martes, 22 de diciembre de 2009

Se fue la luz

Resultaba frecuente en aquellos tiempos, un corte en el fluido eléctrico y el inevitable “se fue la luz”; sucedía a cualquier hora, en cualquier momento, por una y otra razón. Me intrigaba esa frase, incluso me asomaba a la ventana: ¿dónde se fue la luz?. Comenzaba el baile de las velas, la cera derretida, y de repente, volvió la luz. ¿Qué era eso que iba y venía a su antojo?. Enciende la luz, apaga la luz, da la luz...Va y viene, se enciende y se apaga...Además, estaba aquello que contaba el cura de turno, el hágase la luz, el tenga Vd. fe...

Hoy en día, afortunadamente, apenas hay cortes en el suministro eléctrico y las viejas frases van dejando paso, lentamente, a otras más precisas, ligadas al verbo interrumpir: abre el interruptor, acciona el pulsador...frases que tampoco explican qué es la luz, tan sólo nos hablan de interrumpir o no la causa que permite que una bombilla incandescente emita luz. Por otra parte, a muchos niños ya no les cuentan la milonga del hágase la luz...

No disponemos aún de suficientes certezas sobre la luz. Sabemos que para ciertos fenómenos - polarización, interferencia y difracción- se comporta como una onda, una onda electromagnética; en cambio, para fenómenos tales como el efecto fotoeléctrico, se comporta como un flujo de partículas, los fotones. Este comportamiento dual es inherente al concepto de luz, aunque, hemos de reconocer, no es una explicación muy satisfactoria. Además, para introducir más confusión, sabemos que las partículas, en determinadas condiciones, también manifiestan propiedades ondulatorias. Realmente curioso: ¿Cómo algo puede estar al mismo tiempo localizado (la partícula) y disperso (la onda)?

En definitiva, si se lanza una pelota de tenis sobre una pared todos tenemos muy claro lo que sucederá inmediatamente después del choque; en cambio, si lanzamos un fotón sobre el vidrio de la ventana, esto es un tanto confuso. Según los físicos, éste se encontrará simultáneamente a ambos lados de la ventana. Naturalmente, esto es intolerable para el pensamiento clásico, pero no lo es para la Mecánica Cuántica (M.C.).

Schrödinger, uno de los padres de la M.C., a través de la paradoja del gato, nos mostró el camino: el gato no está ni vivo ni muerto, está en otro estado. Cuentan que acudía a los congresos con su mujer y su amante; tampoco estaba en una ni en otra, estaba en otro estado. Actualmente, hablamos en términos de bits, no está en el estado 0, ni en el estado 1, está en otro estado: el qubit. Estamos hablando de ordenadores cuánticos y todo lo que ello supone. Por supuesto, quien sabe de fotones es Juan Ignacio Cirac, unos de los candidatos a Nobel en 2009 y actual director de la División Teórica del Instituto Max-Planck para la Óptica Cuántica en Garching (Alemania). Aunque nacido en Manresa, se formó en la Universidad Complutense de Madrid, donde realizó su Tesis Doctoral bajo la dirección del Profesor Sánchez-Soto. De lo que no voy a hablar es de los científicos que se van y de los futbolistas que vienen...

De todo esto, al parecer, la única certeza que nos queda es que hace muchos años, allá por el 36, en este país se fue la luz y, como en cualquier corte de fluido, volvió en el 75, cuando murió el difunto. Bueno, en realidad no se si volvió la luz o tan sólo encendimos una vela.

Y para vela, la de Creedence Clearwater Revival , en aquel inolvidable “Long as I can see the light”; ¡eso sí que era luz!.

http://www.youtube.com/watch?v=SFP5afPweVI



botero1957@yahoo.es

jueves, 17 de diciembre de 2009

Por eso y muchas cosas más...

Al final, después de tanto titubeo, llegó el frío y con él los recuerdos. ¡Cómo me gustaba volver a casa por Navidad¡ Eran tiempos de internados y, con las vacaciones, los trenes, un albur de estudiantes con maletas, una suerte de jóvenes risueños de vuelta al hogar.

A las 8, en el mesón; vaso de vino y pipas, qué felices con tan poco; palabras y, quizás, miradas, a saber; después, con el tiempo, fue café con leche y cigarrillos, empezábamos a huir, ya teníamos media vida fuera. Al final, palmó el difunto, el país cambió, el pueblo encogió y nos fuimos repartiendo por doquier.

