jueves, 17 de diciembre de 2009

Jukebox

Es difícil olvidar la impresión que el imán del gitano Melquíades causó a los habitantes de Macondo, particularmente a Aureliano Buendía; el imán, conocido en cualquier lugar del mundo, resultó un objeto mágico para los macondinos. Cuando leí este episodio en “Cien años de soledad”, no pude dejar de rememorar la llegada de una máquina de discos al casino de la Unquinesa; para mí, aquel artefacto, que vía la introducción de una moneda, seleccionaba un disco y reproducía la música en él enlatada, fue como el imán de Melquíades, pura magia. Muchas horas pasé esperando que alguien introdujese la moneda, para observar la extracción mecánica del disco y escuchar los sonidos que emitía; “Fórmula V” y “Los diablos”, eran los grupos que más sonaban entonces. Con el tiempo averigüé que aquel prodigio se denominaba jukebox y, aunque suene extraño, fue mi primer contacto con la música.

Recientemente vi en televisión “La chica del gángster ” (Mad Dog and glory, 1993) y, en la escena del restaurante, recordé la fascinación que sentí en el casino. La escena no tiene desperdicio; Robert de Niro, fotógrafo de la policía, con un muerto cubierto de spaghettis en mitad del restaurante, se acerca a la jukebox, introduce una moneda y empieza a sonar “Just a gigolo”, la canción de Louis Prima. A partir de aquí, con de Niro de actor principal y con una preciosa jukebox al fondo, se desarrolla una escena memorable. Hay un momento, cuando de Niro se gira y, con los ojos entornados, dice “Louis Prima, the best”, que representa la esencia del cine (permítanme exagerar un poquito), y, sobre todo, del buen hacer de ese magnífico actor que es de Niro. Cito un enlace de youtube, por si desean ver la escena, merece la pena.

http://www.youtube.com/watch?v=osGUM0Zz7rA&feature=related

Hoy en día sigo asombrándome por todo aquel nuevo artilugio que la tecnología nos ofrece, y espero no perder tal capacidad; muchos artefactos surgieron desde entonces, de todo tipo y para cualquier función, pero nunca olvidaré ni el imán del gitano Melquíades, ni la jukebox del casino de la Unquinesa.

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