A raíz de los últimos avatares deportivos se discutía en la prensa si Messi es mejor futbolista que Ronaldo, o al revés; se hablaba, en consecuencia, de Ronaldistas o Messistas. Yo, como no entiendo nada de fútbol, me declaro Rulfista.
Creo que mis primeros coscorrones en la escuela estaban relacionados con “Don Quijote”; el maestro distribuía varios ejemplares de la novela y uno de los alumnos comenzaba a leer eso de “En un lugar de la Mancha...”; al cabo de un rato, según el criterio del maestro, otro alumno proseguía con la lectura. Yo siempre me despistaba, estaba en Babia, y, en consecuencia, acababa recibiendo el pertinente coscorrón. Posteriormente, por razones académicas, volví a encontrarme con “Don Quijote”, y, la misma dejadez, el mismo sopor. He de confesar que este texto siempre me aburrió, nunca me dijo nada, y, por tanto, nunca lo terminé.
En cambio, no puedo olvidar la tremenda impresión que me causó aquel
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”
En aquel momento, alumno de COU e interno en una institución educativa, leer “Pedro Páramo” supuso, a parte de admiración, un cierto desasosiego, una sensación de pasaje ya vivido, ya paseado. Volví a leer la novela varias veces, en diferentes etapas de mi vida, y siempre con la misma sensación; de alguna manera Comala me recordaba Mataporquera. Desconozco el porqué, parece un sinsentido, pero por alguna razón mi cerebro identifica Comala con Mataporquera.
Este fin de semana paseé brevemente por el barrio; el frío era insoportable. Subí la cuesta hasta llegar al monte y volví sobre mis pasos; no vi a nadie. Esta vez, asocié el barrio con Comala.
Por supuesto que discutí muchas veces a propósito de mi aversión a Cervantes y mi afición por Rulfo, incluso con palabras gruesas. En cierta ocasión, un amigo, Profesor de Literatura, me gritó: ¡Eres un jodido Rulfista!. Naturalmente, le contesté: Rulfista no... ¡de Mataporquera!
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