A través del foro empiezan a llegar señales dispersas, desde California a San Salvador de Bahía, desde Londres a Barcelona, desde Rubí a las Islas, desde Monzón a Cádiz, pasando por Burgos y Madrid y, cómo no, desde Cantabria. Para todos, para unos y otros, para próximos y para distantes, para los que un día respiraron el mismo aire, el mismo viento del Norte, para los que llevan el marchamo de Mataporquera, para los que alguna vez supieron de su existencia, incluso para un tipo simpático que gusta iconizarse con un sombrero catite: felices fiestas y buena suerte, no sólo para el 2010, sino también para los años venideros.

Brindemos para que las señales no se dispersen....

P.D. No resisto la tentación de recomendar un villancico, en blanco y negro, de los de antaño; existen muchas opciones, pero me quedo, con vuestro permiso, con uno de Luis Aguilé, sin corbata, entrañable, del que conservo un grato recuerdo:

http://www.youtube.com/watch?v=QTdzjSPZv8g

Don Marcial Lafuente Estefanía

En el 74 andaba yo enredado en eso de salir de la adolescencia, ya saben, oscilando entre la euforia desmedida y el fracaso absoluto. Un tránsito difícil, a veces angustioso, a veces hermoso. Un tránsito en el que uno iba eludiendo malamente los muchos noes que te imponían: no fumarás, no beberás, no dirás palabras malsonantes, no mentirás, no te masturbarás, no jugarás a las cartas....; en fin, una lista interminable. Naturalmente, algunos de aquellos noes tenían total justificación, cómo no, pero otros eran un dislate. Sí, lo confieso, en alguna ocasión fui a la librería a cambiar novelas de Don Marcial Lafuente Estefanía; esto es algo que hacía a escondidas, con un sentimiento de mala conciencia: no leerás las novelas de editorial Bruguera, no leerás literatura pulp, como dicen hoy los snobs.

Así que el leer aquellas novelillas de cinco pesetas pasó a ser un vicio oculto; por supuesto, si alguien me preguntaba qué estaba leyendo, respondía sin pestañear: La náusea, de Sartre. ¡Nos ha jodido!. Y en éstas llegó Serrat, en el 74, con aquel “Romance de Curro el Palmo”:

Buscando el olvido
se dio a la bebida,
al mus, las quinielas...
Y en horas perdidas
se leyó enterito
a Don Marcial Lafuente,

retratando nuestros fracasos, los de nuestros padres, los del país....

En ocasiones lucía el Sol, generalmente era una sonrisa femenina, una palmada en la espalda; otras veces, el cielo se oscurecía, barrunto de tormenta, adiós ojos negros y boca asimétrica; y, entonces, volvías a Curro “el Palmo”:

Ay, mi amor,
sin ti no entiendo el despertar.
Ay, mi amor,
sin ti mi cama es ancha.
Ay, mi amor
que me desvela la verdad.
Entre tú y yo, la soledad
y un manojillo de escarcha.

Al final, pasada la adolescencia, uno acaba adquiriendo esa enfermedad que dicen responsabilidad, asumiendo roles que no te corresponden y, de repente, zas, en la quinta década. Afortunadamente, me inicié con Don Marcial, con quién saboree los primeros placeres de la lectura, y, con él, me convertí en lector. Esta afición me ha permitido disfrutar de cientos de lecturas, de cualquier olor, de cualquier sabor y de cualquier condición. Actualmente, nuestras autoridades académicas pretenden que los adolescentes lean a Jorge Manrique; éstos, en cambio, prefieren no leer.¿A quién le sorprende?

Jukebox

Es difícil olvidar la impresión que el imán del gitano Melquíades causó a los habitantes de Macondo, particularmente a Aureliano Buendía; el imán, conocido en cualquier lugar del mundo, resultó un objeto mágico para los macondinos. Cuando leí este episodio en “Cien años de soledad”, no pude dejar de rememorar la llegada de una máquina de discos al casino de la Unquinesa; para mí, aquel artefacto, que vía la introducción de una moneda, seleccionaba un disco y reproducía la música en él enlatada, fue como el imán de Melquíades, pura magia. Muchas horas pasé esperando que alguien introdujese la moneda, para observar la extracción mecánica del disco y escuchar los sonidos que emitía; “Fórmula V” y “Los diablos”, eran los grupos que más sonaban entonces. Con el tiempo averigüé que aquel prodigio se denominaba jukebox y, aunque suene extraño, fue mi primer contacto con la música.

