaba por el baño. Estaba equivocado, todo cambió, incluso los jubilados.El poder gris les dicen, pues constituyen un poder fáctico nada desdeñable. Ahora, a su eterna preocupación por la gestión de sus fluidos, añaden la preocupación por sus finanzas, así que constituyen una de las dianas predilectas de las sucursales bancarias repartidas por doquier. No cabe duda, a pesar de las apariencias, que constituyen el estrato social con más poder económico del país.

Son el objetivo fundamental en las campañas electorales, los políticos les reverencian. No es casualidad que los programas dirigidos a las personas mayores hayan escapado de los recortes presupuestarios que afectan a la mayor parte de países, incluyendo el nuestro. Es de justicia, dirán algunos, y probablemente tengan razón, yo me limito a mirar a los jugadores del campo de golf... Seguramente sea justo.

También miré a los camareros del local, todos jóvenes e inexpertos. Cada vez que vengo a este restaurante me encuentro con camareros nuevos, tres meses trabajando y a la calle, no vaya a ser que empiecen a cobrar antigüedad. Lo curioso es que son estos jóvenes los que deben pagar las pensiones de los que juegan al golf, comprar los pisos que quedaron aparcados con el crack inmobiliario e incrementar el índice de natalidad, tan necesario. ¿Alguien pide más?.

Se percibe insolaridad en el voto del poder gris. Para Aristóteles la experiencia de los mayores es sinónimo de desconfianza, de mezquindaz, egoísmo y avaricia. La verdad es que nunca me gustó este tío, pero reconozco que a veces sus apreciaciones son muy certeras. Como ejemplo más inmediato tenemos al Consejo de Administración del Banco de Bilbao, sus directivos han decidido prolongar la edad de jubilación desde los 70 a los 75 años, una imagen que no se corresponde con las incesantes prejubilaciones en la banca.

Por supuesto que existen jubilados que lo están pasando muy mal, sin duda, pero esto también sucede en otros estratos sociales, empezando por el de los jóvenes, y nadie se acuerda de ellos. Esto no es muy exacto, los grupos de presión de los empresarios los recuerdan cada día, con sus fauces babeantes, especialmente cuando hablan de imponer los “mini jobs”.

Al final, con el café, nos alcanzó la niebla, los jubilados estaban ya de retirada. Decidí que ya no tenía sentido llegar hasta Santander, así que me volví hacia Aguilar de Campoo, buscando el paseo de la Cascajera, siempre me ayudó a poner en orden mis ideas. Cené en “El Barón”, Carlos siempre me trata con exquisitez, se lo agradezco. Con el tiempo ha conseguido que su restaurante sea una magnífica referencia.

No sé que nos deparará el 2012, pero después de pasear por la Cascajera he decidido seguir con buen humor, es lo único que no nos pueden recortar.


Uno llegar e incorporarse el día

Dos respirar para subir la cuesta 

Tres no jugarse en una sola apuesta
Cuatro escapar de la melancolía 

Cinco aprender la nueva geografía
Seis no quedarse nunca sin la siesta
Siete el futuro no será una fiesta 

Y ocho no amilanarse todavía
Nueve vaya a saber quién es el fuerte
Diez no dejar que la paciencia ceda

Once cuidarse de la buena suerte

Doce guardar la última moneda 
 
Trece no tutearse con la muerte 

Catorce disfrutar mientras se pueda. 
 


Mario Benedetti

martes, 22 de noviembre de 2011

Matemáticas

Los universos cotidianos encierran - a modo de matraces- gestos, pautas, costumbres ... que reflejan la generalidad de la sociedad que nos acoge. El estudio del contenido de un matraz permite extrapolar las constantes obtenidas hacia entornos más extensos, convirtiéndolos en predecibles. El vestuario masculino de unas instalaciones deportivas a las que acudo regularmente constituye uno esos matraces, pongamos que aforado por su exclusividad. Se trata de un universo muy particular, con clientes variopintos, que en su ir y venir, vestirse y desvestirse, ducharse o no ducharse, despliegan tal espectro fenomenológico que resulta imposible eludir su sistematización. Después de infinidad de observaciones, de agrupar conjuntos, de clasificar con llaves, he llegado a la conclusión de que lo más inmediato es dividir la muestra en dos conjuntos disjuntos: los que para vestirse empiezan por el calzoncillo ( slip, prefieren decir algunos) y los que que inician tal menester por la camisa. Los unos, los del calzoncillo, se colocan inmediatamente la segunda prenda, generalmente la camisa, y los otros, los del slip ausente, se pasean por el vestuario buscando un algo indefinido que casi nunca encuentran. Medir es comparar, establecer una proporción respecto a un patrón. Matemáticas.

