Personaje singular con un noble oficio: jardinero. Aún le recuerdo con su mono azul - el buzo, decían entonces - transportando en la carretilla la pesada manguera y demás aperos. Le recuerdo regando surcos, parterres y alcorques, enfadándose con la chiquillería que insensible rompía las flores, sus flores, retocando las dalias, escavando los rosales y podando los setos. En aquella España gris y en aquel pueblo aún más gris, Paulino nos enseñó a distinguir los colores.
Con el tiempo, en los museos aprecié los diferentes matices de los colores; en la Universidad aprendí a hablar de los colores como componentes del espectro visible, como flujos de fotones...pero nunca olvidaré aquellos colores que, según un orden preestablecido, Paulino disponía por el barrio, buscando una determinada armonía, o quizás, matar el gris.
Cómo no mencionar también el jardín de Quevedo, todo simetría y pulcritud, un arcoiris en el secano. El resto es ya conocido, ambos buscaron otras tierras y los jardines comenzaron a agonizar; es ahí cuando todos empezamos a morir y el barrio, a fallecer.
P.D. Escribiendo estas líneas recordé la existencia de un Kiosko junto a la bolera. Un kiosko en el que se servían bebidas, un kiosko con unas hermosas contraventanas de color verde...Inevitablemente recordé también a Trinuchi.
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