Recientemente vi en televisión “La chica del gángster ” (Mad Dog and glory, 1993) y, en la escena del restaurante, recordé la fascinación que sentí en el casino. La escena no tiene desperdicio; Robert de Niro, fotógrafo de la policía, con un muerto cubierto de spaghettis en mitad del restaurante, se acerca a la jukebox, introduce una moneda y empieza a sonar “Just a gigolo”, la canción de Louis Prima. A partir de aquí, con de Niro de actor principal y con una preciosa jukebox al fondo, se desarrolla una escena memorable. Hay un momento, cuando de Niro se gira y, con los ojos entornados, dice “Louis Prima, the best”, que representa la esencia del cine (permítanme exagerar un poquito), y, sobre todo, del buen hacer de ese magnífico actor que es de Niro. Cito un enlace de youtube, por si desean ver la escena, merece la pena.

http://www.youtube.com/watch?v=osGUM0Zz7rA&feature=related

Hoy en día sigo asombrándome por todo aquel nuevo artilugio que la tecnología nos ofrece, y espero no perder tal capacidad; muchos artefactos surgieron desde entonces, de todo tipo y para cualquier función, pero nunca olvidaré ni el imán del gitano Melquíades, ni la jukebox del casino de la Unquinesa.

Corita

Mi primera bañera fue un balde; allí, en la cocina y corito, mi madre, incrédula, me frotaba las roñas acementadas al calor de la trébede. No era muy agradable, sobre todo por el tacto frío del balde, un ancho barreño de metal (¿cinc o hierro?). Aquello, afortunadamente, pasó al olvido, al igual que las palabras, por desgracia. Tanto corito como balde son palabras muy particulares, trébede no tanto.

Miguel Delibes, en “El camino", menciona la primera: “sabían que la Josefa se lanzó corita al río desde el puente”. El significado es claro, pero todas las palabras encierran matices y para mí, no es lo mismo desnuda que corita. Prefiero reservar corita para una escena de baño y toalla, y desnuda para cualquier otra situación (no es necesario entrar en detalles). También recuerdo o creo recordar expresiones como “ se te ve la corita”, pero no he encontrado referencias.

Con respecto a balde tengo mis dudas; en principio es un recipiente para albergar agua, al igual que la herrada, pero con funciones distintas. Con el plástico llegó la mixtificación del cubo, y ahora todo son cubos, salvo el cubo geométrico, al parecer. Balde también tiene que ver con gratis. En todo caso, mi primera bañera fue un balde de metal.

En realidad, no se si es bueno o malo que las palabras desaparezcan; probablemente lo que desaparece sea el contenido de las palabras, o, más que desaparecer, cambia el sentido. La palabra “desnuda” de hoy es muy distinta al “desnuda” de nuestra adolescencia, no sólo porque cambiaron nuestros registros, sino también porque cambió el país, y eso, es bueno. Hasta es posible que en la alforja de “corita” ya no quepa el morbo

Pero, ¿hay algo más desnudo que la palabra? Al final me quedó una historia de cronopios, así que en honor a Cortázar, descoritemos la palabra:

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo
Lo que me gusta de tu sexo es la boca
Lo que me gusta de tu boca es la lengua
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.

Socayo

Llegada la tarde, nos resguardábamos del viento del Norte, bien en el número cinco o en el nueve; al socayo, se dice por esas tierras. Lamentablemente, esta palabra no la recoge el Diccionario de la Real Academia; ellos, más finos, prefieren socaire. El socayo invitaba a tertuliar, charla entre preadolescentes, relatos de fantasías varias y, por qué no, a planear fechorías. En aquellos tiempos, los mozalbetes usábamos calcetines hasta la rodillas; medias, decían. Con el despuntar del otoño nos revestían de pantalones largos; por alguna razón, los cambios se realizaban en función de las fechas y no de las temperaturas. En el número cinco vivía Flores y en el nueve, Cuqui y sus hermanas.