En mi cuaderno de campo quedaron - desordenados- los datos, las observaciones: los que cierran la puerta del vestuario, los que la dejan abierta; los que saludan, los que no saludan; los que dejan la ropa maloliente en las perchas de los bancos, los que guardan la ropa en las taquillas; los que se quitan los mocos en las duchas colectivas tapándose un orificio de la nariz, los que enjaguan sus fluidos con un pañuelo de papel que posteriormente depositan cuidadosamente en la papelera; los que escupen en el suelo, los que les da asco los escupitajos de los anteriores; los que se encierran desnudos en la sauna, los que cumpliendo las normas se mantienen con el traje de baño; los que en el jacuzzi colocan sus pelotillas en los chorros de agua, los que acomodan sus músculos buscando el paliativo masaje hidrotermal; los que hablan a voces, los que susurran; los que son del “aleti”, los que no son; los de la banderita con toro en el reloj, los que no saben de banderas; los de la cervecita, tortilla y viva España, los de acaban de intervenir el Banco de Valencia; los que leen “El mundo”, los que leen “El país”; los que veranean en la Comunidad Valenciana, los que viajan...Grupos no abelianos. Matemáticas.

Nunca me gustaron las películas de miedo, de terror; me incomodan esos sustos gratuitos, el exceso de pintura a modo de sangre y la innecesaria crueldad. A veces me equivoco, me acomodo en la sala dispuesto a disfrutar de las imágenes de la pantalla, comienzo a ver la proyección y poco a poco, a medida que avanza el guión, voy sintiendo una angustia que me atenaza; pavor, en definitiva. Recientemente he sentido esa desagradable sensación viendo dos películas de índole económico; Inside job y Margin call. En ambos casos a los directores, en su afán de explicar con rigor el origen de la crisis económica que nos asfixia, les quedó una fantástica película de terror.

En Inside Job, incapaz de describir esos sofisticados productos bancarios que troceaban hipotecas y se vendían en paquetitos, el narrador se pregunta por los artífices de tal maldad. Magistralmente nos dirige hacia sucesos ya olvidados.¿Recuerdan Vds el final del la Guerra Fría? ¿Saben qué fue de todos aquellos matemáticos y físicos que trabajaban en aquellos secretísimos proyectos?... Terminaron en los Bancos, sólo ellos son capaces de entender, valorar, programar y procesar toda la información ( o todo el vacío) que subyace tras esos nombres rimbombantes: CDS , CDO , CLN, TRS... En Margin Call, aún sin nombrarlo, se narra la víspera de la caída de Lehman Brothers. En este caso son dos ingenieros, dos expertos en matemáticas, los que se percatan del pastel, los que avisan que el Banco está en la ruina. Ahí queda esa escena en la que el director del Banco - varios millones de dólares de sueldo anual - pide que le expliquen la situación como si él fuese un perro, ya que no entendía nada de nada. Pavor. Matemáticas.

Llueve. Viento del Norte. Sabañones. Un aula con dos radiadores eléctricos, dos alumnos por pupitre, tinteros de porcelana: la clase de los “chicos”. Don José María acaba de golpear su mesa con la regla, pide silencio. Comienza a dictar un problema: Si IU necesita 450.000 votos para obtener un diputado - voz ronca, café y Ducados, tose- y CiU, tan sólo necesita 30.000... Matemáticas.



Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón»

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.


Recuerdo infantil
A. Machado

martes, 25 de octubre de 2011

Am I Blue?



