jueves, 17 de diciembre de 2009

Ambigú

Recuerdo dos cines, pero no sus nombres. El de arriba y el de abajo; apenas los disfruté, no había dinero. Una palabra, el ambigú: se despachaba un vaso de gaseosa y acaso un puñado de pipas, un vaso metálico servía como instrumento de medida. Ningún título, sólo comportamientos atorrantes. Con el tiempo, uno de ellos, junto a la carretera, se convirtió en un edificio en ruinas.

Este fin de semana me quedé en Madrid, por eso de poner al día todo el trabajo atrasado. Sucede que es tan grande el déficit acumulado que decidí ir al cine. “El baile de la victoria”, la película de Trueba. Está bien, sin entusiasmar; Ricardo Darín es un magnífico actor, no cabe duda. Me gustó más en “El secreto de sus ojos”, una película de palabras y miradas, una gran película, de las que dejan huella.

Y hablando de palabras, Carmen Martín Gaite decía que una persona es lo que ha dicho. Pero en los recuerdos, a veces, no hay decires, tan sólo gestos y miradas, quizás sonidos. ¿Qué sucede entonces? Recuerdo unos ojos negros y una boca asimétrica, por ausencia, imperceptible; recuerdo también sonidos foráneos, quizás extremeños, pero no recuerdo palabras. ¡Qué lejos queda la adolescencia¡

En la película de Trueba, no hay miradas, pero sí palabras y gestos.

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