A principios de los ochenta unas oposiciones me trajeron a Madrid. Aquel mes de julio, residente en un Colegio Mayor, sentí nostalgia del socayo. A las siete de la tarde, tal cual hice muchas veces bajo los veranos del Norte, me colgaba el jersey a la espalda y salía a patear el Madrid de los Austrias. Aquello no era calor, llovía fuego. Un buen día, alguien me preguntó por qué me empeñaba con el jersey. Me limpié el sudor de la cara con una manga del dichoso jersey y le respondí: espero el viento del Norte.

En alguna ocasión compartí palabras y chinchón con Pepe Hierro, cántabro universal. Hace algún tiempo que nos dejó, pero quedan sus versos:

Mi reino vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo aquello.
El viento no escucha.
No escuchan las piedras, pero
hay que hablar, comunicar,
con las piedras, con el viento.

Han pasado muchos años ya, aquellas oposiciones me dejaron en Madrid y aún sigo aquí, esperando el viento del Norte.

Ambigú

Recuerdo dos cines, pero no sus nombres. El de arriba y el de abajo; apenas los disfruté, no había dinero. Una palabra, el ambigú: se despachaba un vaso de gaseosa y acaso un puñado de pipas, un vaso metálico servía como instrumento de medida. Ningún título, sólo comportamientos atorrantes. Con el tiempo, uno de ellos, junto a la carretera, se convirtió en un edificio en ruinas.

Este fin de semana me quedé en Madrid, por eso de poner al día todo el trabajo atrasado. Sucede que es tan grande el déficit acumulado que decidí ir al cine. “El baile de la victoria”, la película de Trueba. Está bien, sin entusiasmar; Ricardo Darín es un magnífico actor, no cabe duda. Me gustó más en “El secreto de sus ojos”, una película de palabras y miradas, una gran película, de las que dejan huella.

Y hablando de palabras, Carmen Martín Gaite decía que una persona es lo que ha dicho. Pero en los recuerdos, a veces, no hay decires, tan sólo gestos y miradas, quizás sonidos. ¿Qué sucede entonces? Recuerdo unos ojos negros y una boca asimétrica, por ausencia, imperceptible; recuerdo también sonidos foráneos, quizás extremeños, pero no recuerdo palabras. ¡Qué lejos queda la adolescencia¡

En la película de Trueba, no hay miradas, pero sí palabras y gestos.

Rulfista

A raíz de los últimos avatares deportivos se discutía en la prensa si Messi es mejor futbolista que Ronaldo, o al revés; se hablaba, en consecuencia, de Ronaldistas o Messistas. Yo, como no entiendo nada de fútbol, me declaro Rulfista.

Creo que mis primeros coscorrones en la escuela estaban relacionados con “Don Quijote”; el maestro distribuía varios ejemplares de la novela y uno de los alumnos comenzaba a leer eso de “En un lugar de la Mancha...”; al cabo de un rato, según el criterio del maestro, otro alumno proseguía con la lectura. Yo siempre me despistaba, estaba en Babia, y, en consecuencia, acababa recibiendo el pertinente coscorrón. Posteriormente, por razones académicas, volví a encontrarme con “Don Quijote”, y, la misma dejadez, el mismo sopor. He de confesar que este texto siempre me aburrió, nunca me dijo nada, y, por tanto, nunca lo terminé.

En cambio, no puedo olvidar la tremenda impresión que me causó aquel

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”

En aquel momento, alumno de COU e interno en una institución educativa, leer “Pedro Páramo” supuso, a parte de admiración, un cierto desasosiego, una sensación de pasaje ya vivido, ya paseado. Volví a leer la novela varias veces, en diferentes etapas de mi vida, y siempre con la misma sensación; de alguna manera Comala me recordaba Mataporquera. Desconozco el porqué, parece un sinsentido, pero por alguna razón mi cerebro identifica Comala con Mataporquera.

Este fin de semana paseé brevemente por el barrio; el frío era insoportable. Subí la cuesta hasta llegar al monte y volví sobre mis pasos; no vi a nadie. Esta vez, asocié el barrio con Comala.

Por supuesto que discutí muchas veces a propósito de mi aversión a Cervantes y mi afición por Rulfo, incluso con palabras gruesas. En cierta ocasión, un amigo, Profesor de Literatura, me gritó: ¡Eres un jodido Rulfista!. Naturalmente, le contesté: Rulfista no... ¡de Mataporquera!