Lástima, ese el problema de las fotografías. Las sales de plata capturan únicamente la intensidad de la luz reflejada por los objetos a fotografiar, perdiéndose una información fundamental: la fase de las señales luminosas. Desde el punto de vista técnico esto es un desastre, de ahí las diferentes estrategias desarrolladas para recuperar dicha información. No obstante, es una opinión más, la ausencia de fase tiene sus ventajas, tanto artísticas como anímicas, sobre todo cuando se trata de viejas fotografías en blanco y negro, cuya contemplación suscita una compleja interrelación entre la imaginación, los recuerdos y los sentimientos. Esta es la razón por la que percibimos diferentes sensaciones cada vez que miramos una de esas fotografías.

La primera vez que vi la foto que Javier nos cedió a través de la web no me reconocí, y no fue precisamente por la presbicia, que también, sino por la composición en sí. En la fotografía destaca sobremanera el blanco de la ropa de Cristina, una niña rodeada de cuatro “rapazines” en gris. Era inevitable...There was a time...When I was his only one...Efectivamente, ella era la única, lo demás permanecía en semipenumbra; los muchachos, apenas cuatro sombras reflejadas en un espejo hecho añicos, cuatro pasados divergentes y el aplomo de una realidad emergente...Visto así parece una premonición, o más bien una reivindicación...There was a time...When I was his only one. Al fondo, el pueblo, tan próximo y tan lejano. Un patinete, todo un ferrari en su momento, una gorra, leotardos, ninguna planta y mucho cemento - otoño, probablemente - . How can you ask me “am I blue”?

Fue la primera impresión. Los años transcurridos desde entonces permiten acercarse a la fotografía con diferentes perspectivas, la exactitud es prescindible. Incluso el momento determina la evocación, la presencia o la ausencia. Este vez sí que me reconozco, despeinado y con la mano en la boca, décadas disimulando mi timidez y, así, tan de repente, emerge desde el pasado como una de esas asignaturas eternamente pendientes. También se evidencian los contrastes, inequívocas señales de diferentes actitudes familiares...; no, el cemento no lo ocultaba todo...Why, wouldn’t you be too?

El viento del norte, tampoco aparece en la fotografía. Necesario, como en las viejas canciones de jazz en las que los instrumentos de cuerda creaban el ambiente propicio para la irrupción de los instrumentos de viento. Escuché “Am I blue” por primera vez viendo aquella vieja película de Howart Hawts, “Tener y no tener”, con Carmichael al piano esperando la entrada del viento, en este caso la voz de Lauren Bacall, una delicia. Volví a escuchar “Am I Blue” cientos de veces, con diferentes intérpretes, distintas versiones y, aunque resulte sorprendente, en diferentes películas. Me gustó mucho la interpretación de Diana Lane en Cotton Club, aunque en este caso el viento lo ponía un trompetista interpretado por Richard Gere, la escena es maravillosa. Hay interpretaciones para todos los gustos, desde Ethel Waters a Ray Charles, pasando por Teddi King, Nat King Cole, Cheers, Eddie Cochran...Personalmente me quedo con la versión de Billie Holiday, resulta más creíble.

Hubo una última vez, como para casi todo. La última vez que hablé con Cristina, ella aún estaba en la Universidad. Con Viqui compartí cena y cerveza en la terraza de la cafetería Frixia; era verano, lo recuerdo porque en aquella época aún trampeaba la vida con clases particulares y me gustaba sentarme en esa terraza al finalizar la jornada laboral. Recordamos viejas travesuras y hablamos de viajar hacia sur. Con Javier, aquí tengo más dificultades, recuerdo una conversación telefónica, pero también puede que esa conversación fuese con otra persona...¿hablamos de hijas? De Fernán Manu... hace tanto tiempo ya que no se cuál es el último recuerdo, aunque resulta imposible olvidar aquel exquisito batido de plátano que preparaban en su casa.



...cuya mirada intensa, soñadora y fogosa quedó inmortalizada en alguna foto de las que a veces aparecían en el baúl de los recuerdos. La vida era así. Sobre todos los momentos sublimes llovía, con el tiempo, la prosa de la cotidianeidad. Pero el recuerdo del momento sublime quedaba innato en las almas.


