Entre todos los parajes que conforman el entorno del barrio, Bombas es el lugar que recuerdo con más frecuencia. Me refiero a la antigua estación de bombeo que impulsaba el agua desde una pequeña presa del río hasta el depósito. Allí, con un poco de imaginación, uno podía sentirse Huckleberry Finn en el Misisipi, en verano, o Jack London en el Yukon, en invierno.
El paraje tenia de todo: culebras, ranas, renacuajos, sapos, cangrejos, chopos, nenúfares...y un maravilloso sauce sobre el río. Magnífico ejemplar, con ramas horizontales en las que permanecíamos encaramados horas y más horas. Era ...el sauce de Octavio Paz:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre.
En invierno, con la nieve, Bombas resultaba singular. La oportunidad de caminar sobre el hielo del río (no me olvido de algunas caídas) excitaba todos los sentidos y nos permitía retozar felices y despreocupados, sin más norte que los imperativos del estómago. En verano, clase de zoología, todo era un perseguir cualquier bicho moviente, triturar renacuajos, inflar ranas o azuzar culebras...esconder los reteles de los pescadores de cangrejos y , cómo no, enfadar al encargado de la estación.
Conversando en las ramas del sauce empezamos a vislumbrar que el mundo era algo más que Mataporquera, y que, probablemente, si nos dejásemos llevar por la corriente, conoceríamos nuevos parajes, nuevos sabores; probablemente, si nos dejásemos llevar por la corriente, el próximo otoño veríamos otros cielos y otros rostros.... Aquí comenzamos a huir.
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