Pico, zorro, zaina

Un viejo amigo, excelente traumatólogo, afirma que si a partir de los 40 no te duele algo, es que falleciste; así que, a juzgar por el pertinaz dolorcillo que hoy fustiga mi espalda, hemos de concluir que estoy tremendamente vivo. Probablemente mi espalda esté pagando facturas del pasado; vamos, lo de siempre, malas posturas, esfuerzos innecesarios y deportes mal ejecutados. Viene a mi memoria, ahora que estamos metidos en eso de ordenar los recuerdos del pasado, un juego que practicábamos los mozalbetes en el barrio y que decíamos “pico, zorro, zaina”.

En el juego, a disputar entre dos grupos de muchachos, se establecía una fila de chavales agachados, uno detrás de otro, con la cabeza introducida entre las piernas del anterior, así hasta el primero, que permanecía de pie. En esta disposición, los del otro grupo, saltaban, de uno en uno, sobre las espaldas de los agachados, hasta que todos quedasen dispuestos a modo de caballeros encima de sus monturas. De tal guisa, los de arriba hacían un determinado gesto y los de abajo, las monturas, debían adivinar, si tal gesto se correspondía con pico, con zorro o con zaina.

La cuestión es que el salto en sí terminaba en las espaldas de uno de los muchachos montura, con un golpear de los que pasan factura; era, en el decir de entonces, una actividad estrictamente varonil; naturalmente, esta actividad, tan de gañanes, no gustaba a las chicas, al menos no la practicaban. Podemos dejar la cuestión aquí, sin hurgar con el dedo, pero soy de un natural polemista y claro, he de preguntarme, por qué las chicas no saltaban unas encima de otras con objeto de doblar la espalda de la vecina.

Han pasado muchos años ya, he visto como han caído muchas barreras, prohibiciones y tabúes; he visto como las guerras siguen siendo guerras y las hambres siguen siendo hambrunas; he visto como las mujeres progresan, como dominan en las oposiciones, como determinadas profesiones (médicos, juristas...) se están feminizando y veo, aun sigo viendo, como en las aulas lo femenino deja atrás a los masculino en cualquier disciplina. Lo que no he visto aún es a mujeres jugando a pico,zorro, zaina. ¿Será una cuestión de inteligencia?

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La Enciclopedia Álvarez

Transcurrieron ya algunas navidades, no sé cómo sucedió, en los escaparates de las librerías, ocupando un lugar privilegiado para incitar su compra, aparecía tal cual, tan impúdica y soez, la Enciclopedia Álvarez. Perplejidad, no daba crédito a lo que veía, aquellos nostálgicos de la caspa ojeando el ladrillejo con la baba en la comisura de la boca...

Aquella fiebre, como si de la gripe A se tratase, empezó a extenderse y casi terminamos en epidemia. Para algunos se trataba de un revival de la pedagogía camp de la postguerra (sic ) y para otros, encerraba todo el saber de su época de manera sucinta y bien organizada. Cabía tanto la historia sagrada, como la historia de mentiras, la literatura sesgada y la aritmética cutre, de papel de estraza, junto con aquella religión que justificaba invasiones, cruzadas y guerras santas. Su objetivo, constante en los tres grados, era clonar una determinada identidad nacional de amplio espectro.

Debe ser que yo no aprendí nada de nada, el caso es que apenas recuerdo que al final del libro como si fuese poesía, se camuflaba una canción patriótica, de aquellas del nacional catolicismo; del cuchillo de Abraham cuando pretendía degollar a su hijo, la armada invencible de aquel manirroto cazador de herejes al que decían Felipe II y a los Reyes Católicos, con aquello del tanto monta...que aún sigo sin entender. Como ejemplo de la suprema desfachatez de aquellos “pedagogos” valga este pequeño texto de “El Parvulito”, página 108,

“Los españoles nombraron a Franco Jefe o Caudillo y desde el año 1936 gobierna gloriosamente España”.

Afortunadamente, todo aquello quedó en el olvido. Hoy gusto de bucear en las fuentes para encontrar la verdad histórica y deploro, cómo no, la manipulación de los hechos históricos con objeto de imponer una determinada manera de pensar. Como pequeña venganza contra aquella infamia educativa, la Enciclopedia Álvarez de los cullons , incluyo un texto de Eduardo Galeano, a propósito de nuestra reina, la muy católica:

“Los Reyes Católicos eran dos, Isabel y Fernando, pero Fernando estaba más preocupado por las damas y las camas que por las cosas del poder.