Usos amorosos de la posguerra española

Carmen Martín Gaite.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Exijo que me la devuelvan

Habían llamado a la puerta, San Alberto 10, barrio, supongo que algún día de aquellos plomizos veranos de los 70. Dos jóvenes, entusiastas, eternamente sonrientes y extremadamente cordiales; decían ser Testigos de Jehová, e intentaban, probablemente, vender o regalar ciertos panfletos religiosos que portaban en una vieja cartera de cuero. No se cómo, ni por qué, terminé caminando con ellas hacia el pueblo. Un trayecto breve, pero suficiente para una acalorada discusión cuyo contenido apenas recuerdo; al llegar a la altura de la casa de Esteban, el alcalde de entonces, una de ellas, roja de ira - de esto me acuerdo perfectamente- me espetó: ¡Te vas a condenar!

Ya había olvidado este episodio, fruto, cabe pensar, de aquella pose de rojo calavera tan propia de aquellos años; seguramente dije alguna inconveniencia. Lo recordé el otro día, en la manifestación contra los privilegios que las instituciones civiles conceden a la Iglesia Católica. Estaba citado en la plaza Jacinto Benavente, viejos colegas, algunos agnósticos y otros, simplemente, ateos. Al llegar, la plaza estaba repleta, me encontré un grupo de peregrinos arrodillados - brazos en cruz, cruces de madera, ojos extasiados - que, al parecer, rezaban por nuestros pecados. No les presté demasiada atención, me aburren, busqué a mis compañeros y nos sumamos a la manifestación. Bajando por Carretas, una joven, blandiendo un crucifijo, acercándolo y alejándolo de mi cara, lo repitió, ¡Te vas a condenar!, tal cual, en singular, a mí que iba rodeado de miles de “pecadores”. Es verdad, en esta ocasión, ni tan siquiera había coreado los eslóganes que repetían los participantes de tan singular evento.

También estaba roja, no se si de ira o por exceso de temperatura, Madrid se derretía en aquel momento. Lo que no coincidía era la indumentaria; austeras y recatadas, faldas largas y el cuello de las camisas abotonado, en Mataporquera, pantalones si no cortos, cortísimos, camiseta ombliguera y las etiquetas de la ropa interior bien visibles- una no paga una pasta por las braguitas de cierta marca para que luego no se vean-, en Madrid. Tampoco encontré semejanzas en las miradas; firmes, quizás hieráticas, las unas, lunáticas y fundamentalistas, las otras, las del siglo XXI. Me asusté, Einstein decía que la estupidez humana era (probablemente, también el universo) la única infinitud que él conocía, y seguramente tenía razón.

Huí de allí, camino de los viejos lugares, de los sonidos de siempre, del añorado vacío de un Madrid agosteño. Pero no, ellos deambulaban por doquier, exhibían sus distintivos religiosos sin pudor, manifestaban su omnipresencia con prepotencia, incluso hasta algunos monjes rijosos - ¿qué coño llevaban debajo del hábito?- se permitían danzar en mitad de la plaza Santa Ana. Perdí la libido, o, tal vez, me la robaron, no lo sé, pero me empieza a preocupar, pues mi farmacéutica no acierta con esa fórmula magistral que me permita recuperar ese estado de sátiro desbocado y pecador que tanto me satisface.

¿Pecador?... no lo había pensado; pago los impuestos que me corresponden, cumplo cabalmente con las normas de tráfico, con mis deberes cotidianos y familiares, rara vez falto a mi trabajo y, por supuesto, no promuevo guerras, cruzadas, inquisiciones, violencia de género, discriminaciones o paidofilia. El sexo sí, me encanta, lo retomaré cuando... ¡me devuelvan mi libido!.


Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
-¡A la mierda el señor arzobispo!
El improperio estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: “¡A la mierda el señor arzobispo!”.


El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez

jueves, 26 de mayo de 2011

Retahílas

Tengo suficiente edad para recordar, es posible que con cierto desorden, la frenética actividad que se desplegaba en torno a la cantera de la fábrica Unquinesa. Sentado entre matorrales, en un pequeño altozano situado junto a la cantera, contemplaba aquel ir y venir de multitud de trabajadores que arrancaban la piedra caliza para su posterior transformación en los hornos. Recuerdos en sepia de un pasado remoto: mulos tirando de vagonetas, obreros horodando la roca con barras y mazas, el penoso transportar de la dinamita- su sonido seco y la inmediata lluvia de pedruscos-, la sirena y un interminable desfilar de trabajadores sudorosos y agotados.

Un buen día me monté en un tren y todo aquello desapareció de mi horizonte cotidiano; no se cuánto tiempo pasó hasta que volví a mi observatorio privado, pero aquello había cambiado radicalmente, ya no se divisaban mulos ni vagonetas, sino potentes excavadoras y cintas transportadoras; tampoco se veían obreros, apenas media docena. En principio me alegré, habían desaparecido algunos trabajos que era mejor no recordar, pero inmediatamente sentí un incómodo desasosiego, me pregunté por el destino de aquellos trabajadores que ya no estaban allí, por el de sus hijos, antiguos amigos míos, por sus esperanzas, por sus planes truncados.

Todos nosotros sabemos que aquello no terminó allí; bien por el implacable avance de la tecnología, bien por la mala cabeza de los directivos o bien por las torpezas de nuestros dirigentes políticos, hemos visto a lo largo de todos estos años muchos cambios de actividad, cierres patronales, reconversiones y, al abrigo de esa maldad llamada globalización, deslocalizaciones industriales. Atrás, truncados quedaron, de nuevo, los sueños, las esperanzas y el futuro de muchas personas. Es como una maldición cíclica, que se se repite inmisericorde, que aparece cada cierto tiempo cobrándose nuestros anhelos, bebiéndose nuestros desvelos y riéndose de nuestras previsiones.

Pero se nos olvida, enseguida recobramos nuestro optimismo, retiramos de nuestro pensamiento a los que se quedaron apartados en el camino, a los que perdieron el tren, a los que se enriquecieron a base de fechorías y, ¡hala!, a consumir. Qué nos importan los fracasados, los africanos en patera, los marginados, los machacados por el sistema. Perdimos el pudor, ni tan siquiera disimulamos, lo único que hace historia es un Madrid- Barcelona, la profundidad filosófica de Belén Esteban o los pautados rebuznos de ese al que dicen Mou.

¿Tienes problemas? ¿Qué tus hijos comparten banco escolar con un inmigrante? No te preocupes, nosotros tenemos la solución, en los colegios privados que financiamos con dinero púbico los únicos inmigrantes son los hijos del embajador. ¿Qué has tenido que esperar en la cola del médico porque unos cuantos negros demandaban atención médica? ¿Qué me dices? En nuestros hospitales privados financiados con dinero público no tienen cabida los de las pateras. Además salen más baratos, che, una bicoca, pues a los gordos, asmáticos, sidosos y demás gente mal alimentada los enviamos a los hospitales públicos. Si es que no hay gente más barata que los guapos y delgados. ¿Qué pagas impuestos? Coño, eso se dice antes, no te preocupes que en nuestro programa electoral queda claro que a partir de ahora sólo pagarán impuestos esos desagradecidos de la nómina, el resto de actividades quedará libre de impuestos, ¡Faltaría más!

Ya, todo eso está muy bien, pero fíjese Vd., Doña Espe, resulta que esos desharrapados construyeron una cooperativa en mitad del pueblo - Cooperativa Obrera la llaman- y no podemos subir los precios en nuestros establecimientos. Se organizaron y resulta que son ellos los que fijan los precios, ¡no se dónde vamos a llegar!. No se preocupen Vds, en un año, con nuestras televisiones financiadas con dinero público, convenceremos a esos desdichados que los productos de sus establecimientos son mucho mejores, dónde van Vds a parar, incluso que rejuvenecen, que estiran la piel y dan lustre al escroto. No se preocupen, todo eso lo solucionaremos con la TDT.

En otro orden de cosas - nos ponemos pomposos, luz tenue... fondo de pasodoble-, sabe Vd, Doña Espe, que en nuestras factorías tenemos trabajadores con tanta antigüedad que cuestan una pasta, y nosotros necesitamos ganar dinero, ya sabe, queremos disfrutar de nuestras vacaciones en Sicilia, perdón, un lapsus, quería decir Valencia...Que no cunda el pánico, vamos a cambiar la legislación laboral y podrán deshacerse de esos costosos trabajadores en un abrir y cerrar de ojos, y, aquí está la gracia, sustituirlos por esos jóvenes que tienen tres carreras y dos idiomas, no se asusten, ya saben Vds que son unos inútiles. Además podrán contratarlos como becarios...o como becarias por si quieren emular a Bill.