Isabel, nacida en Jueves Santo, devota de la Virgen de las Angustias, había fundado la Inquisición española y había nombrado a su confesor, el célebre Torquemada, Inquisidor supremo.

Su testamento, inflamado de místico ardor, insistió en la defensa de la pureza de la fe y la pureza de la raza. A los reyes venideros rogó y mandó que no cesen de pugnar por la fe contra los infieles y que siempre favorezcan mucho las cosas de la Santa Inquisición”

Sin comentarios. Ya saben ustedes, de aquellos polvos ... ¡ pobre país!

Paulino

Personaje singular con un noble oficio: jardinero. Aún le recuerdo con su mono azul - el buzo, decían entonces - transportando en la carretilla la pesada manguera y demás aperos. Le recuerdo regando surcos, parterres y alcorques, enfadándose con la chiquillería que insensible rompía las flores, sus flores, retocando las dalias, escavando los rosales y podando los setos. En aquella España gris y en aquel pueblo aún más gris, Paulino nos enseñó a distinguir los colores.

Con el tiempo, en los museos aprecié los diferentes matices de los colores; en la Universidad aprendí a hablar de los colores como componentes del espectro visible, como flujos de fotones...pero nunca olvidaré aquellos colores que, según un orden preestablecido, Paulino disponía por el barrio, buscando una determinada armonía, o quizás, matar el gris.

Cómo no mencionar también el jardín de Quevedo, todo simetría y pulcritud, un arcoiris en el secano. El resto es ya conocido, ambos buscaron otras tierras y los jardines comenzaron a agonizar; es ahí cuando todos empezamos a morir y el barrio, a fallecer.

P.D. Escribiendo estas líneas recordé la existencia de un Kiosko junto a la bolera. Un kiosko en el que se servían bebidas, un kiosko con unas hermosas contraventanas de color verde...Inevitablemente recordé también a Trinuchi.

Bombas

Entre todos los parajes que conforman el entorno del barrio, Bombas es el lugar que recuerdo con más frecuencia. Me refiero a la antigua estación de bombeo que impulsaba el agua desde una pequeña presa del río hasta el depósito. Allí, con un poco de imaginación, uno podía sentirse Huckleberry Finn en el Misisipi, en verano, o Jack London en el Yukon, en invierno.

El paraje tenia de todo: culebras, ranas, renacuajos, sapos, cangrejos, chopos, nenúfares...y un maravilloso sauce sobre el río. Magnífico ejemplar, con ramas horizontales en las que permanecíamos encaramados horas y más horas. Era ...el sauce de Octavio Paz:

un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre.

En invierno, con la nieve, Bombas resultaba singular. La oportunidad de caminar sobre el hielo del río (no me olvido de algunas caídas) excitaba todos los sentidos y nos permitía retozar felices y despreocupados, sin más norte que los imperativos del estómago. En verano, clase de zoología, todo era un perseguir cualquier bicho moviente, triturar renacuajos, inflar ranas o azuzar culebras...esconder los reteles de los pescadores de cangrejos y , cómo no, enfadar al encargado de la estación.

Conversando en las ramas del sauce empezamos a vislumbrar que el mundo era algo más que Mataporquera, y que, probablemente, si nos dejásemos llevar por la corriente, conoceríamos nuevos parajes, nuevos sabores; probablemente, si nos dejásemos llevar por la corriente, el próximo otoño veríamos otros cielos y otros rostros.... Aquí comenzamos a huir.

Cianamida cálcica


Parece ser que este era el objetivo inicial de la fábrica de Unquinesa, producir cianamida cálcica. El proceso era relativamente simple, con la caliza extraída en la cantera, previamente molida, se obtenía carburo cálcico en el horno y posteriormente, en unos hornos específicos de baja potencia, el carburo, bajo una corriente de nitrógeno, se transformaba en cianamida. Esta sustancia en polvo, a efectos del posterior transporte, se almacenaba en pequeños bidones; este último proceso se realizaba manualmente. A tal fin, los obreros se protegían con una mascarilla realizada a base de gasa, algodón y un soporte metálico; una protección muy primitiva ... eran otros tiempos.

No hace falta ser un lince para percatarse que todo el conjunto de procesos resultaba tremendamente contaminante, sobre todo desde la óptica de partículas en suspensión, por su particular incidencia en el sistema respiratorio, amén de determinados procesos alérgicos. En cuanto a los efectos de la cianamida están documentados la rinitis, faringitis, laringitis y bronquitis. En combinación con el alcohol ( el vino peleón de entonces) tiene incidencia a largo plazo sobre el sistema cardiovascular y sobre el sistema nervioso central. Nada, una bagatela.

Es verdad que la sustitución de los abonos orgánicos por los abonos minerales - la cianamida se utilizaba como fertilizante, herbicida o pesticida - significó un incremento sustancial en la producción de determinados productos agrícolas, también es verdad que la cianamida aportó empleo y progreso en general, pero esto no es óbice para ubicar la barriada en un lugar más alejado o más elevado, pues el terreno lo permitía, impidiendo que sus pobladores quedasen estigmatizados por semejante dislate.

No les doy las gracias, ni me siento agradecido. Los que decidieron el emplazamiento del barrio eran unos auténticos borricos. En fin, esto sucedió hace muchos años, seguro que el agua limpió todos los restos de cianamida ( y el de los directivos), pero el recuerdo produce desasosiego. Es difícil encontrar un poema para tamaño despropósito, tan sólo me vienen a la memoria unos versos de Ángel González:

Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba -último buitre-
el viento.

San Alberto Magno

Recuerdo que siendo niño tal efemérides se celebraba en primavera, desconozco el porqué, al igual que desconozco otras cosas de aquella época. Y puestos a desconocer, sigo sin dilucidar la vertiente científica de San Alberto Magno.

Encuentro dos aspectos contradictorios en la figura de San Alberto como patrón de la ciencia. En primer lugar, en sus citas no se encuentran aportaciones novedosas a las ideas científicas; sí, fue un estudioso, un recopilador del saber clásico, pero no se conoce ninguna ley, teorema o hipótesis científicas relacionadas con él.

En segundo lugar, dado el nefasto papel que la jerarquía católica ha representado en la evolución de la ciencia, frenando, escondiendo, reprimiendo y prohibiendo cualquier texto, cualquier idea que contradijese las “sagradas escrituras”, sorprende encontrar a uno de sus pastores como representante de los científicos. Realmente, esto no fue una elección de los investigadores, sino de Pio XII, quien lo declara patrono de los científicos en 1941. Sí, el Papa Pacelli, el de los nazis.

Naturalmente, existen excepciones...pero ni llegaron a ocupar puestos relevantes en la jerarquía, ni ascendieron a santos. Y todo esto porque en el calendario dice que hoy, 15 de noviembre, es San Alberto Magno, y, ya ves, sigo sin entender nada de nada, ni tan siquiera aquellos versos de Rafael Ballesteros

Tampoco entenderé el tiro de Gracia,
el tema 83, la Democracia,
el ácido sulfúrico, los ceros, el tacón,
las hambres, el casamiento orgánico.

De este mundo, los dos sabemos poco.
Y sin embargo, estamos aquí
obligatoriamente obligados a entenderlo.

Volver

Y así, tan de repente, después de tanto tiempo, como que tienes ganas de volver. Esto me sorprende, pues siempre me incomodó ese pueblo, no así su gente. Allí convivíamos, a pesar de Mataporquera... qué nombre tan poco afortunado. ¿Por qué razón quieres volver?

Mercedes Sosa nos decía:

Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida,
Y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso,
Que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo;

en cambio, Luis Cernuda - debo agradecer a una entrañable vecina de Mataporquera el que me enseñase a leer sus versos - condicionaba el regreso:

¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,

¡Y cómo no!, la inseguridad del viejo tango,

Tengo miedo el encuentro con el pasado
que vuelve a enfrentarse con mi vida
tengo miedo de las noches que pobladas
de recuerdos encadenan mi sufrir
pero el viajero que huye,
tarde o temprano detiene su andar
mas el olvido que todo destruye
haya matado mi vieja ilusión

Cualquiera sabe .... Un colega, más prosaico, dice que el volver tiene que ver con los achaques de la quinta década...y probablemente tenga razón.