¡Qué recuerdos, che¡ Y yo allí, en la verbena, en un pueblo que se llamaba Cuena, un tipo con un acordeón y otro con un a modo de pandereta amenizaban un insulso balanceo colectivo, y no se porqué, aún recuerdo, tachín, tachín, sutil y profundo...el estribillo: Se comenta por el pueblo...que tu novio es un ligón.... Tachín.

Y era exactamente igual, te lo aseguro, que estar agarrando entre los dos un hilo cada uno por el cabo que el otro le largaba ‘toma hilo, dame hilo’, de verdad completamente así, era tejer.

Retahílas. Carmen Martín Gaite

martes, 17 de mayo de 2011

Mueran los cabrones y los campos del honor

No, no se trata de un exabrupto, se trata de una vieja novela de Benjamín Peret, de una época en la que se experimentaba con la escritura y en la que Dadá tan sólo era un payaso con alpargatas. Una novela absurda, al menos eso pensé cuando la leí hace ya muchos años sin enterarme de nada. Tan absurda como la lectura de la prensa económica actual, en la que uno constata día a día cómo los causantes de la crisis se van de rositas y determinados políticos nos intentan convencer de la bondad de unas ideas neoliberales que convierten al ciudadano medio en perjudicado y, por ende, en idiota.

Por supuesto, no entiendo nada de economía, pero dada la falta de previsión ante la crisis, no sólo de España, sino de todos los países occidentales, los estrambóticos errores de las agencias de calificación, el papel de los bancos adjudicando créditos con marchamo de inmediato impago...podría pensarse, en primera aproximación, que tampoco ellos saben una mierda de economía. Valga como prueba la falta de acuerdo entre reputados economistas sobre el origen de la crisis y, lo que es peor, sobre las posibles soluciones.

No obstante, si analizo los platos rotos, las consecuencias para amplios sectores de la población y la falta de consecuencias para una minoría, perteneciente fundamentalmente al sector financiero, empiezo a sospechar que saben de economía bastante más de lo que parece, sobre todo cuando se trata de engordar sus bolsillos. Da la impresión que, desde el sector financiero, únicamente se desarrollaron estrategias para, con la innegable colaboración de determinados sectores políticos, saquear las finanzas públicas con absoluta impunidad. Este es un fenómeno global, donde la desregulación y la falta de control sobre los flujos monetarios constituyen las pautas comunes en el obrar de todos los países occidentales.

¿Queda algo por saquear? Sorprendentemente sí, la Seguridad Social. El terreno ya ha sido abonado. En los últimos meses se han publicado en diferentes medios sesudos artículos recomendando tanto el copago como la apertura de la Seguridad Social a empresas privadas (desde luego, no se informa de quién financia a los economistas que escriben esos artículos). En algunas Comunidades Autónomas ya empezó el saqueo, sirvan como ejemplo la Comunidad de Madrid y la Comunidad Valenciana, ambas gobernadas por el PP, o, mejor dicho, por los núcleos ultraliberales del PP. La última cuchillada trapera procede de Convergència i Unió, compensando la bajada de impuestos con serias restricciones en la Sanidad Pública.

Es una pena. Pienso que la Seguridad Social es una de las pocas cosas que hemos hecho bien en este país y debemos sentirnos orgullosos por ello. Además es una ganga, pues de la comparación con el peso en el PIB con respecto a otros países occidentales se induce que es realmente barata y que nuestros médicos y enfermeras cuestan tres duros de los de cinco pesetas. Pero, no cabe duda que puede llegar a ser un magnífico negocio si se lo cedemos a determinados amiguetes. Bernardo Provenzano, el que fuera jefe supremo de la Cosa Nostra durante cuarenta años, acostumbraba a escribir: Me alegro de saber que todos gozáis de excelente salud. Lo mismo puedo decir de mí en este momento, a Dios gracias. Pues eso.




El señor Carbón había evidentemente perdido toda la razón. Lo dejé triturar sus relojes y huí a toda carrera. En una curva del camino vi un enorme guijarro de unos tres metros de alto. Me lancé de cabeza y me zambullí dentro de él. Estaba salvado. Podía contemplar el porvenir con tranquilidad. Me instalé.

Benjamín Peret

botero1957@yahoo.es