Don José María


Muchas veces hablamos de Don José María, con diferentes énfasis y distintas perspectivas, olvidándonos generalmente de contextualizar y obviando el papel que el franquismo asignó a la educación. Yo le recuerdo fundamentalmente por una redacción; se trataba de escribir sobre el carbón y dado que los cuadernos, después de un tiempo prudencial, seguían vacíos, Don José María optó por escribir él la redacción. Aún recuerdo el comienzo, un carbonero que trasladaba el carbón en un canasto. Ese día aprendí que las palabras tienen sonidos y que concatenando palabras adecuadamente se construyen sinfonías, se ordenan pensamientos y se amueblan cerebros. Nunca le di las gracias por ello y, francamente, se las merecía....ardua tarea la de "desasnar" mozalbetes.

La imagen corresponde a una entrega de premios en el salón de usos múltiples del casino; independientemente del rendimiento académico, regalaban un libro a cada alumno. El individuo que entregaba el libro era un cura, desconozco qué hacía allí, de sus enseñanzas nunca saqué nada en limpio, más bien todo lo contrario; al fondo, conversando, aparecen Don Francisco y Don José María.

No voy a hablar de la leche en polvo, de los sabañones, de los cortocircuitos en los radiadores, de la segregación, de aquella absurda enciclopedia, ni de los huevos que rompí en su garaje..., era una escuela gris, más gris que el cemento. Y aún hay quien se empeña en loar las bondades de aquellos tiempos...

Lamentablemente carezco de fotografías de Doña Rosa y Doña Elena, pero eso no significa que no jugasen un papel equivalente al de sus compañeros. Un saludo afectuoso a todos ellos.

Condiciones iniciales

Dicen que para estudiar la evolución de un sistema es preciso conocer sus condiciones iniciales; esto es lo que nos permite medir y establecer comparaciones. ¿Cuáles fueron nuestras condiciones iniciales?

Por supuesto, me refiero a toda aquella muchachada del barrio, y me temo que la situación inicial no fue muy afortunada. Este es un terreno resbaladizo, imposible de tratar sin daños colaterales, sólo abordable con los eufemismos al uso. Pongamos simplemente que el barrio fue un producto, un reflejo de aquella España gris de los 50. No entraré en detalles, pero ubicar un poblado obrero junto a una fábrica de cianamida tiene sus bemoles y un montón de mala baba.

Pero no es esta la cuestión; por alguna razón nuestro cerebro filtra los recuerdos y, en general, afloran únicamente los buenos momentos. Y creo que es aquí dónde se debe enfatizar.

Enredadas en la memoria conservo las primeras imágenes de una TV. Una tarde de domingo, pasaban creo que Ben-Hur o algo similar. Recuerdo el Casino lleno y varios mozalbetes, entre los que yo me encontraba, encaramados en la ventanas, por la parte exterior, para atisbar aquellas imágenes en blanco y negro. Fue la primera vez frente al tubo de rayos catódicos y, probablemente, la primera vez que fui consciente de la exclusión, de las categorías sociales, de los que podían entrar y de los que no podían entrar....Definitivamente, es necesario reflexionar sobre las condiciones iniciales de cada cual.

Esperando el otoño


Volví a leer “Esperando el otoño”. Cada vez estoy más convencido que este relato de Ignacio Aldecoa discurre en Mataporquera, no sólo por las referencias a las fábricas, a la estación.... sino también por la atmósfera que describe. Este relato aparecía en ABC en 1957. Ese año nací yo, en el barrio San Alberto; con el tiempo comprendí qué significaba esperar el otoño en Mataporquera, pero esa es otra historia.

Pocos recuerdos quedan de los comienzos. Hechos aislados, nombres dispersos y algunas fotos en blanco y negro. La foto que ilustra el blog debe ser del 59 o 60. No cito los nombres por eso de preservar la privacidad y, por supuesto, pido disculpas por si alguno de los fotografiados se siente incomodo. Antepongo un cordial saludo para todos ellos. Como puedo decidir por mi mismo, cabe decir que yo soy uno de los intrépidos “triciclistas”.

En la foto, y sin sacar de contexto, hay optimismo, la esperanza de los pioneros...Han pasado muchos años y todos hemos cambiado. Ahora mismo somos irreconocibles... como el país, nada que ver, afortunadamente, con aquellos años. No obstante, el deterioro del barrio es lamentable...excesivo. Pero, para bien o para mal, algunos empezamos a caminar por él; aquí quedaron nuestras primeras miradas, los primeros sabores...y por qué no, nuestro primer contacto con una contaminación irrespetuosa....(hablamos del carburo, la cianamida...). Pero qué narices, era nuestro barrio.